​De encuentros inesperados

|

     “/Porque la noche está de ojos abiertos/” aquella anochecida y muchas otras se preguntó ¿cómo llamar a los amores en la otra vida si algunos en esta ya los creemos eternos? ¿Cómo pudo él saber, nada más cogerle la mano al subir a aquel barco costero, que era una de esas mujeres que viajan solas mientras el marido atiende sus negocios? No hace falta le dijo, pero se mantuvo agarrada a su mano para dar el último paso en la escalerilla hasta la cubierta. No le gustaba ver el paisaje a través del polvo de los cristales y se quedó al aire libre. Él era el patrón, el guía que explicaba aquellos acantilados de muerte y de vida que bordeaban la costa. Al bajar del barco volvió a cogerla de la mano y esta vez le dejó sin decir nada. Fue él quien le propuso: “mañá  é domingo e non vou navegar, virias conmigo a pasar o día a  Ribeira Sacra? Teño unha casa perdida nas montañas."  Bajó la cabeza para no tropezar con la escalerilla y caer en sus brazos y él lo tomó por aceptación. ¿En qué hotel te alojas? En el Eurostar. Pois vou recollerte ás nove. No contestó nada, pero de vuelta al hotel pidió que la despertaran a las ocho.


      Llegar tarde o temprano, ella cree que siempre llega tarde. Siempre con esa sensación de ser como los caramelos de regalo en la recepción de un hotel que todo el mundo coge y nadie come.  A las nueve en punto le esperaba en la puerta de la calle. Las hojas jugaban a tirarse de las ramas, a ver cuál llegaba más lejos. Las marrones livianas se balanceaban y volando en caída libre se alejaban. Las aún verdes atraídas por el centro de gravedad de la tierra, se precipitaban al pie del árbol. 


      Él llegó tarde y se disculpó por un atasco inesperado. Ella mintió: “Acabo de bajar, no te preocupes” 

 (“porque la noche está de ojos abiertos / porque la noche pasa y digo amor”) Por el camino empezó a lloviznar. Con la ventanilla abierta olía tanto a tierra mojada que fertilizaba los sentidos. Sus lágrimas planas de personaje que pasa desapercibido se evaporaron con la velocidad del coche. Hasta ese momento había sido de esas mujeres que mantienen viva la llama del pebetero que enciende el hombre que ama. Aunque vivir con su marido era como atravesar el lago helado, siempre deslizándose con cuidado por miedo a pisar y hundirse. Le gustaría que alguna vez pudiera ver lo que ella veía, pero él no lo intentó y ella no le ayudó a verlo.


       Al volante del coche, el desconocido hablaba y hablaba, ahora era el patrón de una excursión entre hileras de viñedos en desnivel, asomados a terrazas a ambos lados de los ríos. Bancales, escalones excavados en las laderas de los cañones, pequeños muros de contención. Las vides con hojas color arce, suspendidas como ellos dos en aquellas estrechas carreteras de tierra salpicada del púrpura y dorado de las uvas. Los recolectores atados con arneses o en cuerdas, descendían desde las alturas hasta la ribera del río.  


IRibeira Sacra, R

Bancales en la Ribeira Sacra

¿Queres coñecer a súa historia?
 Xúpiter, dios de dioses, decidió viajar a Galicia y su belleza le cautivó tanto que nació en él el deseo de poseerla. La hizo suya atravesándola con un río, o Miño. Xuno, al enterarse de la deslealtad de su esposo, despechada quiso castigar a Galicia con sus poderes y trató de partirla en dos. Xúpiter, se interpuso para proteger a su amada. Pese a todo Xuno logró abrir una enorme garganta entre Lugo e Ourense. Esa cicatriz enfureció a Xúpiter, que castigó a su esposa a vivir eternamente en el cañón que había abierto. Xuno suplicó perdón y Xúpiter, le concedió el don de fluir por esa garganta en forma de río: o Sil. Xa ves, dijo, este cañón e o seu río son froito dunha infidelidade divina.

(“porque tu boca es sangre/ y tienes frío / tengo que amarte amor/”)


      ¿Quién puede besarse en el mar de los Sargazos y no sentir un mareo? La pesadez del sol doraba las uvas. Los rayos en el agua oscilaban hasta convertirse en filamentos brillantes que ondulaban bajo el agua. El reflejo rojizo de las hojas en la cara de él. El anhelo de ella de dejarse llevar como nunca se había dejado. La casa en la umbría entre robles, castaños, abedules ya color de otoño. En el umbral al sol del atardecer una culebrilla enroscada no se inmutó al verlos. Él le cedió el paso. Ella entró con andares de pizpireta como una adolescente que toma protagonismo. La cadencia del acento de él ralentizaba sus palabras cantarinas. Saborearon el vino que él sirvió. El tallo de las copas se cubrió de vides y pámpanos, sus brotes treparon hasta el cáliz en una metamorfosis divina. Llegó la noche. Ella se preguntó ante las señales que emitían aquellos astros si el amor y el deseo también tienen un camino preestablecido.


       Los ojos de él cobraron ese centelleo inquieto de las estrellas. Ella aceptó que, aunque el deseo la atrajera como la materia oscura, sin él no existiría la vía láctea. Sus manos en asonancia frente a la disonancia de lo que estaban haciendo. La ropa jadeaba cuando la desprendía de su cuerpo, abandonada en el suelo añoraba las caricias que su piel le arrebataba. La lámpara, a fogonazos de luz excitados, parpadeaba antes de fundirse. Los susurros desmontaron las horas entre las piedras de aquella casa donde no se adentraba el viento que aviva las maledicencias.


(“aunque esta herida duela como dos/ aunque te busque y no te encuentre amor”)


     Al día siguiente las curvas del camino de regreso deshicieron los porqués. Las preguntas se perdían ladera abajo donde una bandada de pájaros picoteaba las uvas maduras. Pararon en un restaurante de la carretera. Él pidió el menú del día. Ella comió solo un primero, no le gustaba los dos segundos platos entre los que debía elegir. Con un silencio de tumba abierta escucharon en la televisión hablar del juicio a una mujer que había cortado el pene de su amante. Ella pensó en cuánto debía haberse sentido atrapada bajo los escombros del deseo. Él comentó: “Arriesgarse é a sal para os hipertensos; sen ela, as comidas non saben a nada".  Afuera empezaron a llover alfileres de punta con los que hilvanar historias que nunca tendrían cuerpo.


      De nuevo en la carretera poco a poco fueron desapareciendo los árboles. De todas formas, esconderse de la tormenta entre árboles atrae a los rayos. En la entrada de la ciudad los semáforos le daban luz verde, las rotondas, la prioridad. El sol de retirada se estrellaba en las cristaleras de los edificios.  ¿Cantos días quedarás?  Dos semanas, mientras mi hija está en Paris.  Solo tiene 13 años, pero para mi marido los idiomas son como una asignatura pendiente…. Se bajó del coche para abrirle la puerta. Le pareció más bajito que allí subido en la escalerilla del barco. No se había fijado hasta ese momento que gesticulaba demasiado para dejar las frases tan inconclusas. Esto estivo ben, ¿verdade? …Haberá que repetirlo, ¿non?  …


      Desde la quinta planta de su habitación de hotel el sol al caer la miraba de frente. Volvió a rondarle ese sentimiento de ser luna menguante cuando todos buscan a la luna llena. Si alguna comparación se le semejaba era el desaprovechado hueco de una escalera. Su marido la llamó por teléfono a la hora establecida. No tuvieron novedades que contarse. El fin de semana vendría a verla como estaba previsto. Ella se atrevió a sugerirle que podía dejarlo hasta el sábado siguiente en que volverían juntos a Madrid y así no tendría que hacer tantos kilómetros.  No, iré los dos fines de semana a verte, concluyó. Habría jurado que su voz al sonaba algo melancólica, raro en un hombre con los pies en tierra como él.


(“Y aunque La noche pase y yo te tenga/ Y no)”.


     Lunes y martes él no la llamó ni para inventar un juego malabar de excusas conque disculparse por no haber vuelto a llamarla. Se vio arrastrada por una desilusión de galeón en el fondo del océano. Debería haber radares que detectaran el falso enamoramiento. Síes y noes regaron la semilla de la margarita que creció y empezó a cabecear según soplaba el viento. La imagen de los pájaros picoteando las uvas maduras no se le quitaba de la cabeza. El viento tiró todas las hojas de los árboles al suelo. La noche se dilató como la madera hinchada por la humedad, pensando que en nada se quedarían las vides desnudas.


      El miércoles desde la ventana del hotel vio cómo la lluvia torrencial se llevaba la tierra en su despedida. En el hilo musical Luar na Lubre cantaba Memoria da noite. La luz de la farola se iba y venía entre las cortinas. En toda la noche no cesó de repetir aquel estribillo: “Perderei o día que aprendín a bicar/ Palabras dos teus ollos sobre o mar”. Amanecía con una claridad desteñida como la piel bronceada cuando se acaba el verano.


      Su marido siguió llamándola puntual a la misma hora y, a ella continuó pareciéndole su voz algo apagada. Quizá echara de menos a su hija. No sabía si se podía decir que se entendieran, pero lo que el uno decía, la otra lo repetía como una moviola.


       El jueves volvió a salir el sol. Decidió perderse por el casco antiguo. Recorrió la encrucijada de calles como esas nubes que ya no tienen fuerzas para elevarse al cielo y se contentan con vivir cerca del mar, a la espera de que el viento juegue a moldearlas. Círculos mágicos, la llevaron hasta la casa-museo de Emilia Pardo Bazán, la escritora a la que le gustó vivir sin orillarse.  Se encaminó al restaurante Eclectic y tuvo que elegir entre el menú “Emilia” o el Condesa. Escogió esta última y se fundió en sus once platos.


      Por la tarde su marido se presentó de improviso en el hotel. Era extraño, nunca alteraba sus planes por muy ventajoso que se los ofrecieran, pero con él no cabían las suposiciones. No parecía cansado del viaje, como si los kilómetros le hubieran recargado su voz de esa resolución que le caracterizaba. Arréglate que te llevo a cenar a uno de los restaurantes más bonitos de Coruña. Arbore da Veira.  No tenía hambre. Se dispuso a arreglarse. En el baño sintió vibrar su móvil en el bolsillo del albornoz. Era un mensaje de él. ¿Apeteceche voltar á miña casiña na montaña esta fin de semana?  No contestó.  Se vistió, se puso tacones. Su marido le colocó la gargantilla que no atinaba bien a abrocharse. Este vestido azul resalta algo especial en tu mirada, dijo con esos ojos compuerta que abría y cerraba a su conveniencia. Ahora ella iba a resultar un personaje decisivo en una historia que no había buscado.


      Les colocaron en una mesa justo en el mirador, frente al Atlántico. Sentada en el borde del asiento se sintió como un bebé que va de brazo en brazo.  De cena él seleccionó el menú Raíces y pidió una botella de Sameirás Libro blanco del 2019. Ella prefirió el menú Árbores. Tengo una sorpresa que espero que te guste. He reservado para el fin de semana un hotel rural en la Ribeira Sacra. Ella miró balancearse las olas profundas, negras bajo su silla, y voló hasta ganar la suficiente altura en el cielo para evitar las nubes. 


Ribeira Sacra, cabo do mundo IMG 1478

Ribeira Sacra, cabo do mundo


Lourdes Chorro Capilla

Autora: Lourdes Chorro Capilla








Ribeira Sacra, cabo do mundo IMG 1680
Ribeira Sacra, cabo do mundo IMG 1680

Cañon del Sil, desde el Mirador Cabezoás Parada do Sil
Cañon del Sil, desde el Mirador Cabezoás Parada do Sil

La autora en el Mirador de Santiorxo (Canhones del Sil)
La autora en el Mirador de Santiorxo (Canhones del Sil)

Laderas de los Cañones del Sil, Ribeira Sacra
Laderas de los Cañones del Sil, Ribeira Sacra

Comentarios