Panorámica de Berlín
Berlín solo se parece a sí misma. Mientras que toda ciudad de bien luce un centro definido, esta urbe de tres millones y medio de almas juega al despiste por varios de ellos, dispersos a buena distancia entre sus antaño mundos enfrentados del Este y el Oeste. Las diferencias entre ambos, al menos las estéticas, no han conseguido borrarse del todo a pesar de las mil y una obras que, casi 30 años después de la Reunificación que siguió a la caída del Muro, continúan cosiendo sus calles. Andamios, zanjas y grúas, ante el vaivén imparable de visitantes dispuestos a sacarle tajada.
Berlín Fachada del edificio neorrenacentista del Reichstag, sede del Parlamento alemán
Corona de Norman Foster, con estructura de acero y cristal tiene un diámetro de cuarenta metros, una altura de veintitrés metros y medio y un peso de ochocientas toneladas soportadas por doce columnas de hormigón armado. El caparazón está compuesto por veinticuatro perfiles de acero a intervalos de quince grados y cubierto por más de tres mil metros cuadrados de cristal.
En un meandro del Spree, poco antes de descollar en las casitas medievales de San Nicolai y en la Alexanderplatz que ejerciera como epicentro del Berlín oriental, la llamada Isla de los Museos justifica por sí sola el viaje. Su escaso par de kilómetros cuadrados concentra 6.000 años de arte, con pesos pesados como el Altar de Pérgamo, el busto de Nefertiti o la Puerta de Isthar custodiados por sus cinco museos, todos ellos Patrimonio de la Humanidad. A la salida, para evitarse un síndrome de Stendhal inminente, nada como subir a tomar el aire ante las vistas que regala a dos pasos la cúpula de la catedral… o unas cervezas en los famosos patios de las calles traseras.
La catedral de Berlin, uno de sus edificios más emblemáticos de la ciudad
Siempre hacia el Este, con la Torre de la Televisión de Alexanderplatz como referencia, a lo largo de la interminable Karl-Marx-Allee resiste la más efectista arquitectura soviética. Se diseñó cual escaparate de sus logros tras la guerra, y todavía puede imaginarse a los soldados y los tanques desfilando en las celebraciones del partido.
Alexanderplatz, Berlín, al fondo la torre de televisión
A cada lado de esta anchísima avenida se levantan pomposos bloques de pisos de la era de Stalin, conocidos como los palacios del pueblo, entre joyas como el entrañablemente vintage Cine Internacional o el Café Moskau. Más hacia arriba aguardan las galerías de arte, las tiendas de diseño y la movida nocturna del barrio trendy de Prenzlauer Berg, arremolinado en torno a la vieja fábrica de cerveza del Kulturbrauerei, mientras que, unas calles más abajo, hace lo propio el tramo mejor conservado del Muro, con sus empalizadas de hormigón pintadas con un centenar de obras que harían quitarse el sombrero al mismísimo Bansky.
Café Moskau, Berlín
Y nada más cruzar el río, la inmensidad mestiza y sin prejuicios de los barrios de Friedrichshain y Kreuzkölln, donde a los inmigrantes turcos hace ya lo suyo que se sumaron artistas, okupas, startups y locales de todo pelaje huidos de la gentrificación, y los alquileres desorbitados del céntrico Mitte. Nada exótico para los berlineses eso de tenerse que reinventar. A fin de cuentas, nadie como ellos sabe lo que significa ser un superviviente.
Hasta 1961, vivir en Berlín Este u Oeste fue una opción personal. Tras alzarse el Muro, intentar pasar de un lado a otro conllevó un riesgo demasiado probable de cárcel, o muerte, hasta el 9 de noviembre de 1989. El casi kilómetro y medio de empalizada de hormigón que queda en pie –la llamada East Side Gallery por sus pinturas y grafitis– es la cicatriz más evidente de los días del Telón de Acero, pero ni por asomo la única que sigue marcando a fuego la personalidad de la ciudad.
East Side Gallery Berlin, en los restos del antiguo muro
Los recuerdos a la barbarie del Holocausto se arriman sobre todo a la Puerta de Brandemburgo, mientras que la vieja garita fronteriza del Check Point Charlie, hoy a rebosar de turistas, queda a dos pasos de las escalofriantes exposiciones de la Topografía del Terror y el edificio de la Luftwaffe.
Puerta de Brandemburgo
También pueden emprenderse recorridos por los búnkers de la Segunda Guerra Mundial y arrimarse a Bebelplatz, donde los nazis perpetraron su tristemente célebre quema de libros; a la iglesia Memorial Kaiser Wilhelm, que se dejó en ruinas para no olvidar los estragos de la contienda; o al impactante Museo Judío diseñado por Daniel Libeskind. Y, si aún se tiene tiempo, a Potsdam, hoy casi un barrio de Berlín, en uno de cuyos palacios Churchill, Truman y Stalin establecieron las condiciones para la rendición nazi; o a Spandau, en cuya prisión se recluyó a los peores criminales de guerra tras los Juicios de Núremberg
Bebelplatz Berlín
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