Contaba mi madre que en casa de nuestro abuelo Avelino, mueblero de Barra de Miño afincado en Ourense, se bebía con regularidad el agua de A Burga después del oportuno sereno al aire libre de la noche. Supongo que sería una práctica habitual en aquella vieja Auria de principios del siglo XX, al igual que venerar a la Virgen del Carmen, no tanto por la tradición marinera de nuestra milenaria ciudad, sino por la conciliación de las creencias seculares asociadas a las surgencias termales con la devoción a una virgen cristiana protectora de las aguas.
De ahí, probablemente, el porqué de la hornacina mariana situada en el muro de cierre de los jardines del Complejo de As Burgas o, tal vez, la procesión que cada 16 de julio recorre el casco histórico de Ourense portando la imagen de la madre de Jesús desde la Iglesia de la Trinidad. Por cierto, conmemoración esta última nada extraña para un industrial oriundo de Barra de Miño que, como mi ancestro Avelino, provenía de un singular enclave rural acostumbrado a celebrar sus fiestas mayores en honor de la advocación de Nuestra Señora del Monte Carmelo.
Fuentes de As Burgas, Ourense
Hecho el preámbulo anterior, bien pudiese parecer pretencioso e injustificado por mi parte haber utilizado el calificativo termal a la hora de referirme a Barra de Miño en el título del presente artículo. A nadie se le escapa que, a día de hoy cuando menos, no se conocen surgencias de tal condición en este celebre lugar del Concello de Coles, al tiempo que la circunstancia de conmemorar una festividad mariana determinada o que un insigne ciudadano beba puntualmente el agua de un venero sito en otro ayuntamiento carezcan de validez científica para dar carta de naturaleza termal. Pido disculpas por la licencia retórica, pero mi intención no es otra que reivindicar la fuerza de las palabras y el poder de los calificativos otorgados a la hora de conformar el imaginario popular, como bien saben por cierto los expertos en marketing. Por tanto, el título del artículo en desarrollo bien pudiera ser más un ejercicio de mercadotecnia o un eslogan publicitario que una verdad acreditada a base de termómetro, probeta y laboratorio.
La buena reputación es un activo que precisa cuidado y esmero
Pero el curso del relato propuesto cobra cierto sentido cuando recordamos como alguna que otra villa o ciudad termal de renombre fue capaz de acuñar con el transcurso de los siglos un notable prestigio internacional, no tanto gracias a la condición calórica de sus surgencias acuíferas sino como consecuencia de la peculiar composición química de estas últimas. Y, a tal respecto, la ciudad belga de Spa merece un aparte, toda vez que sus afamadas aguas, que afloran a temperaturas comprendidas entre los 9 y 14 grados centígrados, comienzan a popularizarse a partir de 1559 gracias a unas virtudes terapéuticas que en 1717 atraerían la presencia del propio zar Pedro el Grande, aquejado de afecciones hepáticas. Un contexto en el que el diseño de los tratamientos curativos dispensados acabaría concretándose en tres rutinas principales, beber agua, realizar actividad física y disfrutar del tiempo libre. Lo llamativo del caso es que, por analogía con la ciudad belga referida, el vocablo “spa” ya venía siendo utilizado en el Reino Unido como identificativo de los establecimientos e infraestructuras termales en general, sin entrar a considerar si la referencia geográfica de la cual se adoptaba el término gozaba de recursos hídricos de tal condición calórica.
Dicho lo anterior, es fácil concluir que, tanto ayer como hoy, la buena reputación es un activo que precisa cuidado y esmero, por cuanto gozar de la misma brinda oportunidades de otra forma inimaginables. Y si no que se lo pregunten a los habitantes de la francesa Vichy preocupados durante décadas por borrar la huella de colaboracionismo con la Alemania invasora del III Reich dejada en sus calles por ser la sede del régimen de Pétain. Como se suele decir, construir siempre requiere una mayor dosis de esfuerzo y acierto que cualquier ejercicio de demolición, y de ello es necesario que seamos conscientes en todos los órdenes de la vida sin exclusión.
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