​Alhama de Aragón y Calatayud: de termas romanas y castillos musulmanes

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      El vapor del agua asciende desde las orillas del río Jalón, pintando con una estela blanca y flotante el parque alfombrado de hojas secas que está frente al hotel, alterando la imaginación. Es una noche fría y la luz tamizada por el vaho, barniza de sombras las réplicas de estatuas clásicas que hay sobre peanas o encima del muro, insinuando que cualquier espíritu de la Belle Époque puede aparecer en un instante. Los edificios que componen el balneario Termas Pallarés, construido a mediados del siglo XIX, están iluminados, dando al conjunto un aspecto solemne. Dentro, las aguas de los circuitos apenas se detienen en su impetuoso borboteo que termina en el río, pero fuera el silencio es magnífico, solo roto por el fluir apaciguado de la corriente o el graznido de algún cuervo. Aquí, a Alhama de Aragón, la de los mil manantiales en tierra de secano, conocidos desde la antigüedad, vino el escritor José Luis Sampedro por primera vez en 1925 en compañía de su padre, apenas tenía ocho años y desde entonces sus visitas a la localidad, buscando reposo e inspiración, fueron frecuentes. Era fácil verle pasear por las calles del pueblo o sentarse a charlar con la gente en las terrazas. A finales de los 50, cuando estaba escribiendo El río que nos lleva”, Sampedro dijo: “Necesitaba inspirarme para describir el paisaje de mi libro. Elegí Alhama porque estaba muy bien situada y me permitía moverme con facilidad a otras localidades".


     Es cierto. La idea de estar cerca de muchos puntos de interés, de estar en una especie de cruce de caminos —hay 100 kilómetros a Zaragoza, unos 200 a Madrid y 350 a Valencia o Bilbao—  recorre el sentir del viajero en Alhama. Resulta curioso, sin embargo, que Sampedro meditase sobre los gancheros del Tajo de El río que nos lleva a orillas de este Jalón pequeño, tembloroso, asustadizo, que, aun siendo el principal afluente del Ebro por su margen derecha, queda lejos en caudal y en señorío de su hermano mayor situado más al sur.


     En el conjunto termal, además del hotel que comenzó a construirse en 1860 por iniciativa de Manuel Matheu, un próspero hombre de negocios catalán afincado en Madrid, se encuentran también una casa-palacio que sirvió para albergar al esposo de Isabel II, el rey consorte Francisco de Asís y Borbón y a su amigo, el duque de Montpensier. Además, también existen el hotel Cascada y un casino de 1917.


     Pero la joya dentro del recinto es el lago termal, el más grande de Europa, con el agua entre 28º y 32º. En su isla central, pintado de blanco y coronado por una cúpula esférica negra se halla el mausoleo de la familia Matheu, donde está enterrado el fundador del balneario y sus siete hijos, todos muertos antes que su progenitor. Este hecho me llama la atención porque la desgracia de sobrevivir a todos y cada uno de sus hijos es lo que le aconteció también al padre de las hermanas Brontë o al político revolucionario ruso León Trotsky, aunque los del empresario murieron o siendo niños o casi adolescentes. Al final de su vida, sin ningún hijo que le sucediera, Matheu, el rico oligarca poseedor de un imperio termal y de una enorme fortuna, que había conseguido que la línea del ferrocarril pasase por la misma puerta del balneario gracias a sus influencias en la Corte, moría solo imponiendo a los herederos la obligación de construir para él y su familia un panteón en sus termas mirando al lago. Hoy el mausoleo está cerrado y en estado de abandono.


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Lago del balneario de Alhama de Aragón


      En el lago es el ir y venir de familias enteras por la mañana, todos embutidos en los albornoces blancos del balneario, el ajetreo de sus sorprendidas entradas en el agua, el que me tiene perplejo. Parece como si el tiempo se hubiera detenido. La algarabía se torna en silencio después de que la gente se zambulle y se pone de pie sobre el fondo lleno de peces que les mordisquean las plantas. Los peces viven en ese envolvente líquido templado y leo que hay serpientes de agua y cormoranes que se acercan a pescarlos. Leo también que las aguas tienen propiedades porque son aguas bicarbonatadas, cálcicas, nitrogenadas y que ayudan a los problemas reumatoides, a los procesos inflamatorios y a aliviar dolores articulares en general. Siempre es igual en todos balnearios, casi las mismas palabras, edulcorando los beneficios de sus aguas para la salud, exacerbando las propiedades terapéuticas de las corrientes, de los chorros en los circuitos.


       Al visitante, no obstante, le gusta como suenan. Sampedro aseguró que mientras escribía la novela padecía de fuertes dolores de espalda y que “después de tomar unos baños en sus balnearios comencé a sentirme mucho mejor". Tal vez fuera una forma de corresponder a sus anfitriones, o quizá la prueba de que las aguas tienen efectos positivos.


     El bello teatro-casino se mantiene en silencio y mira al lago de soslayo, sabiéndose guardián de los secretos más inconfesables de las damas y caballeros de la alta sociedad que lo frecuentaron en las primeras décadas del siglo pasado, un edificio que acogió salas de juegos, de cartas o de ruleta, pero también salones donde probablemente podía tener lugar cualquier encuentro, cualquier proposición.


     Aquí se han rodado varias películas españolas, pero la que me llama la atención es precisamente la que no se llegó a rodar: El castillo, basada en la novela del mismo nombre de Frank Kafka. Para preparar la película se alojaron en el balneario el guionista Rafael Azcona y el director italiano Marco Ferreri, pero el film, que debía girar en torno a la surrealista y oscura historia creada por Kafka, no se rodó: Trataba el conflicto de un agrimensor alienado que lucha, frustrado, contra la burocracia interminable, una lucha por oponerse al sistema.


    Salimos del balneario para recibir el grato aire refrescante paseando hasta Alhama, apenas unos cientos de metros, y nos damos de bruces con la antigua Nacional II que atraviesa el pueblo con destino a Barcelona o a Madrid, y que hoy es necesario recorrer en un tramo para llegar al centro. El pueblo se presenta ante el visitante algo deslavazado, mal partido por ese anacronismo, una vía heredera de los romanos que debió traer prosperidad a los alhameños en su día por los negocios asociados a las paradas de los transportes. Hoy la vieja carretera languidece y en algunos tramos parece romperse en pedazos. El casco histórico de Alhama muestra una estructura musulmana, una encrucijada de calles estrechas, y en la plaza visitamos el formidable palacio aragonés del siglo XVI, donde encontramos una exposición permanente que la asociación “Amigos de Jose Luís Sampedro” mantiene abierta sobre el escritor. Sampedro fue nombrado hijo adoptivo en 2003 por el especial cariño que siempre mostró por el pueblo. El escritor, que no se olvidaba de la localidad balnearia, dejó escritas en sus obras Octubre, octubre y La vieja sirena algunas alusiones a los paisajes de Alhama.


     Seguimos al Jalón aguas abajo por las pistas musulmanas y romanas y nos acercamos a Calatayud, a unos veinte minutos de Alhama. Nos impresiona el legado histórico, pero nos impresiona más la cálida acogida de Carlos de la Fuente, un guía que parece improvisado por lo locuaz y dicharachero, que entretiene lo mismo que documenta con seriedad, contando los más divertidos chascarrillos entre colegiatas, sinagogas, iglesias y castillos medievales, tal cual un cronista decimonónico o un trovador renacentista, porque canta también. Mientras nos cuenta cosas sobre la ciudad y nos relata su devenir histórico, nos lleva al mirador del barrio de la Concepción-Judería —la  fusión cultural está muy presente en Calatayud— y contemplamos las ruinas de hasta cinco castillos que marcan la identidad de la Bilbilis celta, después romana y más tarde árabe. Desde el mirador, muy cerca de la Sinagoga Mayor, la vista sobre el caserío bilbilitano impresiona. Nos sorprende la colegiata de Santa María la Mayor, estupenda muestra del plateresco aragonés y en ella, sobre todo, la espléndida portada de alabastro llena de ángeles, grutescos, imágenes de María, y san Pedro y san Pablo flanqueando la entrada. La colegiata está clasificada como monumento patrimonio de la humanidad por las trazas de la fábrica mudéjar original que conserva en el claustro, la torre y el ábside, una muestra más del valor universal excepcional del mudéjar aragonés. Desde aquí se llega hasta la iglesia de San Juan el Real, que antes fue colegio jesuita, atravesando la calle de Baltasar Gracián. En este  templo buscamos el rastro del escritor del Siglo de Oro, nacido muy cerca de Calatayud, que llegó a impartir clases de Humanidades en su seminario. Su obra maestra es El Criticón, una de las novelas cumbre de la literatura española, comparable a El Quijote o La Celestina, y en ella, entre aforismos y alegorías, expresa un pensamiento pesimista, muy propio del periodo barroco. Gracián, él mismo sacerdote de la Compañía, se enfrentó en varias ocasiones con los jesuitas, tal vez por su inclinación a denunciar que el mundo era un espacio hostil y engañoso, donde prevalecen las apariencias. Me recuerda al agrimensor de Kafka por su cruzada contra el orden establecido, el de la película que Ferreri y Azcona nunca rodaron en el balneario de Alhama.


    Con Carlos, el guía, la veintena de visitantes caminamos entregados por las calles de la ciudad para terminar, como no podía ser menos, en el mesón de la Dolores, en la plaza Mesones, epicentro del mito popular que ha protagonizado no pocas novelas, dramas teatrales, operetas, zarzuelas y hasta películas. Carlos alcanza en este momento estelar de su recorrido dimensiones de actor de teatro clásico, se sabe protagonista, pues acapara, ahora sí, la atención de todos, y habla en verso y en castellano antiguo. Yo lo imagino subido en un escenario. La realidad de la mujer, detrás del mito de la legendaria Dolores, nos explica, no es más que la trágica historia de amor de una guapa mujer bilbilitana algo osada que acaba mal, y que una copla popular anónima hizo grande a finales del siglo XIX.


Calatayud, vista aérea

Vista aérea de Calatayud


     El poeta bilbilitano José Verón Gormaz (1946 - 2021), cronista oficial de Calatayud, bien pudo haber escrito esa copla, porque este autor y fotógrafo elaboró hasta estrofas de jotas, tratando de aunar lo local y lo universal y buscando la belleza. A Verón, que publicó más de 30 libros de poesía, prosa e imagen, y que fue Premio de las Letras Aragonesas 2013, se le considera discípulo de Gracián, pero también del otro poeta nacido aquí, Marco Valerio Marcial, cuando esto era la Bilbilis Augusta romana hace siglos y el itinerario Antonino transcurría por Alhama y Calatayud hasta Caesar Augusta (Zaragoza). El poeta romano de origen hispano fue un maestro de la poesía satírica y se cree que en el siguiente epigrama del autor se hallan las referencias de las aguas termales de Alhama (Congedo se ha identificado con Alhama):

Nadarás plácidamente en el vado del tibio Congedo

y los agradables lagos de las Ninfas, /

gracias a los cuales contraes el cuerpo relajado en el breve/

Jalón, que enfría el hierro./ 

Allí la propia Bubierca garantizará de almorzar/

fieras que serán cerca acribilladas.


     En el mesón nos presentan toda una abundante selección de vinos con D.O. Calatayud y optamos por el Samitier Roble de las bodegas Augusta Bilbilis que degustamos acompañando a una tapa de borrajas con almejas, una exquisitez local. Hace ya un rato que Carlos nos dejó, emplazándonos a una nueva visita, pero el eco de su entrañable voz envolvente nos seguirá acompañando mucho rato.


    Al regresar a Alhama otra vez es noche cerrada de invierno, y el río nos avisa, con su sonido y su estela, de que está despierto todavía. Aunque El río que nos lleva es mi obra favorita de Sampedro y no tanto La vieja sirena, decidí recuperar esta última para la elaboración de la crónica. En La vieja sirena Sampedro ubica la acción en el Antiguo Egipto, en el Delta del Nilo, y en su tercera página de mi edición (Random House Mondadori 2005), leo lo siguiente:

...Entretanto, el esclavo guía ha sacado a la comitiva del área del mercado, acercándola a las orillas del canal de Alejandría, donde se concentran las placenteras actividades que han hecho de Canope uno de los más lujosos balnearios y centro de diversión de todo Egipto…”. 


    No puedo dejar de pensar en nuestro guía de hoy, al que no percibo esclavo de nada que no sea de su inmensa pasión por la historia de su ciudad, e imagino que el canal de Alejandría no puede compararse al lago termal del complejo de Alhama, pero a la vista de Sampedro, seguro que se le asemejaría y el autor quiso dejar en su novela el rastro del balneario de Mathieu, que es otra forma de inmortalizarle.


Josu Bilbao VyC 205

Autor:

Josu Bilbao Munitiz 

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