´ La destrucción ecológica de nuestros bosques está tomando proporciones alarmantes. Nuestros veranos se están convirtiendo en un brasero: cuanto más seco y caluroso, más leña al fuego. En los últimos años se está abriendo paso en el mundo de los estudiosos de la historia la perspectiva de analizar las épocas desde un punto de vista ambiental y económico. Interesante perspectiva es lo que ponen en la mesa de debate algunos especialistas.
El árbol y el bosque como ejemplo de la dos Españas, una arboricida y la otra regeneracionista, viendo el árbol como símbolo de la civilización, movilizando la reforestación. Franco, muy hábil, a parte de los famosos pantanos, hizo de la repoblación forestal otra de las señas de identidad del régimen. El devorador eucaliptus y el oportuno pino se presentaban como uno de los triunfos del franquismo.
También la transición tuvo su lucha ideológica. Algunos recordaran las campañas que insistían en que todos perdíamos algo en cada incendio. “Cuando arde el bosque, algo tuyo se quema”. Años más tarde el debate se centró en el lucro económico: ardía el bosque por los beneficios obtenidos por la venta de la madera quemada o por la recalificación de terrenos para construir las llamadas “segundas viviendas”. Hoy en día estamos ya en otra dimensión que es la negligencia humana o la venganza privada.
¿Cómo actuar? Lo que reclaman los bomberos forestales: hacer en primavera una campaña de prevención, igual como la DGT en las carreteras. Si no quieres que arda, limpia. Si quemamos el bosque, disminuye el bienestar del presente y ponemos el futuro en peligro.
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