​La otra Piedra de Rosetta

|

    Comenzado a construir en 1854, el British Museum exhibe una soberbia fachada de tintes neoclásicos. Columnas estriadas, capiteles jónicos, escalinata, frontón repleto de figuras simbólicas, la Unión Jack ondeando en lo más alto y una larga fila de visitantes a la espera de acceder al interior.

Orgullo y una buena dosis de inmodestia. Así es Londres y así es el British Museum.

     El British conserva el espíritu de los viejos museos, concebidos como lugares a los que se va para aprender más que para disfrutar. Se me ocurre que por ese motivo sea tan frecuente ver grupos de escolares, en fila o sentados en el suelo en corros, con sus chalecos reflectantes, vigilados por sus profesores. Todos serios y respetuosos, los grandes y los pequeños, custodios y custodiados. Guardad el debido respeto, estáis en un lugar de culto, parecen decirles los maestros. Este sitio es demasiado grande como para no mantener la compostura, parecen pensar los pequeños cuando elevan la mirada hacia sus techos.


2



      ¿Por qué un lugar para cultivarse? Por su inequívoca intención por exhibir y producir admiración, por su afán por difundir conocimiento. Porque atesora pedazos de civilizaciones históricas, piezas que forman parte de la roca madre sobre la que se ha asentado la cultura del género humano. Los frisos del Partenón, el moái de Hoa Hakananai’a, los relieves de la cacería de leones de Ausbanipal (¿recuerdan la leona herida?), el estandarte de Ur, el impresionante busto de Ramsés II, la momia de Katebet, la serpiente azteca en mosaico de turquesas o la estatua de Tara. En sus salas se encuentra el germen del mundo, de un mundo a cuyas esquinas más lejanas llegó de algún modo el imperio británico. 


     Uno de los tesoros más extraordinarios del British es la Piedra de Rosetta, y, de hecho, puede decirse que es su principal icono. En la tienda de recuerdos se encuentran reproducciones de ella de todas las formas y para todos los usos, llaveros, papel de envolver, imanes, estuches, marcapáginas, posavasos, reglas, cajas, pisapapeles, jarras, cuadernos, carpetas, carteras y hasta figuras exentas de todos los tamaños. La Piedra de Rosetta no es un objeto especialmente bello, es un fragmento de una estela de granodiorita negra con un mismo texto tallado en tres idiomas distintos, uno de ellos el jeroglífico egipcio. Su interés, como es sabido, no radica ni en su estética ni en su contenido literario, sino en que sirvió como vehículo para descifrar la escritura jeroglífica y por eso mismo para el conocimiento de la cultura pétrea, oscura, secreta y mortuoria del antiguo Egipto, el Nilo y sus faraones. De modo que la Piedra de Rosetta constituye un hito fundamental en la difusión del conocimiento del mundo antiguo. En este aspecto también es icónica.


     Creo, sin embargo, que este museo acoge entre sus muros otra Piedra de Rosetta: su biblioteca. Resulta extraño que haya una biblioteca en un museo, en el British, la hay, y no en un lugar marginal ni apartado y silencioso, como pareciera requerir la lectura y el estudio, sino en su mismo centro. El museo cuenta con un enorme patio central de noventa metros de largo que, después de la asombrosa remodelación de Norman Foster, con su cubierta de cristales triangulares, pasó a conocerse como el Gran Atrio de Isabel II. Pues en el mismo centro de este atrio, con planta circular, se levanta la biblioteca.


4


    La Sala de Lectura, como comúnmente se la denomina, presenta al exterior un aspecto un tanto anodino, aunque como las geodas, su auténtico valor, su brillo, se halla en el interior. Hierro y vidrio, ingeniería y arte, materiales exquisitos y detalles maravillosos, estricta simetría y una gran cúpula que, como no podría ser de otra forma, está inspirada en el Panteón de Roma.


9 (1)


      Se inauguró oficialmente el 2 de mayo de 1857. Para tan importante evento se sirvió un desayuno dispuesto sobre los mostradores del catálogo que incluía champán y helado. Se quiso dar a esta biblioteca esa marca de modernidad y al mismo tiempo de conservadurismo propia del reinado de Victoria. Tecnología avanzada en ventilación y calefacción y, en fecha tan temprana como 1879, se la dotó de luz eléctrica. En una ciudad como Londres, con su endémica oscuridad, su recurrente niebla, su nubosidad y sus lluvias, la dependencia de la luz natural debió limitar en exceso el tiempo efectivo de uso de la Sala. Me imagino a un hipotético director con chistera, traje oscuro y pajarita al cuello, ostentoso bigote y poblada barba blanca, anunciar que las jornadas de estudio invernales podían prolongarse más allá de las cinco de la tarde, para bien de la ciencia y el progreso y provecho de la humanidad.


5


     Modernidad tecnológica y conservadurismo social. La Sala de Lectura contaba con numerosos bancos geométricamente distribuidos en su interior, dos de ellos reservados exclusivamente para mujeres. La biblioteca del British y las vías al conocimiento abrían la puerta al sexo femenino, una apertura muy tímida, sus bancos disponían de espacio para un máximo de dieciséis lectoras. Señoras y señoritas pocas y en sus propios bancos, porque como no podía ser de otro modo, los hombres tenían su lugar y las mujeres el suyo. La mezcla, entendida en su más amplia acepción, nunca fue del gusto de la sociedad que levantó en Imperio y el Museo británicos.


6


      Cuarenta kilómetros de estantería acogieron su formidable colección. Fue la principal sala de lectura de la Biblioteca Británica hasta que en 1997 se trasladaron sus fondos al nuevo edificio de la British Library en St. Pancras. Sin sus viejos libros, la Sala de Lectura se oscureció, aunque conservó honra y fama. El olor del cuero de sus asientos y el de la madera noble encerada también se mantuvo y, sobre todo, conservó el recuerdo de la época victoriana, sus años más gloriosos. Tan gloriosos como la Atenas de Pericles, que dio vida a los mármoles del Partenón o el imperio de Asurbanipal, que gustaba de adornar sus palacios con relieves de caza o aquella época dorada del imperio egipcio que prosperaba de la mano de Ramsés II. En ese tiempo glorioso pasaron por los bancos de esta segunda Piedra de Rosetta personas como Mahatma Gandhi, Bram Stoker, Arthut Conan Doyle, George Orwell, Rudyard Kipling, Arthur Rimbaud, Oscar Wilde, Mark Twain o H. G, Wellls. En una cartela situada en la entrada se informa de que Karl Marx dijo de este lugar que disponía de sillas cómodas y una temperatura agradable en invierno, algo que habitualmente faltaba en las casas, si es que se tenía casa, claro. Virginia Woolf, así se pone de manifiesto en otro puesto informativo similar al anterior, escribió en relación con el ambiente que se respiraba en la Sala de Lectura, que se oían en ella ruidos particulares, cambios de postura, estornudos, murmullos y, de vez en cuando, un suspiro devastador de la colectividad 

allí reunida.


7


  • La Sala de Lectura, brillo y lustre, lo que diferencia lo antiguo de lo viejo.


      Antes de terminar me parece oportuno poner de manifiesto un detalle más de la biblioteca del British Museum y su tiempo de esplendor. Su cúpula, con sus casi cuarenta y tres metros de diámetro, no es en realidad tal cosa, no es una cúpula en el sentido arquitectónico del término, no como las que construyeron Brunelleschi o Miguel Ángel. A la Sala de Lectura del British, que desde que no es biblioteca acoge exposiciones y eventos de diversa índole, la cubre una estructura construida con segmentos de hierro. Con base en ellos se extiende un techo suspendido y los espacios interiores comprendidos entre los nervios y los vanos son de papel maché. Un papel, por otra parte, muy bellamente decorado y rehabilitado con esmero para que llegase en perfecto estado hasta nuestros días.


Josu00e9 Sainz de la Maza vyc 216

Autor:  José Sainz de la Maza







Piedra Roseta, 3

Comentarios