Marcado por el reclamo de Teruel Existe nos adentramos en la provincia aragonesa más desconocida. A veces una frase simple, casi al descuido, tiene la potencia de una genialidad publicitaria y así fue el movimiento popular, a modo de consigna, de Teruel Existe. Hoy ha derivado en un partido político que quita fuerza al eslogan, antes patrimonio de todos los turolenses y ahora solo de sus afiliados.
Pero a lo que vamos, un lugar tan interesante como para reclamar su atención ya que contiene tesoros artísticos incalculables que nos hacen perdernos por los derroteros de la Reconquista. Allá, en aquellos tiempos en que la convivencia de cristianos, musulmanes y judíos era una realidad ineludible y que había que gestionar, sabiendo muy bien quien era quien.
Estaban los mozárabes que eran cristianos que vivieron en el territorio dominado por los musulmanes durante su conquista iniciada en el 711, y ya desde el primer momento se encontraron acogidos, pues les consideraron como ellos mismos y los judíos, “gentes del Libro”, es decir, habían recibido la revelación divina, se llevaban bien, respetaban sus bienes, pero a cambio pagaban un tributo. Paralelamente estaban los mudéjares que eran los musulmanes que permanecieron en los territorios cristianos durante la Reconquista. También estaban los muladíes, cristianos que se convirtieron al Islam atraídos por las ventajas económicas y sociales que comportaba ser de la misma religión que el territorio que pisaban, y los moriscos, musulmanes que se convirtieron al cristianismo tras la Reconquista y que fueron forzados a tomar esa decisión por los Reyes Católicos si querían seguir viviendo en España hasta que en el año 1609 el rey Felipe III acabó por ordenar su expulsión.
El avance hacia el sur de los reinos cristianos provocó que numerosas poblaciones en las que ya habían establecido el credo musulmán se viesen inmersas en un sistema político cristiano. Se les permitía conservar la religión, costumbres, organización y derechos a cambio de no despoblar el territorio y mantener su actividad económica. La comunidad mudéjar estaba formada por pequeños campesinos y, sobre todo, artesanos, que vivían agrupados en barrios propios, llamados aljamas, y a ellos les debemos grandes joyas distribuidas en todo el territorio español, pero muy especialmente en el reino de Aragón.
Cuatro son las torres que dan la bienvenida a Teruel. La de San Pedro, la de la Catedral, San Martin y San Salvador, declaradas Patrimonio de la Humanidad. Todas ellas, como característica común, están abiertas en la planta baja para permitir el paso mediante un pasaje cubierto con bóveda de cañón apuntado.
Iglesia de San Pedro, Teruel
La torre de Sn Pedro es la más antigua de todas, construida a finales del siglo XIII, y también la más baja. Originalmente se construyó como torre-campanario de la iglesia de San Bartolomé que era de estilo románico, pero cuando ésta fue derribada, en el siglo XIV, se construyó la iglesia de San Pedro de estilo neomudéjar aneja a la torre. Fue bajo la moda modernista que imperó en el siglo XIX cuando se decoró el interior del templo por los artistas Pablo Monguió y Salvador Gisbert.
La segunda torre que encontramos es la de Santa María de Mediavilla que es bastante más que una torre. Es la Catedral. Su estilo mudéjar aragonés ya la distingue de las otras catedrales españolas y solo es equiparable a la de Tarazona. Se empezó construyendo en 1171 en estilo románico bajo la advocación de Santa María en el centro de la antigua medina de la ciudad árabe, una posición privilegiada que le dio el apellido –Mediavilla, en el centro de la villa– y se concluyó en 1257 con la erección de su torre-campanario de planta cuadrada con tres cuerpos profusamente decorados con azulejos y cerámica vidriada. Para entonces ya se decide reestructurarla y se le dota de tres naves de mampostería y ladrillo, elevando la altura inicial del edificio y dándole ese característico aspecto mudéjar. Es entonces cuando el Pontífice aragonés Benedicto XIII, que conocemos como el Papa Luna, le concedió el rango de Colegiata, pero tuvo que esperar hasta 1577 para que fuese elevada a rango de Catedral, cuando se creó la diócesis en Teruel. Y en el siglo XVII se remató la torre mudéjar con una linterna octogonal.
Una de las maravillas que acoge la catedral es la techumbre del siglo XIII con armadura de par y nudillo y una función estructural. No se trata pues de un artesonado como es habitual en numerosos edificios, sino que el mismo tejado es el que sostiene los elementos decorativos con motivos históricos, religiosos, costumbristas, que le han valido el calificativo de Capilla Sixtina del arte mudéjar y que nos ha llegado hasta nosotros gracias a que los temas elegidos, no siempre piadosos, incluyen seres fantásticos que durante siglos estuvieron cubiertos por una capa de yeso que impedían la contemplación de sus “vicios” y también de las inclemencias del tiempo.
Teruel, Catedral de Santa María Mediavilla
La tercera torre es San Martín. Fue edificada a comienzos del siglo XIV, asociada a la iglesia de San Martin, en lo que hoy es la plaza de Pérez Prados. Con el tiempo se fueron adosando viviendas hasta que en el siglo XVI se eliminaron estas construcciones abriendo la plaza, excepto el costado que está adherido a la iglesia. Se añadió un refuerzo de sillería en su base para reparar y prevenir una incipiente inclinación a causa de las humedades y se reparó el arco ojival que da acceso a la Cuesta de la Andaquilla. Aunque desde el exterior se ve una única torre como sus predecesoras, su estructura es más elaborada al modo de los minaretes almohades, tipo a la Giralda de Sevilla. Su construcción está formada por dos torres concéntricas entre las que se sitúa la escalera. La decoración en su exterior es más profusa que en las torres anteriores, del siglo XIII y utiliza cerámica vidriada de color verde y blanco en los cuerpos superiores.
La cuarta torre es la del Salvador, quizá la más espectacular de todas, que se alza entre estrechas callejuelas del casco histórico de Teruel anexa a la Iglesia del Salvador. Fue construida en el siglo XIV, como la de San Martin, con dos torres concéntricas, según la estructura del alminar almohade. Sus cuatro fachadas están decoradas con cerámica vidriada que sigue formas geométricas. Como en todas estas torres la planta baja está abierta con un arco apuntado que permite el paso de peatones y vehículos desafiando el tiempo y la polución.
Es curioso que las cuatro torres permanecen en pie, desafiantes y las iglesias a las que sirven sufrieron el deterioro hasta su destrucción, porque también la actual iglesia de San Salvador de los Reyes fue construida en el siglo XVII, después de que se hundiera la original del siglo XII.
Si hay un elemento característico de la ciudad de Teruel es la minúscula escultura de un pequeño toro –torico en maño– coronando una fuente monumental, que si no rivaliza en tamaño con las gloriosas torres mudéjares si lo hace con su fama.
Habla una leyenda sobre los orígenes de la ciudad que se sitúa en el siglo XII, en plena Reconquista. Hasta allí llegó el rey Alfonso II de Aragón buscando un lugar propicio para levantar un asentamiento. La elección del sitio fue determinada por un evento que los lugareños interpretaron como una señal divina: un toro mugió desde una muela (colina, que en la región toman este nombre) mientras una estrella brillaba sobre él. Atendiendo a este fenómeno el rey levantó allí mismo una ciudad fortificada que llamó Toroel, que más tarde evolucionó a Teruel.
Y exactamente ahí, bajo la plaza del Torico se encuentran los aljibes medievales que proveían de agua a la naciente ciudad hasta la construcción de un acueducto que satisficiera las necesidades de la población. Curiosamente, en los aljibes se pueden observar finísimas estalactitas producidas por acumulación de minerales a través del goteo de agua.
Teruel, Estalactitas en los aljibes medievales
La emblemática fuente posee una gran columna de siete metros coronada por dicho toro de reducido tamaño, el cual se yergue sobre cuatro pequeñas estrellas que señalan los puntos cardinales. La escultura fue creada en 1797 y se colocó sobre la fuente, construida para tal fin, en 1855. En la parte inferior cuenta con cuatro cabezas de toro de las que brota el agua hacia el pilón.
Teruel es una de las 78 ciudades que forman la Ruta Europea del Modernismo. A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la clase burguesa construyó edificios muy singulares con forja artística, ladrillo, azulejo y motivos vegetales que destinaban a vivienda o al comercio con el que había hecho fortuna.
La escuela que creó Gaudí tuvo aplicados seguidores como Pablo Monguió que diseñó varias casas de viviendas de un elegante modernismo, como la Casa La Madrileña y la Casa de El Torico en la plaza homónima, la Casa Ferraz en la calle nueva número 4, La Casa Bayo, o casa de los Retales, en la plaza del Maestro Bretón, además de obras de mayor envergadura como la fachada neomudéjar de la Catedral.
Casa del Torico, Teruel
Al foco de este entorno se celebra anualmente la Semana Modernista de Teruel en la que se recuperan personajes y costumbres de aquella época a través de conferencias, exposiciones y otras actividades en un ambiente de fiesta que indudablemente tiene un gran atractivo para el visitante.
Casa Bayo, Teruel
Pero Teruel no sería Teruel sin la leyenda de los amantes. Su historia procede de una tradición posteriormente documentada que nos sitúa en el siglo XIII cuando Diego de Marcilla, segundón de familia noble pero sin posibles, conoce y se enamora de la bella Isabel de Segura, hija de un acaudalado terrateniente. El padre de ella no aprueba la relación a causa de la pobreza del joven y él se compromete a hacer fortuna en cinco años y ella asegura esperarle ese tiempo. Pasados los cinco años sin noticias del de Mancilla, ella acepta contraer nupcias con el candidato que le ha buscado su padre y finalizada la ceremonia de esponsales llega Diego ilusionado por encontrarse con su amada y recibiendo el jarro de agua fría de que ha llegado tarde. No obstante, en un último y desesperado intento visita a la muchacha y le pide un beso, pero Isabel ya es una mujer casada y se niega en redondo a complacer a su antiguo amor, por lo que él muere de desesperación. Al día siguiente, mientras se celebran las exequias del desdichado en la iglesia de san Pedro, se acerca al féretro una mujer enlutada que quiere dar al fallecido un último beso, aquel que le negó en vida. Se trata de Isabel, y cuando lo hace cae muerta junto a su amado.
En 1555 se descubrió en la capilla de San Cosme y San Damián de la iglesia de San Pedro dos momias, un hombre y una mujer, y se asumió que estas pertenecían a los legendarios amantes. Debido a la popularidad de estos personas en 1955 el escultor Juan de Ávalos esculpió en alabastro dos figuras yacientes que colocaron sobre sendos sarcófagos que se situaron en un mausoleo en la capilla del Sagrado Corazón de la Iglesia de San Pedro.
Mausoleo de los Amantes de Teruel
Ya desde época barroca son muchos los artistas que se han hecho eco de la historia de Diego e Isabel. Notable repercusión tuvieron las obras de Juan Pérez de Montalbán, Tirso de Molina y la más célebre fue la de Juan Eugenio Hartzenbusch, pero también inspiraron composiciones musicales, así la primera ópera del maestro Tomás Bretón fue “Los Amantes de Teruel”. Incluso encontramos esta historia en el Decamerón (cuarto día, novela 8) de Giovanni Boccaccio quien llama a los personajes Girolamo y la Salvestra.
Placa al Maestro Bretón
Actualmente todos los años se recrea la historia con dos festejos teatralizados: el primer fin de semana de octubre se representa la partida de Diego y el tercer fin de semana de febrero se celebran las bodas de Isabel de Segura.
Autora: Susana Ávila
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