Hay ciudades que tienen una geografía. Una orografía del terreno que condiciona su estructura e inclina a disponer sus centros neurálgicos, la loma en la que levantar el castillo, un amplio espacio donde situar la Plaza Mayor, desde la que extender la población, una dársena que la proteja del mar embravecido si se tercia o dónde disponer el mercado para que quede cerca del fielato, ineludible para la administración del burgo.
Pero hay geografías prodigiosas que tienen su realidad propia, aunque sostengan una ciudad. Este es el caso de Cuenca, que cabalga a horcajadas entre las hoces del Huécar y del Júcar. Un capricho de la naturaleza de origen kárstico que trasciende a su historia para exaltar su geografía. Porque historia, claro que la tiene, no podía ser de otra manera, pero su enclave la hace única.
Cuenca, La Hoz del Huecar
Se puede considerar que sus orígenes se remontan al siglo IX con la conquista musulmana, cuando se construyó la fortaleza de Qünka, donde hoy está el casco histórico, en plena loma y la población fue creciendo y extendiéndose hacia las vertientes que llevan a los dos ríos. Al caer el califato de Córdoba quedó integrada en la Taifa de Toledo, siendo puente para nuevas acciones de la Reconquista.
El día de la Epifanía de 1177, el rey Alfonso VIII puso cerco a la ciudad y completó su conquista en el momento en que entraba el otoño. Poco después, le otorgó el Fuero de Cuenca, uno de los más prestigiosos. Esta recopilación de leyes civiles, mercantiles, penales y procesales fueron modelo para otros lugares de Castilla, León, Aragón o Portugal.
Se distribuyó la población, según su religión, los musulmanes se establecieron en la plaza de Mangana, la judería creció en los alrededores de la calle Zapaterías, donde se encuentra la casa de los Abulafia, y los cristianos se distribuyeron entre diversas parroquias.
La Plaza Mangana es un punto de partida ideal para visitar el casco antiguo de la ciudad. Esta plaza enorme ha cambiado mucho su fisonomía a lo largo de los años, su última remodelación la tuvo cerrada durante dieciséis años y aún no está completamente concluida, sembrando una gran polémica entre los conquenses. Ahora se ha convertido en un museo al aire libre con una estructura vanguardista y muchos restos arqueológicos testigos de la historia de la ciudad. Su elemento más característico es la Torre del Reloj, con sus 28 metros de altura.
Cuenca, Plaza Mangana
Posiblemente ya hubo una torre en este mismo lugar formando parte del Alcázar que durante el dominio musulmán sirvió de vigía como fortificación de la ciudad. De poco sirvió la vigilancia cuando llegó Alfonso VIII y la conquistó. Hay constancia de que en 1510 un reloj daba desde allí las horas a la población y en un documento de 1532 aparece un dibujo de la torre con una cruz y una veleta coronándola. Durante la guerra de la independencia las tropas francesas la dejaron en un estado deplorable y hubo que reconstruirla casi íntegramente. A principios del siglo XX se acometió una remodelación de la torre que le dio un aspecto mudéjar y en 1970 sufrió la última reforma, hasta el momento, de la que salió con un matacán incorporado, sin duda para hacerla parecer más defensiva. Sean cuales sean sus avatares lo cierto es que la torre ha sido testigo de la historia de Cuenca.
El Alcázar estaba allí, pero no fue hasta 1926, mientras se efectuaban obras en la Torre del Reloj, cuando aparecieron sus restos. Se trata de un típico alcázar musulmán rodeado de un fuerte recinto amurallado; su interior albergaba el palacio de gobernador junto con otras construcciones que cubrían las necesidades de las autoridades y sus familias, como aljibes, mezquita, baños, viviendas, cuadras, etc. Su estado de conservación era ruinoso, no obstante se excavó al completo obteniendo una amplia información y posteriormente sus restos se cubrieron con un edificio para su protección, permitiendo su visibilidad a través de grandes ventanales y algunos lucernarios.
Pero la Plaza Mangana es mucho más. Allí se construyó una sinagoga en el siglo XV y posteriormente la iglesia de Santa María, de una sola planta con una torre con dos campanas. Y además es un magnífico mirador desde el que observar la parte baja del casco antiguo, la ciudad nueva y la hoz de Júcar.
La calle Alcázar nos lleva a la Plaza de la Merced, un conjunto barroco de visita inexcusable. Lo compone el Convento de la Merced que cuenta con una iglesia y una casa conventual, el Seminario Mayor de San Julián y el Museo de las Ciencias de Castilla-La Mancha.
Cuenca, Seminario de San Julian
El Convento de la Merced se levantó en el siglo XVI sobre un palacio gótico de los Hurtado de Mendoza, de planta cuadrada y un gran patio central, al que se trasladaron los monjes que anteriormente se habían establecido extramuros, en el paraje de la Fuensanta. La reconversión de palacio a convento no debió ser muy complicada y pronto la pudieron ocupar los religiosos, pero la construcción de la iglesia complementaria fue más complicada porque se dispuso sobre una cripta que dificultaba la obra y a finales del siglo XVII aún no estaba concluida. En 1739 ampliaron sus dependencias adquiriendo un edificio colindante de tres pisos que pertenecía a los marqueses de Cañete. Actualmente es un Convento de Clausura de las monjas Esclavas de Santísimo Sacramento, conocido popularmente como Convento de las Blancas.
Otro de los lados de la Plaza de la Merced está ocupado por el Seminario Conciliar de San Julián fundado en el siglo XVIII sobre un palacio del marqués de Siruela bajo los auspicios del obispo José Flores Osorio cuyo escudo preside la entrada. Completa el conjunto de la plaza el Museo de las Ciencias de Castilla-La Mancha donde anteriormente había estado el Asilo de las Hermanas de los Ancianos Desamparados del que todavía se conserva la inscripción.
Una estrecha calle peatonal nos lleva, pasando los arcos del Ayuntamiento, hasta la plaza Mayor donde se ubica la catedral de Santa María y San Julián. Cuando el 21 de septiembre de 1177 Alfonso VIII conquista lo que había sido plaza musulmana no tardó ni seis años en constituirlo como sede episcopal y un obispo necesita una catedral. Esta construcción está inspirada por la esposa del rey Alfonso VIII, Leonor Plantagenet. En aquel momento el estilo que imperaba en Castilla era el románico, pero esta dama inglesa, para más precisión normanda –de cuando aquello de los sajones y normandos con Robin Hood– pues era hermana de Ricardo Corazón de León, trajo influencias de su país convirtiéndola en la primera catedral gótica de Castilla. Se construyó entre 1196 y 1257, sin embargo, a lo largo del tiempo sufrió muchas transformaciones. En el siglo XV se reconstruyó la cabecera gótica. En el XVI se renovó casi completamente la fachada. En el XVII se reformó al estilo barroco, que era lo que imperaba en la época y en 1902 gracias a un derrumbe se reconstruyó la fachada siguiendo el estilo gótico original.
Cuenca, Catedral
Por detrás de la catedral, rebasando el Palacio Episcopal y el Museo de la ciudad, llegamos al conjunto más emblemático de Cuenca: las Casas Colgantes, con sus grandes balcones sobresaliendo en la alta cornisa rocosa sobre la hoz del río Huécar, construidas en entre los siglos XIII y XV.
Cuenca, Casas Colgadas
En el año 1565 el pintor flamenco Anton van den Wyngaerde las incluye, junto con toda la cornisa de San Martín, en su espléndida panorámica. Fotografías del último tercio del siglo XIX muestran un conjunto de ocho casas, pero a día de hoy solo quedan tres, la Casa de la Sirena y las dos Casas de los Reyes que hoy albergan el Museo de Arte Contemporáneo fundado en 1966 a iniciativa del pintor, nacido en Manila, Fernando Zóbel. En 1980, el artista donó a la Fundación Juan March su colección de pintura, escultura, dibujo y obra gráfica, así como su biblioteca personal y un conjunto con sus diarios y más de ciento treinta cuadernos de apuntes. Desde entonces, la Fundación es titular del museo y responsable de la preservación y actualización del legado recibido, mientras que el entramado urbano sobre el que se asienta es propiedad del ayuntamiento.
A un paso está el Puente de San Pablo, una estructura de hierro construida a principios del siglo XX para comunicar el Convento de San Pablo, de la Orden de Santo Domingo, hoy Parador de Turismo, con la ciudad. Esta necesidad de cruzar el río Huecar ya se manifestó y se salvó en el siglo XVI con un puente de piedra formado por cinco arcos apoyados en pilares, pero su deterioro provocó su demolición a finales del XIX, sustituyéndose por esta arquitectura del hierro, tipo Eiffel, propia de la época.
Cuenca, Parador de Turismo
Desde el puente se contemplan, además de la famosas Casas Colgadas, un conjunto arquitectónico verdaderamente singular relacionado íntimamente con su abrupta geografía: los rascacielos del barrio de San Martín. Volvemos al tema del inicio, la geografía de este gran cerro rocoso, bordeado por el Júcar y el Huécar, ha obligado a sus habitantes a poner en marcha su ingenio para aprovechar el espacio disponible y ganar terreno al abismo. Se trata de unas construcciones de hasta diez u once pisos engarzadas en la roca, por un lado y con dos o tres alturas por su entrada principal que da a la calle Alfonso VIII. Construcciones desiguales, de altura variable, a veces torcidas, que desafían a todas luces la ley de la gravedad.
Cuenca, Los rascacielos
Y subiendo por la calle de San Pedro, auténtica columna vertebral de parte alta de la ciudad, nos podemos perder por los callejones transversales asomándonos ora a la hoz de Júcar ora a la hoz del Huécar, para llegar finalmente a la iglesia de San Pedro en la plaza del Trabuco donde encontramos los restos del castillo y de la muralla con una puerta arcada para salir de la ciudad.
Cuenca, Vertiente del Júcar
Autora texto y fotos: Susana Ávila
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