La cocina japonesa, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO, es uno de los grandes atractivos para los viajeros españoles. El otoño, conocido como shokuyoku no aki o “la estación del apetito”, es el momento idóneo para disfrutar de ingredientes de temporada: setas, batatas, frutos secos, pescado azul y el arroz recién cosechado. Estos sabores no solo llenan la mesa, sino que conectan al visitante con la esencia de la cultura nipona.
Visitar un mercado de abastos en Japón es asomarse a la vida cotidiana del país. Las lonjas ofrecen un espectáculo sensorial que comienza al amanecer, cuando atunes y sardinas relucen sobre lechos de hielo picado mientras los subastadores marcan el ritmo. El atractivo mayor, sin embargo, es poder probar allí mismo un desayuno de sushi o marisco a la parrilla. Más allá de Toyosu en Tokio, destacan Shiogama, en Miyagi, ciudad con el mayor número de restaurantes de sushi de Japón, Omicho, en Kanazawa, con tres siglos de historia y pescado del Mar de Japón como el nodoguro; o Karato, en Yamaguchi, donde comprar sushi por piezas y sopa de miso con pez globo.
Al caer la tarde, los distritos de Nakasu y Tenjin en Fukuoka se iluminan con pequeños puestos ambulantes conocidos como yatai. Estos espacios ofrecen ramen o brochetas de pollo en un ambiente íntimo que invita a la conversación tanto con el cocinero como con otros comensales. Aunque los yatai se pueden ver a lo largo y ancho del país, en Fukuoka constituyen un símbolo de la cultura popular, un refugio sencillo y cálido frente a la formalidad de los restaurantes convencionales.
Las tabernas japonesas, o izakaya, son los espacios para socializar tras la jornada laboral. Ubicadas en distritos de ocio o junto a estaciones de tren, ofrecen desde yakitori y sashimi hasta frituras, ensaladas y especialidades locales. En Sapporo, forman parte del animado barrio de Susukino; en Takayama, el nostálgico callejón Dekonaru Yokocho permite degustar la afamada ternera de Hida; y en Kochi, los establecimientos próximos al mercado Hirome Ichiba son el lugar idóneo para saborear el katsuo-no-tataki.
Los ekiben, cajas de comida para consumir en el tren, son un símbolo de la creatividad japonesa. Cada estación propone su propia versión con productos locales, lo que convierte cada viaje en un recorrido culinario. Algunas cajas, incluso, incorporan tecnología que calienta la comida al momento. Y otras son fieles a tradiciones que se mantienen desde hace siglos: en Toyama, por ejemplo, el Masu No Sushi consta de tiras de sashimi de trucha sobre arroz cocido, en una caja de cedro y envuelto en hojas de bambú.
Ekiben, la gastronomía
En las costas de Japón una antigua tradición resiste el paso del tiempo: son las ama, buceadoras para las que, por milenios, su modo de vida ha sido sumergirse en el mar para capturar marisco sin más ayuda que su capacidad pulmonar. Sus refugios son las amagoya, donde hoy los visitantes pueden compartir mesa con ellas. En Toba y Shima, en la prefectura de Mie, algunas de estas cabañas —como “Hachiman” y “Satoumian”— permiten disfrutar de ostras, abulones o vieiras recién preparados, mientras las buceadoras relatan su historia y su vínculo con el océano.
Explorar la gastronomía japonesa es mucho más que un deleite para el paladar: es una puerta abierta a su historia, sus costumbres y su modo de vida. Desde los mercados al amanecer hasta las cabañas de las ama junto al mar, cada experiencia refleja la esencia de un país donde la comida sigue siendo un lazo profundo entre la naturaleza, la tradición y la comunidad
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