Hay ciudades para visitar, hay ciudades para vivir, hay ciudades para trabajar, pero algunas, y no muchas, son ciudades para perderse, para dejarse llevar por los pies en la dirección que consideren, sin destino prefijado, sin intención aparente y se tiene por seguro que no defraudarán.
Venecia es una ciudad para perderse y simplemente dejar que su esencia penetre por cada poro y se convierta en un regalo para los sentidos, porque incluso para el olfato, que era el más reticente, ha conseguido salvar el obstáculo gracias al sistema de limpieza y mantenimiento de sus canales.
Venecia, confluencia de canales
Hacía unos 30 años que no pisaba Venecia y en esta ocasión ni siquiera el programa lo daba por hecho. Pensaba llegar al aeropuerto Marco Polo y desde allí tomar un transporte hacia los Alpes Dolomitas, pero el destino, que es mucho más razonable que el programa establecido, me dejó seis horas en la ciudad de los canales, de la magia, de los recuerdos.
Venecia, Embarcadero en el Gran Canal
Como estancia improvisada, ni siquiera había cogido uno de los mapas tan pintados y anotados por tantas rutas de uso que casi no dejan leer los letreros. Solo quedaba caminar, perderse sin dirección predeterminada, aunque en algún momento u otro se llegaría al Puente de Rialto o a la Plaza de San Marcos, pero de momento era un callejón, un canal que cortaba el paso, un puente que invitaba a cruzarlo y nuevamente otra calle, calleja perdida, llena de encanto de un pasado que se respira en cada rincón.
Venecia, las famosas góndolas venecianas
De origen incierto, parece que nació en el seno del Imperio Otomano de Oriente, acogiendo a un flujo de refugiados que abandonaron la llanura del Veneto y se cobijaron en 118 bancales de arena, que formaban otros tantos islotes en la laguna. Una cruda experiencia, el tiempo y su situación geográfica en la frontera del imperio forjó un fuerte espíritu de independencia que llevó a aquel asentamiento, después convertido en ciudad, a ser una de las Ciudades Estado más poderosas junto con Génova, Pisa o Amalfi.
Al final, se tome el camino que se tome y se tuerza en el recodo que se tuerza, se llega a la plaza de San Marcos un tanto distorsionada por el montaje de un enorme escenario y un entramado de asientos que cubren prácticamente toda la plaza, para la organización de algún concierto, pero ni eso consigue desdibujar la majestuosidad del Palacio Ducal, sede del gobierno de la Muy Serenísima República de Venecia, en su época más gloriosa.
Venecia, Palacio Ducal
El jefe del gobierno, el dux, era elegido teóricamente de por vida, pero con frecuencia era obligado a renunciar a causa de los nefastos resultados de su política y uno tras otro iban cortados por el mismo sastre. En la época de su mayor esplendor, Venecia controlaba gran parte de las costas del mar Adriático y muchas de las islas del Egeo, incluyendo Creta, ya que se encontraba en el eje de las principales rutas de comercio entre Oriente y Occidente.
La iglesia de San Marcos hace pensar en la paradoja de que, siendo su onomástica el 25 de abril, la ciudad celebre su día grande, el 25 de marzo, fecha que dice ser la de su fundación, como si se pudiese determinar qué día plantó bandera el primer refugiado del Imperio Otomano de Oriente que llegó a los bancales de la laguna.
Se cuenta que los restos de San Marcos están en la Basílica desde el año 828 cuando dos mercaderes venecianos, Buono da Malamocco y Rustico da Torcello, que acababan de hacer negocios en Alejandría, tuvieron noticia de que los musulmanes pensaban profanar una iglesia que contenía los restos del evangelista y, ni cortos ni perezosos, robaron el cuerpo del santo y se lo llevaron en su regreso a Venecia. El espolio era peligroso porque había un severo control de mercancías, pero los avispados mercaderes empaquetaron el objeto de su robo en una canasta de mimbre entre hojas de repollo y espinacas mezcladas con trozos de cerdo, sabido el rechazo que tienen los musulmanes por este animal, de manera que es presumible les dejaran pasar su carga con un mohín de repugnancia y sin revisar.
Venecia, Basílica de Santa Maria de la Salud
Y, la leyenda continua, para no dejar rastro de su delito reemplazaron el cuerpo de San Marcos por el de Santa Claudia que se veía en el mismo estado de descomposición, o sea irreconocible. Su llegada a Venecia fue muy celebrada, siendo recibidos por el dux, que en aquel momento era Giustiniano Particiaco, y el obispo local además de la presencia de un ángel que le saludó con la frase «Pax tibi, Marce, Evangelista meus», (La paz sea contigo, Marcos, mi evangelista), quizá para dar una divina confirmación de que los restos eran de San Marcos y no de otro.
San Marcos es una constante en Venecia y su león alado, el símbolo permanente. Aparece con un libro abierto en el que se lee el lema «Pax tibi, Marce, Evangelista meus». Santo y seña que difundió la Muy Serenísima República de Venecia a los pueblos que se le adherían voluntariamente, porque los que conquistaban por la fuerza tenían el libro cerrado y no contaban con la paz tan ponderada en el lema.
A su lado, el Campanile, con una cola para entrar bajo el ardiente sol que hace buscar con la mirada un puesto de socorro en las cercanías…
Pero perderse es salir del centro, del turisteo, aunque eso en Venecia es misión imposible y buscar otros derroteros no tan predecibles. El Palazzo Corner Mozenigo, La Iglesia de Giacomo dell’Orio, el Palazzo Doná della Madenetta, la Casa Goldoni o la Iglesia de San Rocco hoy convertida en museo interactivo donde se exhiben reproducciones de las máquinas diseñadas por Leonardo da Vinci.
Una divertida experiencia en la que jugar con ruedas, engranajes, giróscopo a vapor, ver mecanismos de bloqueo, de cambio de velocidad, de cremallera, rodamientos de bolas, el planeador… y mil jueguecitos más para los que hace falta más tiempo
Exhibición interactiva de máquinas ideadas por Leonardo da Vinci
Más calles, canales, callejones, canales, plazas bajo el sol de julio evaporando la humedad de la laguna. En cualquier otro lugar los muros de los edificios, protegen de las inclemencias del tiempo, en Venecia la piedra es el mejor cómplice de la humedad que penetra hasta las entrañas.
Venecia, Iglesia de San Rocco
La diferencia entre la Venecia que conocí hace treinta años está en la literatura, cuando todavía no había leído la saga de novelas del Comisario Brunetti de Donna Leon, ni La tempestad de Juan Manuel de Prada. Y eso marca diferencia.
Venecia, Gran Canal
Te cruzas con turistas, esos que también se hallan perdidos, voluntariamente o no, disfrutando de una ciudad casi sin lugareños, antes de que estos desaparezcan del todo y se convierta en solo en un museo, en el que ya se cobra la entrada.
Autora: Susana Ávila
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