Cadiz, una ciudad con historias

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Soneto de Sor Gertrudis dedicado a Cádiz:

“Gózate, ¡Oh! feliz Cádiz venturoso,
  No en tanto heroico timbre celebrado
  de antigua fundación de rico estado,
  de Roma y de Cartago, objeto hermoso…
  Gózate sí, que fuiste esfera de Reales Astros,
  cuyos resplandores
  dan luz y vida a la Comarca Íbera”.

     El Hotel Boutique Convento se halla a sólo unos metros de la estación del AVE, del puerto y del casco histórico de Cádiz. Nada más entrar descubro el acierto que ha sido alojarme en él. La recepción una capilla blanca con decoración de yeserías. Me quedo mirando embelesada su techo y pienso en que, debido a la clausura de los frailes, al claustro no podían acceder las mujeres y por eso se colocó una puerta de acceso directo desde la calle, justo donde ahora estoy. En el patio un aviso: “Cuidado con la canaleta” Y lo tengo, aunque admire su arcada y los cuatro brocales de pozo de mármol blanco italiano y forma octogonal. Un silencio de amores distanciados y una música gregoriana casi remota me acompañan hasta el camuflado ascensor, tras una puerta de madera labrada. 


     Subo a la segunda planta y junto al 203 de mi habitación un rótulo en azulejos: “Santo Tomás de Aquino”. Razón y fe en armonía, me presagian una estancia en la que poder olvidar la barbarie de las guerras, la hambruna de medio mundo, un bache personal… Es mediodía, mis tripas protestan y me acerco a acallarlas al Mercado Central.


1 Hotel convento Santo Domingo

Hotel convento Santo Domingo


    Un cuadrilátero neoclásico a modo de plaza dórica porticada en el que fuera o dentro, en un puesto o en restaurante se puede comer el suculento pescaíto frito. Lo compro al peso en un cartucho de papel. Me deleito con el cazón y los boquerones en ese adobo que tanto me gusta. Estoy perdida porque repito otro cucurucho. 


     Esta tarde voy a visitar tres librerías. Sin prisas me dirijo a “La clandestina”, a medio camino entre la plaza de San Agustín y Candelaria. Tengo suerte de encontrar un veladorcito libre. Mientras espero el café que he pedido un poeta mayor, desaliñado, delgaducho con halo de romántico me da una hojita con un poema a cambio de la voluntad.  Sigo hasta Quorum libros” en la calle Ancha, la calle que durante la Guerra de la Independencia fue un punto de reunión para los diputados doceañistas. Bajo uno de sus dos arcos de piedra no puedo resistirme y pido que me hagan una fotografía.  Me acerco al café literario “La lectora”, y charlo con la chica sobre Doris Lessing tomando una infusión relajante. La noche me alcanza en “El café de Levante”, una antigua tabernita de pescadores impregnada del recuerdo de grandes de la literatura como Quiñones, Caballero Bonald, Álvaro Mutis. El chico de la barra me cuenta que organizan un encuentro anual de poetas. Leo alguno de los poemas de otros años y aquí os dejo el que lleva por título “Los que quedamos” de Alejandro Luque.

“Qué secreto itinerario nos conduce en el tráfago nocturno, a este Café de Levante, cuando los rotativos giran contra el reloj, y se apoderan los teléfonos de las malas noticias…”

2 Museo de Cu00e1diz

Museo de Cádiz


    Ya en la habitación del hotel tras la reja de la elevada ventana veo enfrente a un hombre en camiseta de tirantes regar sus gitanillas. El verano remolón sigue haciendo de las suyas y las flores necesitan agua. Cierro la contraventana, apago el punto de luz de la televisión y duermo en un silencio conventual. La alarma del móvil cimbreando me despierta, es la hora del desayuno en el claustro donde el mundanal ruido es incapaz de entrar. Contenta tras el refrigerio me encamino hacia el Museo de Cádiz. Además de los dos impresionantes sarcófagos, me sorprenden los objetos funerarios y ajuares púnicos y fenicios. Salgo y caminando un poco a la deriva sin mapa ni coordenadas descubro el Archivo histórico provincial en la Casa de las cadenas. En su día esas cadenas señalaban la inmunidad ante la persecución de la justicia. Observo una inscripción en el frontispicio de su portada de mármoles de Carrara. Alcanzo a leer el comienzo: “Sit qui transis/ moram te poscit estvd marmor/ lege namqve et scito…” Y, sin saber por qué un vaho de añoranza recubre la calle. Decido ir a comer al “Café restaurante Royalty”.


3 restaurante cafe Royalty

Café restaurante Royalty


     He escuchado hablar de sus ricas pinturas, su exquisita carpintería artesanal, las escayolas recubiertas de pan de oro fino y el mobiliario de las primeras décadas del siglo XX. Entro y no me defrauda. Al salir mis pies me llevan hacia el mar, hasta el Castillo de Santa Catalina, una de las dos fortalezas que flanquean la Caleta. Una fortificación de planta estrellada construida en el mar sobre escollos de piedra en el siglo XVII. Un cartel anuncia “Relatos y leyendas al atardecer”. Intento apuntarme, pero me advierten de que tendría que subir nueve escalones, alguno elevado e irregular y mi cadera operada atenaza mis piernas. Y me quedo sin conocer la historia de Hiram; el joven fenicio que relata la ceremonia a la diosa Astarté de su padre antes de partir al viaje hacia Tiro; de Cornelia, una bella romana, sacerdotisa del templo de Venus; de Aixa y Rodrigo, protagonistas de una historia de amor que refleja la árabe y la cristiana…


Castillo de Santa Catalina, Cadiz

Castillo de Santa Catalina, Cadiz


    Sentada en una terraza cercana a lo que fue un balneario con aire oriental espero impaciente la puesta de sol, mirando hacia el Castillo de San Sebastián e imagino aquel maremoto de 1755 que por allí logro adentrarse en la ciudad. Me atemorizan las olas sobrepasándolo y siento por el arrecife juntarse los dos mares, levante y poniente. Este Cádiz, una ciudad allende los mares que según la leyenda fundó Hércules en el fin del mundo. Gadir la ciudad que por amor a Astarté Melkart construyó. Según el poeta latino Avieno existía un templo dedicado a la Venus Marina, ubicado en un islote identificable con la Punta de la Nao, que cierra por el norte la ensenada de la playa de La Caleta. Y, al fin, el cielo se tiñe de rojo y todo él parece horizonte. Y comprendo que están aquí los confines del mundo.


Castillo de San Sebastian, Cadiz

Castillo de San Sebastián


     De regreso busco a tientas la casa que un padre llenó de espejos que traía de los viajes a su hija. Fuera de toda razón un día la madre presa de celos la envenenó. Reflejada en una de las ventanas veo el rostro pálido de una joven con los labios amoratados y los ojos opacos clavados en mí. Los pensamientos se me atropellan sin puntuación que los ordene. De regreso al hotel tomo una pastilla para dormir y en el sueño se diluye la imagen.


     Al día siguiente me levanto despejada y con ganas de que el azar me guie y lo hace y me lleva hasta la puerta del Monasterio de Santa María del Arrabal. Me llaman la atención las celosías verdes de su torre y por curiosidad empujo la puerta entornada. En la encalada pared un poster con los productos que las monjas de clausura ofrecen para subsistir orando: unos imanes de nevera, unos marcapasos y un libro: “Una poetisa en busca de libertad”. El torno en esa quietud a la espera de que alguien lo mueva. Y lo muevo y pido el libro a la voz que está detrás. Y así se cruzan en mi camino los poemas y la vida de Sor Gertrudis Hore y Ley, seudónimo de “Hija del Sol”. La poeta del Siglo de la Luces en la que Cecilia Böhl de Faber se sirvió para escribir un relato. Una mujer que aparentemente ingresó en el convento con el beneplácito del marido. Una de esas mujeres que obligaron a vestir el velo por razones de adulterio y, así, los agraviados maridos, así se libraban de ellas, a la vez que preservaban su honor. Esto parece tan lejano, pero situaciones semejantes y peores siguen ocurriendo en el mundo.  Aquí os dejo un poema de ella censurado en su época:

“Me presan:/ (…) rigurosas/ leyes de esta república me presan/ por un espacio que cual siglos cuento/ aunque los cuenten todos como días/”

     Rezongando me dirijo al Hospital de Mujeres cuyo recinto se organiza en torno a dos patios comunicados que dan acceso a la Capilla y al resto de dependencias, y entre los que se alza una imponente escalera de estilo imperial.


      Después visito el Oratorio San Felipe Neri. Es domingo y dicen Misa en latín. Un rumor de abanicos moviendo el poco aire que corre y algunas frases que reconozco me hacen recordar tiempos lejanos. San Felipe donde se escucharon los primeros éxitos parlamentarios de Izturiz, Martínez de la Rosa, Canga Argüelles y López Cepero.


6 Teatro romano

Teatro romano


    Me acerco al teatro Romano en el actual barrio del Pópulo mandado construir por Lucio Cornelio Balbo “el Mayor” y su sobrino Balbo “el Menor”. Tengo que conformarme con ver desde la cristalera, que hay dentro del recinto, su estructura de características arcaicas, la cavea construida en un talud del terreno con forma de herradura y los escalones de perfil parabólico. Bajo las gradas distingo una galería de distribución, cubierta por bóveda de cañón anular.  Sigo hasta el Oratorio de la Santa Cueva, con su fachada sencilla, articulada por pilastras dóricas, pero también me tengo que conformar viéndolo por fuera. 


     Decido ir a comer al Faro, el restaurante del que mis compañeros me han recomendado las tortitas de camarones. Paso por La iglesia de la Palma donde en un tenderete a la entrada un fiel hace flores de cera y así recolecta para su virgen. Y me siento a comer todo lo que me recomienda el amable camarero. Por la tarde intento visitar la catedral, pero la escalinata me impide subir. Me quedo leyendo que fue construida con "piedra ostionera", la piedra que conforma toda su estructura, cubierta parcialmente de mármol de Carrara en el siglo XVIII. Una piedra que se viene usando para la construcción desde la época de los fenicios. Un conglomerado de areniscas y restos de animales marinos fosilizados.


     Voy a la recóndita Plaza Fray Félix, desde abajo admiro la catedral vieja, mientras el sol quiere empezar a marcharse. Cualquier detalle lleva a otro mundo, una piedra suelta, una plaza, un callejón y eso genera una leyenda, un mito, un fantasma. La luz que ha ensanchado los veraniegos días se ha cansado de tanto trabajo y va estrechando como un túnel esta tarde-noche de mediados de septiembre. Estoy cansada y el mejor reposo es la música gregoriana de mi hotel convento.


     Al día siguiente la luz mañanera se despereza. En el puerto el mar exhibe tintes de armonías azul plata. Un agradable recorrido por los puestos de cerámicas y artesanía de la plaza del ayuntamiento y de repente todo tiembla bajo mis pies. Un tropel de Turistas, que viene a pasar el día en los cruceros, fotografía la plaza en seis segundos como a través de la mirilla de un francotirador. Transatlánticos que llenan el puerto con su caladura y rellenan la ciudad de visitantes para luego darse la vuelta y hacerse a la mar sin mirar atrás. 


     Me marcho a la Alameda Apodaca, en busca de sus ficus, a ver el Drago del Parque Genovés. Luego doy vueltas y revueltas por callejuelas. Calles estrechas que me obligan a ir mirando hacia arriba para no perderme sus casas. Encuentro un bar donde comer y pido el plato del día: garbanzos con langostinos. A la salida vuelvo a la Caleta por el paseo marítimo. Cruzo para entrar a ver el Antiguo hospital de Mora. Una pareja de ficus centenarios resiste en pie los temporales de lluvia y vendavales. Dentro del recinto me figuro las ambulancias tiradas por caballos por esas calles abiertas dentro del edificio. 


      Hace demasiado calor. Me tomo un refresco en la cafetería. Desde la terraza la línea del horizonte en el medio de un lienzo, entre el cielo y un mar en apariencia sedado. Miro al sol con los ojos abiertos sin pestañear y parece que emita rayos erizados. Sin darme cuenta se levanta el viento y el rumor intermitente de las olas se vuelve insistente. El día se pone gris. Todo deja de ser nítido, las gotas se difuminan en pinceladas sueltas. Las rizadas olas que cosquilleaban las piedras intentan moldearlas. Las nubes con salvavidas flotan en el cielo. Las olas funden con las nubes en la tormenta. En nada la tormenta va rayando hasta quedarse como un encefalograma casi plano. Se ha vuelto de noche y reemprendo el camino de regreso. La luna intenta difuminar la oscuridad. El contorno de la catedral desde el paseo marítimo como en una postal recortable. Y me parece entrever a una joven que vaga por los muelles esperando que regrese su joven esposo al que todos dieron por naufragado menos ella. 


     La luna llena rocía de blanco el horizonte, abre una vereda en el mar que me conduce hasta ella. No puedo dejarme llevar por ella, debo continuar mi camino. Me froto los ojos y continúo andando. En la plaza de la catedral vacía el carrusel ha dejado de dar vueltas. Atravieso el Arco de la rosa.  Antiguos postes de luz que parecen crucificados.  El reflejo de las farolas en el suelo mojado. Pienso en las leyendas que ocultan las casas tras esas fachadas descascarilladas, a veces con tono de abandono que tanto me gustan. Caigo en la cuenta de que en el hotel me espera una maleta por hacer y los malos pensamientos vuelven a rodar como pelusas por mi cabeza. Al entrar en el claustro mis pies se encaminan al patio y quedan aprisionados en la canaleta que hasta ahora habían evitado.


Cadiz, Vista de la catedral

Cadiz, Vista de la catedral


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