Corría el mes de mayo del año 2008 cuando el Parlamento de Galicia aprobaba en sesión plenaria y por unanimidad de los presentes la declaración de la ciudad de Ourense como capital termal de nuestra Comunidad Autónoma. Una singular resolución precedida de un animado debate en el cual los portavoces de las organizaciones políticas representadas en la cámara expusieron con detalle el argumentario que justificaba no solo tal reconocimiento, sino también la imperiosa necesidad de complementar la decisión con medidas de acompañamiento que diesen contenido práctico a la misma. En este sentido, las referencias a la fortaleza de la industria termal en Galicia, a su gran dinamismo desde finales del siglo XX, a su capacidad para generar empleo, renta y riqueza, y a su potencialidad para convertirse en un “vector de desenvolvemento de moitos concellos e comarcas do noso país” no se hicieron esperar. Un escenario en el cual el aprovechamiento de los recursos termales se percibía como un “factor de reequilibrio económico, social e demográfico” de Galicia y donde Ourense estaba llamada a desempeñar un papel estelar, dado el cuantioso caudal de sus surgencias, su tradición termal milenaria, la dotación de importantes infraestructuras tecnológicas y científicas en su entorno, y la celebración de Termatalia en Expourense. La ciudad de As Burgas se iba a convertir en un foco irradiador de progreso.
Termas de Outariz, Ourense, (foto: Antón Alonso)
A tal efecto, Ourense se proyectaba desde el Parlamento como un polo de generación de conocimiento y de dinamización de un sector de actividad cuya operatividad redundaría en beneficio del país y, en particular, de la Galicia interior, ámbito territorial en el cual se concentran la inmensa mayoría de las surgencias termales de nuestra Comunidad Autónoma. Pero el debate parlamentario de mayo de 2008 no escatimó esfuerzo ni obvió una cuestión central a la hora de abordar una decisión de tan significada naturaleza, la necesidad de disponer de recursos financieros suficientes que permitiesen convertir los grandes pronunciamientos institucionales en realidades tangibles por los ciudadanos. Y, en este sentido, la referencia de los diferentes portavoces al Plan Estratégico Termal aprobado unánimemente por el Pleno del Concello de Ourense en el año 2007 fue recurrente. Como recoge el Diario de Sesiones del Parlamento, que la Capital Termal de Galicia cumpliese los cometidos que justificaban su declaración como tal requeriría habilitar, en un horizonte temporal de 10 años, la nada despreciable cuantía de 170 millones de euros de inversión pública multiinstitucional. De ahí que una medida ineludible fuese la creación de un Consorcio, participado por las diferentes Administraciones con competencias en la materia, que asumiese entre otros el compromiso de captar y gestionar con acierto tal volumen de recursos.
La declaración de capital termal de Galicia dotó a Ourense de un valioso atributo que transcendía más allá de un eslogan publicitario
Trascurridas casi dos décadas del otorgamiento del status de capital termal a la ciudad de Ourense, no es motivo de estas líneas evaluar la utilidad práctica evidenciada hasta la fecha por tal distinción, ni el grado de cumplimiento de las expectativas generadas en la ciudadanía por una decisión institucional que en su momento se interpretó como justa y necesaria. Entiendo que lo pertinente en estos momentos es afrontar el futuro sin dilación y preguntarnos si todavía estamos a tiempo y en disposición de aprovechar en mayor medida las oportunidades que puso a nuestro alcance un reconocimiento como el concedido a la ciudad en el 2008. Y, en tal sentido, resulta imprescindible comprender que la declaración de capital termal de Galicia dotó a Ourense de un valioso atributo que transcendía con creces la relevancia de un mero eslogan publicitario, equiparación que llegó a sugerirse hace diecisiete años en el referido debate parlamentario. Pero, para que los distintivos intangibles tomen cuerpo y permitan transformar provechosamente la realidad, los pronunciamientos institucionales no son suficientes por sí mismos, pese a la fuerza de su simbolismo. El progreso también requiere movilizar recursos y, por tanto, financiación, amén de altas dosis de cooperación en un mundo paradójicamente cada vez más polarizado. Quiero pensar que, más pronto que tarde, Ourense retomará su camino.
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