Trump, Roma y la geopolítica del termalismo

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J.A. Vazquez Barquero

      Es una obviedad que el orden mundial, tal cual lo hemos conocido durante décadas, ha saltado por los aires o, cuando menos y si nadie lo remedia, está en vías de hacerlo. En este sentido, las hemerotecas nos recuerdan que, finalizada la II Guerra Mundial y no de forma casual, Bretton Woods (EEUU) fue el escenario elegido por las Naciones Unidas para celebrar la conferencia que regularía a futuro las relaciones comerciales y financieras entre los países más industrializados. Transcurría el año 1944 y la ONU pretendía poner fin a la etapa de proteccionismo imperante desde 1914, amparándose en la convicción de que la paz global exigía, para ser duradera, una buena dosis de liberalismo económico a nivel internacional. Un argumento este último que sería esgrimido con posterioridad, aunque en otro contexto, por los padres fundadores de la actual Unión Europea.



     Por tanto, las resoluciones de Bretton Woods vinieron acompañadas de la adopción de un Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio, suscrito en 1947 por 23 países, y de la creación de nuevas instituciones, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, pero también de la consolidación de Estados Unidos como potencia económica dominante y del dólar como eje monetario del sistema. Una propuesta de mayor cooperación e integración multilateral que, a partir de los años 80 del pasado siglo, se vería reforzada por la caída del Telón de Acero, por la eliminación gradual de barreras comerciales en economías emergentes como China, y por la constitución de la Organización Mundial del Comercio que, a partir de 1995, supervisaría los acuerdos y la resolución de disputas mercantiles entre países.

Es la lucha sin cuartel por la hegemonía comercial, pero sobre todo por el control de los recursos que a día de hoy se consideran estratégicos

     Pues bien, todo el esfuerzo cooperativo a nivel mundial anteriormente relatado ha quedado en entredicho tras las últimas elecciones presidenciales en los EE.UU. y, al respecto de la cuestión, ya se han pronunciado un sinfín de destacados estadistas, economistas, empresarios, sindicalistas y ciudadanos en general, a los cuales no pretendo enmendar. Parece evidente que, más allá de los reparos que cualquiera pueda considerar a la hora de evaluar la Globalización precedente que nos ha tocado vivir, el nuevo orden en ciernes no tiene visos de mejorar las cosas, sino que apunta a empeorarlas de manera significativa. Es la lucha sin cuartel por la hegemonía comercial, pero sobre todo por el control de los recursos que a día de hoy se consideran estratégicos. Y este último aspecto me retrotrae a Roma, a su expansión imperial, a la visión geopolítica que adoptó con respecto a los recursos termales y a las dinámicas de aglomeración poblacional que se observaron en los espacios dotados con surgencias de esta naturaleza.


    Todo parece indicar que la fundación de un buen número de las mansiones, villas y ciudades erigidas por Roma en torno a los afloramientos de aguas termales no obedeció, en primera instancia cuando menos, a una motivación de carácter extractivo, comercial o productivo. Lo más factible es que la concreción de esos asentamientos fuese el resultado de la condición sobrenatural que el ser humano atribuía a tales recursos y de la funcionalidad curativa y terapéutica de los mismos. Cualidades excepcionales que se transmitirían al propio medio físico y justificarían la reinterpretación de este último como lugar de encuentro, como espacio de relación e interacción entre individuos de diversa procedencia. 


     Por tanto, el desarrollo urbano en esos entornos tendría como misión capital la imposición de un nuevo orden cultural, social, administrativo y político en los dominios conquistados, y sería instrumentalizado como un mecanismo de propagación de una nueva civilización. En consecuencia, el proceso referenciado no solo se caracterizó por una apropiación y redefinición de los ámbitos geotermales como elementos vertebradores del territorio y como hitos destacados de una red viaria al servicio de la consolidación de las conquistas de Roma. También supuso la asunción de nuevas funciones y de un “estilo de vida” que, en buena medida, reproducía en las provincias los estándares y arquetipos de la metrópoli. Está por ver si el presidente Trump tiene la misma visión de las cosas.



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