El Camino (literario) de Santiago

Primera etapa del Camino francés

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La primera etapa del Camino de Santiago, del Camino francés, comienza en la localidad de San Juan a pie del Puerto, una preciosa localidad medieval que se abandona por la puerta de España.


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Reconozco que subiendo las empinadísimas laderas pirenaicas, buscando un personaje literario, pensé en escribir algo sobre Napoleón, pues esta fue la ruta que siguió una parte de sus tropas para entrar en España en 1808 y por eso se conoce ahora como Camino de Napoleón. Pero al atravesar los Pirineos y llegar a Roncesvalles se impone la leyenda de un nombre: Rolando.


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En el año 777 unos representantes de los gobernadores musulmanes de Barcelona, Gerona, Zaragoza y Huesca, se presentaron ante del rey de los francos, Carlos, (que se convertiría en el emperador Carlomagno) para pedirle ayuda militar en su campaña contra el emir de Córdoba, Abderramán I. Carlomagno vio la oportunidad de extender la cristiandad y su propio poder, y accedió a prestar su ayuda a cambio de que se le entregase la ciudad de Zaragoza. Pero poco después el gobernador de Zaragoza cambió de opinión y de bando, se alió con el emir Abderramán y no entregó la ciudad. Carlomagno sitió Zaragoza, pero no pudo conquistarla y tuvo que regresar a Francia. En su regreso destruyó las murallas de Pamplona y la saqueó. 


El 15 de agosto del año 778, al cruzar Roncesvalles, Carlomagno dejó atrás una retaguardia numerosa al mando del margrave de Bretaña, Rolando y a doce caballeros principales de su reino. Se supone que unos 300 o 400 vascones se valieron de su conocimiento del terreno para atacar y derrotar a esta retaguardia en una batalla nada épica, pues se trató de una emboscada en la que los vascones utilizaron dardos, piedras que lanzaban con cestas, y derrumbamientos del terreno en los pasos estrechos. En esta emboscada murió Rolando.


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Colegiata de Roncesvalles


Casi tres siglos después de la batalla de Roncesvalles, la emboscada se transforma en una batalla épica gracias a la literatura. A finales del siglo XI se escribió La canción de Rolando (La Chanson de Roland). Es un poema épico de 4002 versos endecasílabos atribuido a un monje normando, llamado Turoldo, cuyo nombre aparece en el último verso. La Canción de Rolando es el cantar de gesta más antiguo escrito en lengua romance en Europa y se conserva en la biblioteca Bodleiana de Oxford.


Pero la Edad Media es un tiempo convulso en el que se necesitan héroes. Es la época de las Cruzadas y una de las funciones del cantar de gesta es extender el mito caballeresco. En esta caso los 300 o 400 vascones se convierten para el poeta en un numeroso ejército sarraceno, se idealiza el valor de Rolando, que pasa a ser sobrino de Carlomagno, se destacan las virtudes de los caballeros cristianos frente a los musulmanes, se convoca la ayuda celestial para que Carlomagno pueda acudir en ayuda de su sobrino y por último, Rolando, destruye su espada Durandarte para no caiga en poder de los enemigos.


En la emboscada, el desfiladero de Roncesvalles se tiñó de sangre a causa de la cruenta batalla entre sarracenos y franceses (no entre vascones y francos). Al ver diezmado su batallón, Roldán hizo sonar su olifante. Gracias a la intervención de los ángeles, Carlomagno escuchó el angustioso sonido y emprendió la marcha para derrotar al enemigo y salvar a su sobrino. La ayuda llegó demasiado tarde y el emperador halló un paisaje desolador cubierto por el manto de la muerte. Apesadumbrado, Carlomagno juró venganza mientras sostenía en sus brazos el cuerpo de su querido Roldán.


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La Canción de Rolando


El paisaje es sobrecogedor, muy bello en verano y durísimo en invierno. El esfuerzo muy intenso para el caminante, con un desnivel de unos 1250 metros de subida y unos 450 de bajada. La belleza de las cumbres y los bosques es fascinante y en el silencio y la soledad de las cumbres todavía es fácil oír el olifante de Rolando pidiendo ayuda. La sensación del peregrino actual es que el hecho literario, la Canción de Rolando, es mucho más trascendente que el hecho histórico en el que se inspiró.


En recuerdo de aquel suceso y de tan magnífica obra, cada 15 de agosto es posible escuchar La canción de Rolando en la iglesia de Santiago, (en la foto) junto a la Colegiata de Roncesvalles.


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El combate es magnífico, la lucha se torna general. El conde Roldán no preserva su persona. Hiere con su pica mientras le dura el asta; después de quince golpes la ha roto, destrozándola completamente. Entonces desnuda a Durandarte, su buena espada. Espolea a su caballo y acomete a Chernublo. Le parte el yelmo en el que centellean los carbunclos, le desgarra la cofia junto con el cuero cabelludo, le hiende el rostro entre los dos ojos y la cota blanca de menudas mallas, y el tronco hasta la horcajadura. A través de la silla, con incrustaciones de oro, la espada se hunde en el caballo. Le parte el espinazo sin buscar la juntura y lo derriba muerto con su jinete sobre la abundante hierba del prado. Luego le dice:

-¡Hijo de siervo! ¡En mala hora os pusisteis en camino! No será Mahoma quien os preste su ayuda. ¡Un truhán como vos no habría de ganar una batalla!


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El conde Roldán cabalga por todo el campo. Enarbola a Durandarte, afilada y tajante. Gran matanza provoca entre los sarracenos. ¡Si lo hubierais visto arrojar muerto sobre muerto y derramar en charcos la clara sangre! Cubiertos de ella están sus dos brazos y su cota, y su buen corcel tiene rojos el pescuezo y el lomo. No le va en zaga Oliveros, ni los doce pares, ni los francos que hieren con redoblado ardor.

Mueren los infieles, algunos desfallecen. Y el arzobispo exclama:

-¡Benditos sean nuestros barones! ¡Montjoie! Es el grito de guerra de Carlomagno.


ManuelPozo

Manuel Pozo

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