premio patrocinado por la revista vinos y caminos

Miguelángel Flores, ganador del VI certamen literario Madrid Sky

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  • Miguelángel Flores dejó una gratísima impresión a su paso por el VI certamen Madrid Sky por su simpatía y por su entusiasmo. Fue el ganador en una edición muy competida que ha puesto las cosas muy difíciles al jurado, ya que al menos una treintena de relatos podrían haber llegado a la final por su alto nivel literario.


El relato ganador dotado con 400 Euros, se titula El amor por la ventana, un cuento que según el criterio del jurado maneja a la perfección el realismo mágico, y en el que el autor consigue que parezca normal la presencia de un hombre en una cornisa al mezclar con habilidad elementos cotidianos con lo extraordinario.


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Miguelangel Flores leyendo, El amor por la ventana, relato ganador del premio Madrid Sky 2019 

Miguelángel se considera a días un sabadellense nacido en Córdoba y a ratos, un cordobés criado en Sabadell. Escribe microficción y teatro. Lo primero cree que desde siempre, lo segundo, desde un poco más tarde. Y no se le debe dar mal porque el mismo día de la entrega de premios se falló la VIII edición del Premio Anual de Microconcurso de la Microbiblioteca, en el que ha resultado ganador en la categoría en castellano.


Ha escrito más de una veintena de micropiezas de teatro y ha destacado en diferentes concursos de microrrelato: Relatos en Cadena, Wonderland, La Microbiblioteca y Monte de Piedad-Carmen Alborch entre otros. En 2014 publicó con la editorial Talentura su primer libro de microrrelatos en solitario: De lo que quise sin querer. Actualmente sigue escribiendo teatro y microrrelatos con la idea de publicar un nuevo libro. mientras tanto mantiene vivo un blog de microrrelatos y otros atrevimientos, al que llama Eternidades y Pegos porque considera que la vida está llena de ambas cosas.


  • El premio se lo entregó Antón Alonso Suárez, director de la revista Vinos y caminos, patrocinador del primer premio del certamen Madrid Sky. Vinos y caminos es una revista que quiere aglutinar las inquietudes de las personas de cualquier cultura y procedencia que celebran lo grato con vino con las de las personas que transitan los caminos del mundo en viajes insospechados.


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Miguelángel Flores, recibe el documento acreditivo del primer pemio de manos de Antón Alonso 


Vinos y caminos mantiene una constante y completa información que sobrepasa la actividad turística para divulgar la actualidad general del país en el terreno económico, laboral y político, centrándose en las noticias que de forma directa o indirecta tienen que ver con los sectores de los viajes, el turismo y la cultura. 


Para Antón Alonso los vinos, los viajes, los libros y la música rompen muchas barreras y contribuyen al mutuo conocimiento forjando amistades y alianzas para siempre. Esa idea la transmite a través de Vinos y Caminos. Y para reafirmarse en ella este magnífico conversador recuerda con frecuencia una cita de Pablo Neruda: “El vino mueve la primavera, crece como una planta la alegría. Caen muros, peñascos, se cierran los abismos, nace el canto”.


  • El mejor homenaje que se puede hacer a Miguelángel Flores y a Antón Alonso es publicar el relato que les une.


                                       > RELATO GANADOR DEL VI CERTAMEN MADRID SKY


  • EL AMOR POR LA VENTANA, Miguelángel Flores


<<<<< No quería imaginar cómo había llegado hasta allí. Y tampoco se lo pregunté. Sí que me extrañó que no estuviera desnudo, es lo habitual en estos casos.


Yo me había asomado a tender, y él estaba de pie en la cornisa. La verdad, me sorprendió, pero supe disimular.


—Buenos días —le dije, como si fuera lo más normal.


—Buenas —me respondió—. Parece que al final no lloverá.


—No, por eso me he decidido a tender.


Cuando fui a recoger la ropa antes de que el sol apretara y se comiera el color, seguía allí. Sentado y con los pies colgando, se hallaba como ensimismado. Por la tarde, tendí la colada blanca, que al no tener color no temo que se lo coman, y le vi mala cara. Supuse que no habría comido. Le ofrecí un hoyo de pan con aceite y azúcar y merendamos comentado sobre los patios que veíamos abajo. De las plantas que lucían unos, de las que no otros, de la conveniencia de que los armarios de exterior fueran de plástico o resina. Lo normal en esas situaciones.


Después de esa tarde, vinieron otras. A veces, sin tener que tender, salía solo para charlar un rato. O me avisaba él con los nudillos en el cristal de que la ropa ya estaba seca. Una noche tendí una manta, porque dijeron que refrescaría. Por la mañana seguía tapado con ella, pero había dejado un dedo fuera todo el tiempo para regalarme un precioso dedal de escarcha, que se deshizo mucho antes que mi sonrisa boba. Otro día de tormenta salí a ofrecerle un paraguas, pero le daba cosa, dijo, que lo tomaran por un loco funambulista extraviado de algún circo cercano. Así que le presté el barreño de la colada, con el que, agachándose, se cubrió totalmente, pareciendo un repentino hongo azul brotado en la fachada.


Dos meses después decidí dejar la ventana abierta cuando me iba. Un atardecer, al volver del trabajo, me encontré sobre mi cama una rosa negra, hecha de plumas de golondrina. Salí a darle las gracias y él, nervioso, se puso a pasear por la cornisa, arriba y abajo como un palomo hinchando el buche. De hecho, ya se codeaba con las palomas, las tórtolas, las urracas y los gorriones de los alrededores, que lo trataban como si fuera uno más en ese mundo endogámico y volátil de los tejados y las azoteas. Aprendió a repetir mi nombre en ocho cantos y arrullos diferentes. A veces, escuchándolo me hacía pipí encima de gusto, pero, lo mismo que en los noticieros, como solo me veía medio cuerpo, él ni se enteraba, ni tenía yo por qué contárselo. Él, poniendo el oído, susurraba: parece que llueve lejos. Yo no oigo nada, le contestaba, entrecruzando las piernas, para amortiguar el sonido.


Cuando llegó la primavera comencé a dejar la ventana de mi habitación abierta, para que entrara el fresquito. Aunque en realidad esperaba, con toda mi alma entre los muslos, que lo hiciera sobre todo él. Una noche entró. Y a partir de ahí, ya todas. Al despertar, eso sí, volvía a su alfeizar, mientras yo seguía un poco más en esa cama, que ahora olía a cielo abierto e intemperie.


—Sabes, el día que me viste por primera vez, estaba a punto de lanzarme y acabar con mi vida. —dijo un atardecer, sin venir a cuento, después de suspirar.


Intuyendo que aquello iba a cambiarlo todo, me vi obligada a interrumpirle enérgicamente. —¡Pero, bueno! ¿Quién es usted, cómo ha llegado hasta ahí? Vamos, bájese inmediatamente, bájese o llamo ahora mismo a la policía. No, por aquí no, búsquese otro camino.


Y sin más, cerré mi ventana. Me compré una secadora y nunca he vuelto a saber de él. Hay amores que, antes de que se conviertan en Dios sabe qué, es preferible dejar que mueran.>>>>>>>>>>>>>>>>>

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