El desarrollo termal como proyecto colectivo

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      Destacábamos hace un par de semanas el extraordinario esfuerzo acumulado durante décadas por un significativo y multidisciplinar plantel de investigadores y profesionales que, recogiendo el testigo del doctor Míguez, emprendieron la ardua tarea de valorizar la riqueza termal de la provincia de Ourense, sin mayor pretensión que contribuir al bienestar colectivo. Un quehacer cotidiano que, en demasiadas ocasiones, ha pasado desapercibido para el común de los ciudadanos, evidenciando como la divulgación científica ha sido una asignatura pendiente en nuestra sociedad, pero también mostrando a las claras la debilidad de lo que podríamos denominar “ecosistema” termal territorial. Un término, este último, deudor de la Biología y que pretende hacer alusión a un entramado de entidades y organizaciones que, vinculadas a la actividad termal, se relacionan en un medio determinado, caracterizado por la diversidad e interdependencia de los agentes que operan en el mismo.


      Partiendo de la percepción anterior, es fácilmente comprensible que no se suela identificar la riqueza termal de un territorio atendiendo tan solo a su dimensión física y, en concreto, a la dotación particular de recursos geotérmicos susceptibles de un aprovechamiento productivo. Como en el caso de cualquier ecosistema, la diversidad orgánica es una cualidad que valoriza el medio y que, en el supuesto que nos ocupa, se asocia a la capacidad endógena para generar una comunidad de entidades “vivas” que, desde múltiples ámbitos y enfoques, pero bajo una lógica cooperativa, contribuyan a dinamizar un entorno nutrido de potencialidades.


     En línea con la reflexión anterior, el análisis de la realidad territorial permite identificar la existencia, cuando menos en Europa, de diferentes tipologías de ecosistemas termales, atendiendo a la diversidad y vitalidad de las entidades y organismos que los integran, a su grado de interdependencia interna y a la particular dotación de recursos disponibles en el entorno. A este respecto, un ejemplo paradigmático es el que ha tomado cuerpo, a lo largo de las últimas cuatro décadas, en la región francesa de Auvernia-Ródano-Alpes, un territorio singular que alberga del orden de 24 estaciones termales, algunas de las cuales gozan de una notable reputación y renombre internacional. Así, en este escenario, ha surgido un conglomerado de redes de cooperación, conformadas por entidades de naturaleza tan variada como la Asociación de Balnearios Thermauvergne, la Ruta de las Villas de Agua del Macizo Central, el Campus de Oficios y Cualificaciones en Termalismo, Bienestar y Salud, el Instituto Interuniversitario de Medicina Termal o el Clúster de Innovación Innovatherm. Un ecosistema en el que se dan la mano operadores públicos y privados implicados en la promoción colectiva de una oferta termal, la creación de un producto turístico compartido, la generación de una red de centros de formación y cualificación profesional, el impulso de la investigación y la innovación en el ámbito de la hidroterapia tradicional y el cuidado de la salud, y el desarrollo de nuevas aplicaciones industriales de los recursos geotérmicos.


    No obstante, la experiencia de Auvernia-Ródano-Alpes ejemplifica también el caso de un gobierno regional que en el periodo 2016-2021 destina 43 millones de euros a implementar un Plan de Desarrollo Termal orientado a la conformación de una “nueva generación” de resorts y balnearios, en la que el enfoque terapéutico tradicional se complementa con una visión preventiva y de cuidado de la salud. Una iniciativa que, como era de esperar, ha incidido significativamente en la renovación y modernización de las instalaciones termales, pero que también ha propiciado una mayor cooperación entre los diferentes operadores regionales, dinamizando el ecosistema territorial.

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