El ocaso de las viñas tintas

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Marcelino Diaz 150 (2)

En el mundo del vino hay dos productos claramente definidos no solo por su color (vino blanco y vino tinto), sino además por su estructura productiva y por la demanda de los mercados; el vino tinto se demanda tres veces mas que el blanco. Sin embargo en Extremadura (en el resto de España es similar) la superficie de producción de uno y otro es favorable a las variedades blancas con un 68,5 % de la superficie mientras que las tintas solo alcanzan el 31,5 %. Si a ello le sumamos que la producción por hectárea de uvas en las variedades tintas es considerablemente inferior que en las blancas, el balance productivo queda totalmente desplazado hacia estas últimas.


Nos encontramos ante los inicios de una nueva vendimia y a ella llegamos con unas continuas manifestaciones de alarma en los medios de información por los excedentes de vinos existentes en las bodegas –a pesar de las medidas de destilación e inmovilización llevadas a cabo– y por las previsiones de una gran cosecha como consecuencia de las abundantes lluvias en primavera. Ambos conceptos conveniene matizarlos, en aras de un mejor conocimiento de la realidad.


En cuanto a los excedentes vínicos de la campaña anterior, hay que precisar que en su casi totalidad son excedentes de vinos blancos. Los excelentes vinos tintos, Tempranillos de Extremadura, de la campaña anterior fueron absorbidos rápidamente por el mercado y con un aceptable margen comercial para los industriales que lo elaboraron.


Estos excedentes de vino blanco se deben a esa mayor superficie plantada de estas variedades, a su mayor producción (en especial, los viñedos de regadío) y a una anómala estructura productiva a nivel nacional comparada con el consumo: producimos en España 50 millones de Hls. y consumimos solo 10 millones a pesar de los más de 80 millones de turistas que nos visitan cada año. Es decir, el español ha dado la espalda a la cultura del vino y apenas lo consume. A todo esto hay que sumarle las devastadoras consecuencias acarreadas por la covid-19.


Sobre la cuestión de una abundante cosecha que se avecina, tan aceptada por todos los agentes del sector desde que se produjeran las abundantes lluvias de primavera, hay que ponerlo en entredicho debido a la falta de lluvias significativas durante el otoño e invierno y, por lo tanto, la ausencia total de reservas hídricas en la tierra, una constante que nos viene dada desde el año 2013, y que todo los años deja a la planta agotada tras las vendimias. Si a esto le sumamos el otro aspecto del cambio climático (las altas temperaturas que estamos teniendo) nos podemos hacer idea del estado de estrés en el que se encuentran las plantaciones de vid, en especial las variedades tintas menos adaptadas que la Pardina a esta climatología y con unas producciones alarmantemente escasas, con un coste de producción muy superior a la de las variedades blancas y, lo que es más importante, con una calidad excepcional de sus vinos tintos. Todo ello debe verse reflejado en el precio de estas uvas tintas, cosa que no viene ocurriendo en años anteriores, cuando prácticamente se ha venido valorando igual o ligeramente superior al de las blancas.


Mientras tanto, en el mercado se da la paradoja de que mientras hay excedentes de vinos blancos sin saber qué hacer con ello, los importadores están tratando de adelantar dinero a sus proveedores para asegurarse la compra de vinos tintos de la próxima campaña. De no valorarse el precio de la uva tinta en relación con sus costes de producción y con la demanda de ellas en el mercado, el viticultor acabará arrancándolas para plantar de nuevo variedades blancas acentuando aún más el desequilibrio productivo. Tendría lugar de nuevo el ocaso de la variedades tintas.

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