Hemos comentado en reiteradas ocasiones que, cuando menos desde el Paleolítico, el ser humano ha venido manteniendo una singular relación con las manifestaciones de carácter geotérmico. Una vinculación que inicialmente adoptaría una naturaleza inmaterial y mística, y a la postre nutriría no pocos cultos y creencias religiosas. De ahí que, por ejemplo, algunas investigaciones hayan constatado la celebración de ordalías, durante el segundo milenio a.C., en ciertos enclaves termales del Mediterráneo donde las divinidades de las aguas dirimirían la culpabilidad o inocencia de los acusados de algún tipo de falta. O que el poder sanatorio atribuido a las fuentes termales se asociase a la acción protectora de determinadas deidades que habitarían en el interior de las mismas. Pero el carácter no deslocalizable de los recursos de esta naturaleza condicionó su empleo y propició una clara identificación de los correspondientes usos con el espacio concreto donde afloraban las surgencias. En consecuencia, los enclaves geotermales se acreditaron como lugares sagrados objeto de peregrinación y se definieron como ámbitos abiertos donde era factible el encuentro y la interacción de individuos de origen diverso.
Por consiguiente, el magnetismo del recurso se convirtió en un agente transformador del territorio, al dotar a este último de la permeabilidad necesaria para que la concurrencia de personas conllevase también la incorporación de nuevas costumbres y valores, al tiempo que animaba la aglomeración y el desarrollo de actividades económicas. De tal suerte, no sería fruto del azar que en época romana los enclaves termales fuesen el origen de mansiones, villas y urbes de diversa dimensión y, por extensión, el motivo de su evolución y desarrollo, llegando a convertirse en elementos vertebradoras del territorio, en puntos destacados de la red viaria. En especial, habida cuenta de que la civilización romana, que fue eminentemente urbana, utilizó las concentraciones de población como instrumentos de control, de aculturización, de imposición de su orden social, económico y administrativo en los nuevos territorios conquistados.
Un carácter transformador especialmente visible en la Europa de finales del siglo XVII y en centurias posteriores
Pero la identificación de los procesos de urbanización y aprovechamiento de los recursos geotérmicos como dos realidades complementarias y coincidentes en el espacio y en el tiempo, implicará que ambos compartan funciones y atributos, y concretamente que la ciudad termal se configure desde sus orígenes como un espacio que acoge a los agentes de lo nuevo. Un carácter transformador especialmente visible en la Europa de finales del siglo XVII y en centurias posteriores, donde se procederá a la construcción de una realidad física renovada, redefinida, ampliada, que integrará nuevos ámbitos urbanos y destacables innovaciones arquitectónicas y dotacionales, adaptadas a las necesidades y demandas de unas elites sociales cada vez más proclives a la interacción entre sus miembros. Por tanto, se percibe como el potente impulso de los resorts balnearios de la época fue coetáneo de importantes cambios en los hábitos sociales y en las prácticas económicas, y testigo de una nueva cultura del ocio, del placer y del entretenimiento que estaba irrumpiendo con fuerza, en paralelo a la rutina termal propiamente dicha. De ahí que no pocos autores afirmen que el precedente más próximo de la actividad turística, tal cual la conocemos en la actualidad, haya que situarlo en la costumbre cortesana, instaurada por algunos soberanos europeos, de visitar estancias termales durante largos periodos de tiempo.
Bien es cierto que los tiempos cambian y que la historia no siempre se repite, cuando menos de forma exacta. Pero son notables los ejemplos de ciudades de nuestro entorno que, teniendo un claro origen y significado termal, han sabido reinventarse y adaptar su funcionalidad a nuevos contextos económicos y sociales, sin renunciar a las señas de identidad que han definido su ilustre pasado. Eso sí, ciudades que siempre han sido conscientes del potencial transformador de los recursos termales que albergaban.
Comentarios