El tren de A Gudiña, el tren de la Galicia y de la España vaciadas

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J.A. Vazquez Barquero

  A Gudiña se ha convertido en un referente para todos aquellos que entendemos que el mundo rural no se debe abandonar a su suerte. Y no es una cuestión estrictamente ferroviaria. Hoy nos movilizamos por el recorte en el número de paradas del AVE, pero ayer hacíamos lo propio por el cierre del paritorio de Verín y la semana anterior cuestionábamos la menguante presencia de entidades financieras en las áreas no urbanas de la provincia de Ourense.


     Es la lucha recurrente contra la inercia y la resignación, por supuesto, pero también contra la miopía y el cortoplacismo campante en el mundo de hechos consumados en que nos ha tocado vivir. Casualidades del destino, cual recordatorio, aviso a navegantes o premonición, la multitudinaria manifestación de este sábado en A Gudiña vino acompañada de un devastador incendio, a escasos kilómetros, en el vecino Concello de Vilardevós. Un lamentable infortunio que nos obliga a reflexionar sobre la magnitud y transcendencia del impacto real de la despoblación y abandono del territorio, y sobre la imperiosa necesidad de, cuando menos, tratar de revertir un devenir que se antoja desolador.


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Imágenes de la manifestación del sábado en A Gudiña (Ourense)


    Hace apenas diez días, argumentaba en estas mismas páginas, con motivo de la festividad del 25 de julio, que resultaba obligado superar la confrontación dialéctica entre el medio rural y el mundo urbano, y comprender que ambas son realidades complementarias estrechamente interdependientes. 


     Durante décadas, por no decir siglos, hemos tenido una visión polarizada y, en buena medida, dicotómica del desarrollo socioeconómico, que identificaba las ciudades como el ámbito de la innovación y del progreso, y relegaba a las áreas rurales al atraso y la marginalidad. Pero la degradación medioambiental y el consecuente cambio climático nos han recordado que el territorio es un todo integrado que en ningún caso se aviene a limites administrativos impuestos o se deja engañar por criterios de productividad creados artificialmente por el ser humano. En consecuencia, seguir apostando por la concentración sin límites de la población y de la actividad económica, en contraposición a un modelo policéntrico más equilibrado de ocupación del espacio, se antoja una estrategia equivocada cuya factura con dificultad estaremos en condiciones de soportar. De ahí, la necesidad de buscar alternativas para las áreas rurales, que en ningún caso pasan por la pérdida de servicios públicos o la merma en las prestaciones del Estado, en la medida en que esto último contribuiría a profundizar la brecha que las separa del medio urbano, cuando lo que debe primar es la eficiencia social, por encima de la estricta reducción de costes económicos.

  Nos hemos parado a pensar como la francesa Vichy, una modesta villa de apenas 800 habitantes a principios del siglo XIX y alejada de los centros de poder, llegó a convertirse en la reina del termalismo europeo

    Es más, en la lógica del discurso precedente, cada ámbito territorial debe aprovechar su hecho diferencial y su ventaja comparativa, una tarea en la que el protagonismo del Sector Público es determinante. Resulta a todas luces poco factible convencer a la iniciativa privada de que invertir en las áreas rurales es rentable cuando el primero que huye de ellas es el Estado. Pero el papel de este último no puede ser meramente testimonial ni adoptar un carácter tan solo asistencial. Es imprescindible repensar nuestro sistema productivo en su globalidad y apostar con decisión por aquellas actividades que puedan apuntalar un desarrollo sostenible de las zonas rurales ¿En algún instante nos hemos parado a pensar como la francesa Vichy, una modesta villa de apenas 800 habitantes a principios del siglo XIX y alejada de los centros de poder, llegó a convertirse en la reina del termalismo europeo atrayendo a múltiples personalidades del momento? Cierto es que disponía de un recurso natural de enorme valor para la sociedad contemporánea, pero también es un hecho contrastado que el Estado galo supo buscar los mecanismos de financiación adecuados para propiciar el aprovechamiento de ese ingente potencial. Por supuesto, obvia recordar que en 1862 el propio emperador Napoleón III inauguraba la estación ferroviaria de Vichy, pieza angular de la redefinición urbanística y productiva de la por entonces pequeña villa de las orillas del Allier.

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