​La viticultura en Galicia. Nuevos aires, viejas fórmulas

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Antonio Minguez Amil

     La viticultura en Galicia siempre estuvo ligada a dos formas de entender su cultivo, por un lado para el autoconsumo y por otro como negocio. Para el autoconsumo tenía que ver con las necesidades de alimentación de la época, que a lo largo de mil años constituyó un elemento más para aportar las calorías necesarias para el trabajo, y cuando no había vino en casa, se compraba, porque era importante para la alimentación y para la salud, ya que formaba parte de recetas y remedios para diferentes enfermedades. En el caso de las zonas vitivinícolas con mayor potencial agronómico para garantizar una producción exitosa en términos de calidad, cantidad y continuidad, la más importante a nivel histórico fue la comarca de Ribadavia-Ribeiro, seguida del Condado, Ourense, Valdeorras, Monterrei, Amandi y Monforte de Lemos. 

La comarca del Ribeiro, la gran zona productiva y regulada, de toda la península Ibérica durante mil años

     Es decir, la gran zona productiva y regulada, no solo de Galicia sino de toda la península Ibérica durante mil años fue la comarca del Ribeiro, con Ribadavia como capital reguladora y productiva, y las ciudades de Pontevedra, Vigo, Compostela y A Coruña como centros logísticos de distribución y comercio, tanto para el país como para la exportación.

La comarca de Ribadavia fue un centro vitivinícola de renombre mundial del siglo XII hasta principios del siglo XX.

     A lo largo de mil años sucedieron muchas cosas, hubo una fuerte inversión por parte de las clases dirigentes gallegas, tanto laicas como eclesiásticas, que a partir del siglo IX entendieron que la comarca de Ribadavia, conocida como Ribeiro, era una potencia productiva de primer orden, e invirtieron todo lo que pudieron y más en poder tener bodegas, fincas y viñedos en esta zona, convirtiendo a la comarca de Ribadavia en un centro vitivinícola de renombre mundial desde el siglo XII hasta principios del siglo XX. Todo lo que ocurría en el Ribeiro afectaba a las ciudades y al pueblo gallegos, pero también a la monarquía y a la nobleza eclesiástica, debido a las enormes rentas que generaba su comercio.


     Aunque pensemos que todo lo que está pasando hoy con grupos empresariales, fondos de inversión y otros actores económicos que llegan a Galicia para establecerse o diversificar su porfolio, es algo nuevo, hay que decir que es una fórmula vieja, ya pasó antes. Así podemos comprobar como en el siglo XIV llegaron diferentes señores de Castilla, favorecidos por la corona castellana, que recibieron viñedos y bodegas en las comarcas de Ribadavia y Ourense, en esa época el vino generaba mucho dinero, se pagaban muchas rentas y sirvió para financiar campañas militares y acuerdos económicos entre reinos. En el siglo XVI llegaron desde la meseta castellana numerosas familias nobles, la mayoría formando alianzas con familias gallegas presentes en el territorio. Incluso entre los siglos XVII y XVIII hubo ciertos empresarios ingleses que quisieron invertir, intentando abrir casas comerciales y acuerdos para comercializar el vino de Ribadavia, que no tuvo continuidad en el tiempo debido a factores sociopolíticos y religiosos de la época.

Radiografía actual

       ¿Qué ocurre hoy en día? Pues que aquellas zonas vitivinícolas históricas donde la viña era un monocultivo ligado a muchas familias, hoy están en retroceso (en 1920 había en el Ribeiro más de 3.000 familias con 10.000 ha de viñedo que vivían directamente del vino, en 2020 poco más de 300 familias y 1.000 ha de viñedo sobreviven de este cultivo). La estructura heredada desde mediados del siglo XIX hasta hoy es la de pequeños viñedos, de los que vivían muchas familias propietarias especialmente en lugares como el Ribeiro, R. Sacra, Valdeorras y Monterrei, y en menor medida en Rías Baixas. donde la expansión y dedicación al viñedo como base económica llegó a principios del siglo XXI a través de grandes inversiones, de mucho dinero procedente de actividades que no tenían nada que ver con el vino, y de un decidido apoyo político, creando unidades de mayor superficie en tierras tradicionalmente dedicadas a otros cultivos, como huerta y maíz, y fácilmente mecanizables.


      Las zonas vitivinícolas históricas y tradicionales, las de las riberas del Miño, Arnoia, Avia, Sil, Bibei, Támega, etc, que fueron antaño un motor productivo y económico para Galicia, fueron abandonadas. Los ahorros generados en estas zonas ayudaron a construir las ciudades gallegas, produciéndose una descapitalización de personas y dinero en favor de las actuales urbes, el abandono de la unidad productiva tradicional y finalmente el colapso del sistema sostenido por familias que vivían en el campo y para el campo.


      El mundo sigue evolucionando, y los cambios sociales, económicos, tecnológicos y generacionales de los últimos tiempos son enormes, pero la estructura territorial de Galicia en general sigue siendo la heredada del "Parrochiale Suevorum", que es muy racional y tiene una base de ordenación territorial muy fuerte, por eso es tan difícil de deshacer. 


      El gobierno gallego lo está intentando, a través de normativas, leyes y actuaciones en connivencia con las grandes empresas y fondos de inversión.  El mensaje es muy claro, hay que ser grande, tener mucho terreno en manos de unos pocos propietarios y competir en precio. Claramente tendencioso y decantado hacia el gran capital, porque el mismo mercado que predica esto también deja puertas abiertas a pequeñas producciones sostenibles, ecológicas, socialmente comprometidas y que preserven la identidad y la cultura autóctona. Estas pequeñas producciones de alto valor añadido tienen un público dispuesto a pagar más y fidelizar su consumo.

¿Qué queremos entonces?

      Para fomentar y fortalecer estas pequeñas producciones y generar riqueza en el rural gallego, la Xunta de Galicia tendría que armar una estructura administrativa de amplio apoyo, sólida y con principios firmes para ayudar al asentamiento de las familias que quieran trabajar la tierra de esta forma. Cosa que hoy no ocurre, pues a las pequeñas producciones se les ponen trabas y escollos, así vemos como un propietario que quiere recuperar 2.000 m2 de viñedo lo tiene difícil, sin embargo un propietario o arrendador de monte en mano común que quiera poner en marcha 500 ha de viñedo lo tiene fácil y encima recibe ayuda y estímulo por parte de la administración. En definitiva, ¿qué queremos entonces?, ¿100 propietarios que vivan en nuestras aldeas con 2 ha cada uno?, o ¿un solo dueño con 200 ha que viva en cualquier ciudad del mundo? Debería existir un equilibrio entre operadores, pero en Galicia hay un desequilibrio importante que favorece los grandes proyectos que además presionan y distorsionan el mercado actuando sobre la supuesta productividad, (tradúzcase en precios más bajos que la competencia), todo ello para poder competir y quedarse con la mayor parte de la tarta.


      En el viñedo también sucede que el cambio climático está arruinando el modelo productivo que se instauró en las zonas más secas del estado, en el altiplano, en el sur y en el este, basado en el riego, la hipermecanización y la mano de obra barata, basada em producir mucho y a bajo coste. El riego por goteo en el viñedo de La Mancha, Murcia, Extremadura, Castilla, Aragón y Cataluña es una constante, no está permitido por la U.E. pero se disfraza de “fertirrigación” y ya está. 


      Sin embargo, los pozos se están agotando, las balsas se secan y la lluvia no llega, entonces toca mirar hacia el norte, entonces aparece Galicia en la lista, además el vino blanco también está de moda, y se da por supuesto que en Galicia sólo se usan monovarietales (otro error, porque las modas van y vienen), hay agua y además el rural es un territorio que se puede comprar, solo tiene una pequeña barrera, la superficie del viñedo tiene muchos propietarios, entonces es necesario legislar por parte del gobierno gallego para beneficiar al gran capital, y si no se puede actuar sobre la propiedad privada (que sí se puede, pero lleva más tiempo, y puede afectar electoralmente), se actua sobre los montes comunales creando grandes unidades de superficie bajo la tutela de la Xunta, que distribuirá al estilo de un tahúr del Mississippi.


      La llegada de grandes inversores vitivinícolas a Galicia, algunos de ellos en connivencia con pseudoempresas gallegas, fondos de inversión y bodegas de otros puntos de la península, en general no debe considerarse como algo desastroso y perjudicial. Habría que ver qué aportan estas empresas al territorio y cómo ayudan a la gente a vivir dignamente en el campo, si tienen el compromiso de recuperar viñedos viejos y revitalizar nuestros pueblos o no, ya que la mayoría de estos inversores vienen a ordeñar la vaca y acaparar ayudas que reparte la Xunta de Galicia. En este sentido, también puede haber ejemplos de empresarios que ayudan a promover una viticultura de calidad y a la recuperación de viñedos históricos, el ejemplo puede ser Rafael Palacios en Valdeorras o Pago de Carraovejas en el Ribeiro, donde la prioridad es la producción de vinos identitarios con el territorio, bajo la premisa de recuperación de viñas históricas y tradicionales, casi abandonadas, contribuyendo a su revalorización, y que nos paremos a pensar hacia dónde queremos ir y dónde queremos posicionarnos. Otra cosa es si todo debería ser así, ya que estos inversores parten de un bolsillo con mucho dinero y no les afecta tanto como a un pequeño viticultor con poco musculo económico y financiero que desee poner en marcha su proyecto.


     Por ello, quizás el modelo que se debería de impulsar es similar al de los "Colleiteiros del Ribeiro", un modelo propio de país, en el que se establezca un plan para los territorios vitivinícolas tradicionales, con ayudas y apoyos a la recuperación y preservación de viñedos históricos, potenciando pequeñas bodegas vinculadas al viñedo y que estén dispuestas a vivir en el lugar de producción, comprometidas con la elaboración de un vino sano, de calidad y con alto valor añadido.


     Eso sí, lo ideal es el equilibrio, donde grandes, medianos y pequeños puedan convivir.

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