Melilla, la insularidad irreal de una tierra de huida

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      Volar a Melilla es intentar entender un pasado lleno de batallas, de conquistas y de innumerables derrotas, hasta un presente de inmigrantes y de conflictos fronterizos; es volar a lo mestizo, a una bella ciudad mediterránea, a una plaza fuerte, a un refugio migratorio de aves que no pueden volar.  Porque no es fácil entrar a ese pedazo cotizado de Europa en el norte de África buscando la prosperidad y la seguridad de Occidente. A Melilla, como a Ceuta y a otros lugares de esa costa africana del Mediterráneo, intentan llegar muchos que quieren cruzar a otra suerte, a otra vida, y eso hace de esta ciudad autónoma un paraíso deseado.


Melilla, Vista au00e9rea

Melilla, Vista aérea


      Melilla se jacta de ser la patria chica del escritor y dramaturgo Fernando Arrabal, y en la ciudad, el escritor niño vivió la cárcel de su padre tras la sublevación militar del 36, porque el teniente Arrabal Ruiz se mantuvo fiel a la República. Melilla era entonces parte del Protectorado Español del Norte de Marruecos, y aquí comenzó el golpe de estado del general Franco. Por todas partes hay placas conmemorativas y bustos de bronce de generales o de tenientes con loas a hazañas bélicas, de antes y de después de la sublevación, como el impresionante monumento al Ejército de África o el no menos pretencioso, dedicado a los Héroes de España, y a veces todo aquí parece que suena a disciplina castrense y a toque de corneta. 

    

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Melilla, Plaza de España y Monumento a los Heroes


     Hay muchos militares, pero también civiles, haciendo deporte por las mañanas de sol y playa, que son las más durante el año, recorriendo a buen paso el larguísimo paseo marítimo, o surfeando en las olas que aún mantienen algún vigor cuando llegan a las playas del puerto, la de San Lorenzo o la de Los Cárabos.


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Playa de Los Cárabos, Melilla


     No es fácil encontrar referentes literarios de Fernando Arrabal que le vinculen a la ciudad donde nació, más allá de los homenajes que Melilla le ha otorgado y que él ha recibido encantado. El dramaturgo surrealista, o dadaísta, o quizá indefinible, escribió en 1967 su obra teatral El jardín de las delicias mientras estaba preso en Carabanchel y pedían su liberación autores de la talla de Samuel Becket, Octavio Paz, Cela o Vicente Aleixandre. En la obra nos habla de la pérdida de la inocencia y del mundo que se abre y se pliega a la vez con las personas que están dentro. Me pregunto cuánto de su infancia en Melilla le habrá condicionado al escribir su obra, si hacemos caso a Rainer Maria Rilke, el poeta austríaco que afirmó que la verdadera patria del hombre es la infancia.


     En la que probablemente sea la ciudad más cálida de España en invierno —con permiso de Canarias— se puede ver lo marroquí y lo malagueño mezclado, la fusión de lo andaluz, de lo español con el Magreb. Aquí los menús del día ofrecen paella, pero también se degusta el cuscús o el tallín de la sabrosa cocina marroquí, o la pastela de marisco—  una especialidad melillense que en el restaurante “El caracol moderno” preparan con exquisita habilidad—. Para beber nos ofrecen vinos de la península y un delicioso té verde a la menta en los bares y restaurantes regentados por musulmanes.


     Melilla, la Rusadir de los fenicios que la fundaron en el siglo VII a. de C y conquistada para la corona castellana en 1497, se enciende de cristiana Navidad en la semana previa a la Nochebuena, en la que realizo la visita, y muestra su lado más navideño en el belén gigante que ocupa gran parte de las callejas adoquinadas del recinto del casco viejo, o El Pueblo, como llaman aquí a Melilla La Vieja. 


Melilla, La Vieja

Melilla, La Vieja


       El belén tiene necesariamente que compartir protagonismo con las llamadas del muecín desde el minarete que, persistente, convoca a la oración cinco veces al día, como si estuviésemos en cualquier localidad del Magreb. Las cinco peticiones musulmanas se mezclan con los villancicos tradicionales de los peces en el río que suenan atronadores por los altavoces de las plazas, y estas llamadas a la oración en la mezquita se siguen a rajatabla por la comunidad islámica en una ciudad colonizada cristiana, pero con más de la mitad de su población hoy de religión musulmana: de sus 85.000 habitantes, son musulmanes un 52%. El tamazight, una lengua bereber, se habla en la calle y en los bares, y se palpa el eco de la pertenencia a la montañosa región del Rif marroquí, que fue territorio del protectorado español hasta 1958. Gran parte de la población se dice de sí misma que es rifeña.


     En El Pueblo recorremos en un tour guiado la fortaleza con sus cuatro recintos amurallados, de los que tres se internan en el mar y uno lo hace sobre el continente. Está la bella cala que llaman la Ensenada de los Galápagos, sombreada y de aguas turquesas, justo bajo los murallones defensivos,  y está el interesante Museo Militar, en el Baluarte de la Concepción, declarado bien de interés cultural; o las Cuevas del Convento, grutas naturales que se excavaron en el siglo XVIII para almacenar víveres y que terminaron dando cobijo a la población en momentos difíciles; o el Almacén de las Peñuelas, que hoy acoge el Museo de Melilla, con una interesante colección etnográfica de las culturas sefardí, bereber y gitana. Estas tres, junto con la hindú y la cristiana, han hecho que Melilla se haya ganado el apelativo de la ciudad de las cinco culturas.


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Ensenada de los Galápagos bajo las murallas de la fortaleza. Al fondo el monte Gurugú


      En el templo hindú, en el centro de la ciudad, recogen en estas fechas, ellos también, juguetes para los niños más necesitados, y nos atiende uno de los responsables que confiesa que quedan pocos hindúes en Melilla, pero que la comunidad fue mucho más numerosa, que algunos venían de Canarias y que solían regentar negocios casi siempre de aparatos eléctricos.


      Al pasear por las concurridas calles de la ciudad vemos gente con chilabas y babuchas comprando en el Mercado Central, lleno de puestos de especias y carnicerías halal, familias de vacaciones con niños comiendo churros, y todo bajo la atenta mirada de los elegantes edificios modernistas. Melilla atesora en sus 12 kilómetros cuadrados de extensión más de 500 obras arquitectónicas de ese estilo, siendo la segunda ciudad española, después de Barcelona, con más representación de arquitectura modernista en sus calles, lo que la convierte en el principal centro modernista de toda África. Impresionan el edificio de la Reconquista, el Palacio de la Asamblea o la Casa de los Cristales, construida en 1927 y que albergó el lujoso hotel Reina Victoria, el mejor hotel del norte de África en la época. También es bellísima la Casa Tortosa, antiguo economato militar. Y todo gracias a Enrique Nieto, un discípulo de Gaudí, que fue nombrado arquitecto municipal y al que se le encargaron las obras del ensanche de Melilla mientras el dinero no faltaba por la explotación de las minas del Rif.


Casa Tortosa,  en Melilla

Casa Tortosa, Melilla


      Melilla era hacer la mili, de las antiguas, y allí la hizo mi tío Basilio, el hermano mayor de mi madre, al que los coroneles le pedían trasladar en cochazos a sus hijas a la playa, que para eso el tío Basilio era apuesto y lozano. Y volvió al pueblo crecido, diciendo que la mili había sido unos paseos con chicas por las playas. Poca gente le creyó. También fue aquí donde le tocó hacer la mili —así se decía antes— al escritor Enrique Vila Matas quién en 1971, a sus 23 años, fue a parar a un colmado militar después de ser atendido en psiquiatría del hospital tras haber intentado hacerse pasar por loco, ingiriendo coñac y anfetaminas. No logró que le devolvieran a Barcelona, esa era su intención, pero África le descubrió su vocación porque aquí empezó a escribir para ahogar el tiempo, y en su estancia terminó su primera novela Mujer en el espejo contemplando el paisaje.


     Tengo la sensación extraña de estar en una isla sin estarlo, porque se percibe una especie de insularidad irreal, el aislamiento de una ciudad medio europea en un continente que no le corresponde y en un rincón geográfico ajeno. A veces hasta se diría que no se espera a nadie aquí. A ello contribuyen los melillenses al preguntar al viajero, con asombro o perplejidad, porqué ha elegido Melilla como destino turístico. Pero es la misma gente que, al cabo, se muestra orgullosa y responde satisfecha, halagando las excelencias de su ciudad.


Puesto de especias en el Mercado Central

Puesto de especias en el Mercado Central


      El mar, refulgente a esta hora de un mediodía de diciembre, ciega las retinas mientras el ferry de Balearia se sujeta a los postes del puerto con amarres ciclópeos y los ciudadanos de la España peninsular, provenientes de Málaga, Motril o Almería, a casi ocho horas de recorrido marítimo, descienden ansiosos buscando una paz que aquí ha costado mucho esfuerzo lograr, un esfuerzo de siglos, y que muchas veces se rompe con demasiada facilidad en las vallas.


      Caminamos hasta la verja buscando los pasos de una frontera conflictiva como lo son todas. El único paso autorizado en la actualidad entre Marruecos y Melilla es el de Beni-Enzar, que antes de la pandemia de 2020 cruzaban a diario cientos de porteadores marroquíes, en su mayoría mujeres, para comprar cualquier producto evitando el pago de aranceles, pues se consideraba equipaje personal, para venderlos después en territorio marroquí. Otras entraban en la ciudad autónoma para trabajar en el empleo del hogar, pero tras el cierre de tres de las cuatro fronteras, algunas mujeres han tenido que optar por permanecer en Melilla. Beni-Enzar sufre colapsos diarios con esperas que pueden llegar hasta las siete horas en fin de semana, para viajar a Nador o a las ciudades vecinas, y vuelta. Nos lo comentan los melillenses apostados pacientemente entre las rejas y las vallas del puesto, así que desistimos en nuestro intento de cruzar.


¿Os merece la pena la espera?


Yo si cruzo es para para comprar pollo, carne y frutas y verduras —nos dice una mujer empleada en un museo de la ciudad— que tienen un sabor que no tienen las que nos traen de España. El pollo lo guarda mi madre, que es mayor, debajo de su asiento del coche, que a ella los guardas no le piden que se levante.


     En otro de los puestos fronterizos, el del Barrio Chino, es donde tuvo lugar la conocida como Tragedia de la Valla de Melilla cuando el 24 de junio de 2022 unas 2.000 personas, sudaneses en su mayoría, trataron de cruzar la frontera entre España y Marruecos encontrándose con la intervención de las fuerzas policiales de los dos lados de la frontera. Fueron al menos 37 personas las fallecidas y hubo otras 76 desaparecidas, además de las 470 personas que la policía española devolvió de forma sumaria y sin garantías a Marruecos, como ha confirmado el defensor del pueblo. La masacre aún no ha sido investigada, algo que organismos como Amnistía Internacional han solicitado al gobierno en repetidas ocasiones. Un episodio más del horror que se vive en estas ciudades de frontera demasiado a menudo.


     El segundo día de mi estancia ha transcurrido, y a esta hora crepuscular el sol es como una veta sanguinolenta en el horizonte mientras se van encendiendo las farolas que iluminan la Plaza de los Pescadores, en cuyo centro tiene una pequeña embarcación azul y blanca, homenaje a la antigua flota pesquera que desapareció. Camino por una avenida sosa, idéntica a la de cualquier ciudad mediterránea, bajo una llovizna desarmada, sin fuerza, y se me hace evidente que Melilla sufre en carne propia las desavenencias de la modernidad.

 

Plaza de los Pescadores, Melilla

Plaza de los Pescadores, Melilla


    El escritor Sergio del Molino, conocido por su obra La España vacía (2016), es también autor de su tal vez menos conocida Lugares fuera de sitio, Premio Espasa 2018, donde describe un paseo por lo que llama las fronteras insólitas de España. En una entrevista concedida a La Razón a raíz de la publicación de este ensayo dijo sobre Melilla y otras ciudades como Ceuta, Gibraltar, Olivenza, Llívia o Rihonor de Castilla que son lugares especiales que no gustan. Nadie va. Ponen de manifiesto conflictos muy viscerales que no están a la vista y que aquí son difíciles de disimular. Dan juego para comprender muchas cosas sobre quién somos. Que Europa tenga un pie aquí hace mucho más bien que mal”. 


      El autor en este paseo por estos enclaves busca los motivos para la convivencia en un momento en el que a muchos les cuesta encontrarlos. Creo que no le falta razón, yo sigo buscándolos.


Josu Bilbao VyC 205

Autor: Josu Bilbao Munitiz






Fachada modernista, Melilla
Fachada modernista, Melilla

El autor del Reportaje, Josu Bilbao
El autor del Reportaje, Josu Bilbao

Mujer comprando en el Mercado Central
Mujer comprando en el Mercado Central

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