¿El agua termal cura? ¡Depende de dónde, oiga!

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J.A. Vazquez Barquero

     En el Foro La Región del pasado 2 de diciembre, celebrado en eBalneario de Laias, el Dr. Santalices reflexionaba sobre la oportunidad y conveniencia de incorporar el termalismo terapéutico a la cartera de servicios del Sistema Nacional de Salud español. Una reivindicación histórica, en palabras del presidente del Parlamento de Galicia, en cuya resolución llevaba inmersa al menos una década la máxima institución de nuestra Comunidad Autónoma, a pesar de carecer de las pertinentes competencias al respecto. No obstante, un jarro de agua fría atemperaría la mencionada propuesta cuando en el citado Foro el Dr. Maraver, presidente de la Asociación Española de Hidrología Medica, alegó que, desde los balnearios nacionales, no se estaban aportando los datos clínicos imprescindibles para avalar una medida sanitaria de semejante calado, contrariamente a lo que acontecía en destacados países de nuestro entorno.


     No es mi intención entrar en el debate metodológico planteado en Laias y mucho menos pretendo divagar sobre el grado de “cientificidad” de la terapia termal. Resulta patente que estamos ante una controversia recurrente en el seno de la comunidad médica, con claros efectos económicos y sociales en cada contexto espacio-temporal considerado. Porque la dimensión real de este contencioso no se limita a la mera aseveración, como han enfatizado algunos autores, de que el mundo médico ha sido entusiasta, crítico y aun sarcástico con respecto a la cuestión suscitada, dependiendo de los tiempos que le haya tocado vivir. La controversia tiene un importante calado y se explicita de forma diferencial en las distintas sociedades, en función del posicionamiento científico y médico preponderante en cada momento, pero también supeditada al régimen normativo e institucional en curso. Por tanto, baste para solventar el trámite, con hacer mención a una destacable publicación del año 2020 donde la Dra. Meijide, también presente en el Foro de Laias, afirmaba que, "en la actualidad, los tratamientos termales se utilizan en el manejo de enfermedades crónicas, en la prevención de enfermedades comunes, en la recuperación después de procesos agudos y en la rehabilitación".


      Llegados a este punto, entiendo que la pregunta relevante a responder es ¿por qué, en países europeos de notorio nivel asistencial, el sistema de salud financia el termalismo terapéutico y en España no acontece lo propio? En tal sentido, resulta pertinente hacerse eco del trabajo realizado en el 2001 por el profesor Weisz que, al comparar la industria balnearia en Alemania, Italia, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, identifica la existencia de sendos modelos de financiación de los tratamientos hidrotermales: uno anglosajón, de carácter totalmente privado, y otro continental, que contempla cierto grado de cobertura pública. 

Lo llamativo del estudio referenciado es que el autor, más allá de categorizar los diferentes sistemas termales analizados, constata que no se percibe ningún factor histórico individual que justifique la existencia de tales modelos industriales

    Una reflexión que nace de la apreciación de que las cinco economías comparadas se han enfrentado a los mismos problemas sectoriales y, por ende, han dispuesto de un nivel similar en cuanto a conocimientos científicos relevantes. 


     En opinión de Weisz, profesor de la McGill University de Montreal, los factores explicativos de tales diferentes respuestas nacionales habría que buscarlos en la dimensión y poder de las respectivas industrias balnearias, y en la naturaleza de la particular relación entre las organizaciones médicas profesionales, las instituciones públicas y los ámbitos científicos y académicos asociados al termalismo.


      Es decir, no nos enfrentamos ante un problema de falta de datos o de carencia de herramientas y métodos de análisis y verificación contrastados. Hace tiempo que el conocimiento científico tiene carácter universal y circunscribirlo a casuísticas localizadas implica adoptar un enfoque excesivamente reduccionista, poco operativo en el caso que nos ocupa. 


       Es cierto que cada surgencia termal tiene su propia composición y, por tanto, muestra propiedades y usos terapéuticos diferenciados. Pero también parece evidente que, si las aguas termales de Francia, Alemania, Italia y Portugal (entre otros países de nuestro entorno) tienen la facultad de curar y son reconocidas en tal sentido por sus respectivos sistemas de salud, no debería existir mayor impedimento para que en España aconteciese lo propio.




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