Yo también tengo un sueño

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    Para los que no han  vivido en la década de los 60, basta escuchar el discurso de Martin Luther King, y el clamor de los allí presentes, para sentir la invasión de  un halo de esperanza acerca de la naturaleza del ser humano.


   Duele pensar  que 60 años después, tengamos que contemplar imágenes demoledoras,  sobre cómo alguien, por ser de un color o raza determinada, tenga la obligación de morir en base a que  otro se cree con derecho a ejecutar esa acción.  ¿Cómo y de qué manera se decide quién está por encima del bien y del mal?


    Medio siglo después del ocaso de las leyes de segregación, y 150 años después de la abolición  de la esclavitud, se siguen cometiendo los mismos errores. Una actitud supremacista, que ni siquiera un presidente negro consiguió encarar.  El fuerte arraigo de las divergencias entre norte y sur se hace patente en la primera potencia mundial, económicamente hablando, no tanto en referencia a valores.  Y es que no parece de recibo, que la muerte de un afroamericano a manos de la policía, sea 2,5 veces más probable que si fuera blanco. 


    La lucha por los derechos humanos se ha encarnizado y, esconderse tras una Biblia, apelando a la guerra entre iguales, no hace sino  que agrandar una herida, que llevaba tiempo sangrando.


Brasil, con aproximadamente 110 millones de habitantes de color, no se queda atrás. Con antecedentes  en los “Quilombos”, se ha ido estableciendo una política de blanqueamiento, con coaliciones que luchan por sus derechos, pero que simplemente crean una falsa democracia racial, que desafortunadamente, siempre avoca a los mismos al fracaso.


Un racismo considerado de carácter social (no solo económico), que se engrosa en los últimos tiempos por una pandemia de malos dirigentes. La ostentación de lo rancio.


En nuestro país, poco que añadir. Hay un afán por mostrar nuestra solidaridad e ímpetu por normalizar la situación de iguales. Pero todavía quedan los cimientos del “Yo no soy racista, pero…”.


No pueden existir “peros” ni excusas. Las palabras deben correlacionarse con los actos. Lleguen por tierra, mar o aire. Sean de fuera o nativos. No hay excusa para que el germen de la extrema derecha no les deje respirar.  Todos debemos coger aire, y gritar que la VIDA importa.


Como decía el escritor inglés William Hazlitt, el prejuicio es el hijo de la ignorancia”, y solo combatiéndola, veremos cumplido el sueño de la igualdad. 

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