Un país fuerte

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Fernando Gonzalez

Hace unos días, estaba indagando en las luces y sombras de la vida del conservador y autoritario Canciller alemán, Otto von Bismarck, considerado por muchos historiadores como el artífice de la unificación alemana y una de las figuras clave de las relaciones internacionales durante la segunda mitad del siglo XIX. De repente, me encuentro dos pensamientos relacionados con su opinión agridulce y acertada sobre  la historia sociopolítica de nuestro país: "Estoy firmemente convencido que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”. “Lo increíble de España es que con una clase política tan inepta todavía exista el país”.


   Son frases dulces, porque la Guerra Civil del 36, las fallidas 1º y 2º Repúblicas, los graves problemas terroristas del pasado y las tensiones territoriales  todavía presentes, no han evitado que España continúe siendo un país bueno para vivir (puesto 25 en el índice de Desarrollo Humano) e influyente en la escena internacional (décimo tercera economía mundial, y gran potencia del turismo junto con Francia).


  Son frases agrias, porque una parte importante de nuestra clase política actual, además de ineptitud, también manifiesta un claro egoísmo e insensibilidad con los problemas reales de la ciudadanía. Contrariamente a lo ocurrido durante la Transición, son incapaces para ponerse de acuerdo en acordar unos eficaces Presupuestos Generales y contundentes medidas económico-sanitarias que minimicen los efectos negativos de la Pandemia.


   En la última encuesta electoral publicada por Antena 3 Noticias, los 5 líderes de los partidos de ámbito estatal obtienen notas de valoración que oscilan entre el 2,2 y el 3,7. En Agosto de 1996, Julio Anguita, Felipe González y José María Aznar, estaban muy cerca del 5 y con pocas décimas de diferencia entre ellos. Tenemos los peores políticos en tiempos difíciles, pero este país mantendrá su fortaleza, si la generalidad de los españoles dejamos a un lado los viejos fantasmas de los prejuicios ideológicos, siguiendo trabajando responsablemente y apoyando a las víctimas de esta “nueva normalidad”.

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