Cuantas veces al hacer un trayecto recurrente se pasa por un punto intermedio que, incluso, propiciaba una parada técnica para repostar gasolina, ir al baño o quizá también comprar mantequilla dulce de Soria en la tienda de regalos, pero que siempre, inevitablemente, acababa con la coletilla «tenemos que venir una vez con más tiempo para visitar este lugar».
Esa era la situación de mis viajes, muchos a lo largo de mi vida, entre Madrid y Aragón o Cataluña donde tengo algunos familiares, cuando pasaba por la emblemática localidad soriana de Medinaceli.
Y hace poco fui allí con un grupo de amigos noruegos –es lamentable que tengan que venir de fuera para ponernos las pilas y conocer lugares emblemáticos de nuestra geografía, historia y arte– y quedar fascinada por su impronta histórica, el señorío de la Casa Ducal de los Medinaceli, los vestigios árabes y sus restos romanos sobre una cultura celtíbera. Una dejación imperdonable puesta de manifiesto cuando en 2013 fue catalogado como uno de los pueblos más bonitos de España.
Porque sí, encaramada en lo alto de una loma, domina orgullosa el valle del Jalón. Su nombre procede de okelis que en céltico significa loma. Las fuentes escritas más antiguas sobre la población están en árabe y ellos la llamaron madina-oceli (la ciudad en la loma) y de ahí al actual Medinaceli el camino ya es muy corto.
Los primeros que pasaron por allí fueron los belos, un pueblo celtíbero de la Hispania Citerior que se había asentado entre las actuales provincias de Zaragoza y Soria y que procedía de lugares tan remotos (en aquella época) como Albania y zonas de diversos países que constituyeron la antigua Yugoslavia. En 154 a.C. quisieron ampliar su territorio provocando las guerras celtibéricas, pero llegaron los romanos y se acabaron los belos, por muy guerrera que nos sonase la raíz de su nombre bellus-belli.
Efectivamente, llegaron los romanos y dejaron su huella. Lo primero que nos llama la atención al subir la loma en la que se encarama es el Arco Romano dándonos la bienvenida. Se trata de un arco del Triunfo con tres vanos que le hacen único en España. Tras él se extendía la ciudad y en alguna plazuela aún se pueden contemplar mosaicos en el suelo en un aceptable estado de conservación. En esa época los romanos comenzaron a explotar las salinas en el valle y construyeron la Fuente del Canal, cuya agua proviene de las mismas canalizaciones y depósitos que construyeron los romanos.
Medinaceli, Arco del Triunfo, Soria
Viajar a Medinaceli es viajar al pasado. Tras el arco se entraman callejuelas empedradas, laberínticas, tan estrechas que se podrían poner en el ranking de la calle más estrecha del mundo, pero que en cualquier caso permiten tocar simultáneamente ambos muros con los brazos extendidos.
Medinaceli, Calle típica empedrada
Medinaceli, por su situación en una loma, era la atalaya perfecta para convertirse en un lugar estratégico en la frontera divisoria entre cristianos y musulmanes. Su muralla árabe protegía la ciudad, aunque de ella hoy solo queda un arco. Se dice, se cuenta, que en su alcazaba fue a morir Almanzor tras la derrota en la batalla de Calatañazor. Hacia 1129 el rey de Aragón, Alfonso I el Batallador, conquistó los altos del Jalón, pero poco después volvió a pasar a manos castellanas en ese ir y venir fronterizo que mantenía en jaque a los pobladores de la Edad Media y, por ende, a los estudiantes de bachillerato cuando se daba ese capítulo de la historia en los colegios.
No fue hasta mediados siglo XIV cuando aparece la Casa de Medinaceli. Es el rey Enrique II de Castilla quien, tras la primera guerra civil castellana, quiso recompensar a doña Isabel de la Cerda y Pérez de Guzmán, único miembro superviviente del linaje de la Cerda que tanto había luchado por la Corona, casándola en 1370 con Bernardo de Foix, al que se le había nombrado conde de Medinaceli. A la muerte de su marido, doña Isabel se tituló condesa de Medinaceli por derecho propio. En 1479 los Reyes Católicos elevaron el condado a ducado de Medinaceli y en el año 1520 el rey Carlos I incorporó al título la distinción de Grandeza de España. Y aunque este es el título más utilizado por la familia hay que saber que el pedigrí de doña Isabel es incuestionable, pues entre sus antepasados se encuentra su bisabuelo el Infante Fernando de la Cerda, señor de El Puerto de Santa María, y su abuelo Guzmán el Bueno, fundador de la casa de Medina Sidónia.
Pasamos por la Colegiata de la Asunción de Nuestra Señora que se remonta al siglo XVI, cuando fue construida por orden de la familia Mendoza –ya se sabe de su parentesco con los de la Cerda, pues la princesa de Éboli, la tuerta más famosa de la Historia de España, era Ana de Mendoza y de la Cerda–. La levantó sobre una antigua iglesia románica dedicada a Santa María la Mayor que a su vez se asentaba sobre los restos de una antigua sinagoga o mezquita. A lo largo del tiempo sufrió varias modificaciones hasta que actualmente poderlo describir como gótico tardío.
Medinacel, Colegiata de N.S. Asunción
Llegamos a la Plaza Mayor donde se encuentra el Ayuntamiento y una placa evoca los versos de Gerardo Diego
Medinaceli
Ciudad del Cielo de Medina
diamantina
inviolable a las mesnadas
y a los ángeles abierta.
Ciudad dormida despierta
y abre tus alas plegadas
que tienes ancha la puerta
Fachada del Ayuntamuento de Medinaceli, en la Plaza Mayor
Muchos son los caserones nobiliarios que se distribuyen en la villa, pero sobre todo destaca el Palacio Ducal situado en plena Plaza Mayor. Los duques de Medinaceli poseían un privilegio único por el cual frente a su escudo no se podía oponer otro.
Palacio Ducal, Mecinaceli
Esta concesión nos lleva a satisfacer una curiosidad madrileña: la residencia de la familia Medinaceli estaba en la Carrera de San Jerónimo, colindante a la iglesia del Cristo de Medinaceli, hasta el año 1910 en que el edificio se sustituyó por el hoy Hotel Palace, por esa razón, el Palacio de Villahermosa (hoy sede de Museo Thyssen-Bormemisza) tiene su fachada principal por la calle Zorrilla en lugar de por la Carrera de San Jerónimo.
Plaza Mayor de Medinaceli, Soria
Saliendo de la Plaza Mayor hacia el oeste se llega al arco árabe, lo único que queda hoy en día de las murallas que un tiempo atrás la protegieron.
Medinaceli, Puerta/Arco árabe
Y de regreso, al bajar la cuesta que nos había remontado a la loma, vemos la Ermita del Humilladero, sencillo templo exento, en extramuros, en el recodo del camino que lleva a la Fuente del Canal. El objetivo de este tipo de templos era el de facilitar la práctica religiosa de los transeúntes. Y en nuestra despedida parece evocar un sincero «Hasta pronto».
La Ermita del Humilladero, Medinaceli
Autora: Susana Ávila
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