En varios de sus renombrados bestsellers, Yuval Noah Harari sostiene que la historia no es el estudio del pasado, sino del cambio, y que en tal sentido nos enseña lo que se mantiene inmutable, lo que se altera y, por tanto, cómo se transforma la realidad, obviando cualquier tipo de determinismo.
Sin ánimo de contradecir a tan afamado y reputado autor, encuentro que echar la vista atrás resulta enriquecedor, cuando menos en lo que atañe a la percepción de cómo diferentes pueblos y culturas han sabido adaptarse al escenario en que les ha tocado vivir y valerse de los recursos que la naturaleza graciosamente les confirió.
Un ejercicio retrospectivo que permite comprobar cómo, en contextos temporales y espaciales concretos, el ser humano ha sabido sacar partido de los afloramientos y surgencias termales, desarrollando aplicaciones y concibiendo utilidades que, lejos de mantenerse inalterables, han evolucionado con el devenir de los tiempos. Usos y funciones que, por tanto, han estado sujetas a notables reformulaciones o, incluso, han desaparecido temporalmente para revivir a posteriori con un renovado carácter, y que en su propia progresión han contribuido a la aparición de nuevas formas y lógicas de utilización de los recursos.
Bajo la perspectiva anterior, Mondariz-Balneario se percibe como una villa termal diferente a cualquier otra, evocadora, inspiradora, con una considerable fuerza atractiva, que descansa tanto en su concepción originaria como en su evolución posterior. Un enclave cuya trayectoria formal como resort balnear se remonta a 1873, momento en que tiene lugar la declaración oficial de utilidad pública de las aguas de Gándara y Troncoso, y que alcanza su identidad institucional en 1924, con la creación del municipio que le da nombre.
“Ciudad de las aguas”
Dos fechas las citadas que sitúan la transformación de un medio físico y humano de naturaleza eminentemente agraria en una auténtica propuesta de “Ciudad de las aguas”, reconocible por una arquitectura y funcionalidad acordes a su singularidad balnear, pero también por la incorporación de una lógica evolutiva propia de las áreas urbanas.
Y, en este sentido, hasta casi la irrupción de la Guerra Civil en 1936, Mondariz vivirá un permanente y profundo proceso de reordenación y redefinición, guiado por la aspiración de sus promotores de consolidar el enclave como estación termal de referencia internacional. Una vocación que se traducirá en una dinámica continua de diversificación e innovación productivas, que no perderá de vista la proyección del cambio económico y social en su entorno espacial inmediato.
Balneario de Mondariz, Fuentes de Gándara
En consonancia con la orientación descrita, durante el periodo referenciado, los promotores del Balneario de Mondariz destinaron una parte sustantiva de su quehacer empresarial a la generación de una imagen de marca distintiva de la estación termal.
Iniciativa que se concretó en una mejora continua en la calidad y excelencia de los servicios y dotaciones disponibles, en la incorporación de una arquitectura balnear de referencia y en la introducción de elementos de planificación urbanística que diesen cuerpo y carácter global a la propuesta.
Todo ello condimentado con el diseño de una estrategia de marketing que conjugaba la presencia en medios escritos de comunicación, la edición de publicaciones propias de divulgación, el uso de soportes convencionales de publicidad y la concurrencia a exposiciones y ferias sectoriales de ámbito nacional e internacional.
Mondariz-Balneario a partir de 1873 supone un legado inmaterial colectivo
Un proyecto de transformación en el cual el enfoque original, de claro perfil empresarial, se vería complementado con otras iniciativas de naturaleza asistencial, científica, académica o cultural, de marcada transcendencia comunitaria y orientadas a la creación una nueva identidad territorial. Con toda seguridad, la experiencia vivida en Mondariz-Balneario a partir de 1873 supone un legado inmaterial colectivo al cual las villas y ciudades con vocación termal no deberían renunciar.
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