Desde estas mismas páginas, venimos argumentando de forma recurrente que, en el mundo en que vivimos, una ciudad termal no surge súbita y espontáneamente, ni se construye de manera improvisada, sino que precisa tiempo, planificación, compromiso decidido y, en especial, colaboración entre los diversos tipos de actores, tanto públicos como privados, que confluyen en ella.
Es, por tanto, un proyecto de marcado carácter cooperativo en el que se entremezclan sensibilidades, puntos de vista e intereses múltiples, en ocasiones contrapuestos, pero que resulta indispensable conciliar, si efectivamente se persigue conformar una ciudad que dé cabida e integre, en torno a un propósito común, a una colectividad cada vez más plural y heterogénea. Una aspiración a todas luces compleja cuya concreción se ve condicionada por un marco normativo que asigna diferentes tipos de competencias y responsabilidades en materia termal a distintas Administraciones Públicas, que no siempre interiorizan sus respectivas atribuciones con el mismo grado de determinación y solvencia. De ahí que una ciudad de esta naturaleza precise, más que ninguna otra, una gobernanza marcadamente participativa y estilos de liderazgo donde prevalezca el dialogo y la búsqueda de consenso entre los diferentes agentes económicos, sociales e institucionales que operan a nivel local, so pena de despilfarrar los siempre exiguos recursos colectivos y truncar las legítimas aspiraciones de los ciudadanos.
Bajo las premisas enunciadas, es obvio que profundizar en el desencuentro interinstitucional y exhibirlo públicamente no es el camino recomendado para una ciudad que como Ourense pretende rediseñarse a sí misma, sobre la base de un aprovechamiento sostenible de su infrautilizado potencial termal, habida cuenta de que durante siglos ha sido incapaz de sumar los suficientes esfuerzos y voluntades para lograrlo.
Ourense debe asumir sus propias limitaciones y entender que requiere “cerrar filas” en torno a una propuesta transformadora de futuro que la redefina como ciudad
Ya sé que de un tiempo a esta parte prolifera el discurso divergente y que no pocos gobernantes (y candidatos a serlo) hacen del pugilato dialéctico y de la confrontación funcional los principales métodos de acción política. Pero, al margen del impacto mediático de esta forma de proceder, de dudoso rédito a medio y largo plazo, Ourense debe asumir sus propias limitaciones y entender que requiere “cerrar filas” en torno a una propuesta transformadora de futuro que la redefina como ciudad, proyecte una imagen atractiva en el exterior y permita establecer alianzas más allá de sus dominios.
Desconozco si a día de hoy la controversia suscitada en fechas pasadas sobre la libre utilización ciudadana de las pozas del Muiño da Veiga ha generado algún tipo de reacción en las Administraciones Púbicas responsables de velar por el cumplimiento de la normativa termal, pero mucho me temo que la cuestión duerma el sueño de los justos, al igual que otros asuntos de similar naturaleza. Y mi preocupación a este respecto no reside tanto en cómo resarcirnos de los contraproducentes ecos mediáticos de la refriega, que también, sino en cómo enderezar el rumbo y evitar que tengan lugar este tipo de confrontaciones y puestas en escena. En tal sentido, sería provechoso habilitar espacios de encuentro y diálogo fluido entre las diferentes Administraciones e identificar interlocutores válidos y comprometidos con la causa termal, dispuestos a no escatimar esfuerzos a la hora de afrontar el logro de los retos planteados.
Se supone que tal posibilidad es factible en la medida en que se percibe la existencia de “canales políticos” abiertos en varias instituciones de ámbito local y es notoria la capacidad para adoptar acuerdos de calado y naturaleza diversa. Lo que me llama poderosamente la atención es que en la agenda de las entidades públicas referidas el conflicto planteado no esté teniendo la transcendencia que merece y pase totalmente desapercibido. Espero estar equivocado y que mis temores sean infundados, como suele ser habitual.
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