​Bulgaria y sus rosas

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     Dijiste que, como siempre había querido conocer Bulgaria, me habías regalado un circuito y salíamos en dos días. Pensé que la rosa de los vientos tiene muchas direcciones, pero, de verdad, solo indica una, el punto que señala nuestro destino. El mío era el valle de Kazanlak donde viven esas rosas damascenas que viajaron desde Siria hace tantos siglos que se consideran búlgaras. Lo imaginaba poblado de campos que alcanzan el cielo azul hasta motearlo de iridiscencias sonrosadas. A las mujeres arremolinando sus coloridas faldas en torno a las hileras de los rosales, y al sol desperezándose con sus canciones. Me diste el itinerario del viaje. Tocaba esperar, hasta el cuarto día no lo visitaríamos. Pasé esas dos noches soñando despierta. Los sueños dormida no los deseo.


     Ya en el avión, el vuelo es más rápido de lo previsto por el piloto. Sirven un desayuno inesperado y aterrizamos en un santiamén. Nada más desembarcar nos llevan a Sozopol, un pueblo pesquero, que cierra la bahía de Burgas. Es uno de los asentamientos más antiguos de la costa búlgara, con una existencia documentada en la Edad del Bronce. Unida a tierra firme por una estrecha lengua, sus límites naturales marcan la superficie del casco antiguo. De las fortificaciones de las murallas que la rodeaban, se conservan mejor las que dan a la parte este de la península. El coqueto museo arqueológico dispone en espiral las distintas elevaciones de sus salas. Las piezas de su colección merecen la pena entrar en él. Bajo un sol que da pretexto al agua para evaporarse y, que formará una nueva colonia de lunares en mis brazos, recorremos sus calles empedradas, miramos a lo alto para no perdernos las casas de madera de los siglos XVIII y XIX que aún perduran. Entre una y otra iglesia paladeo un helado doble de mango y frambuesas. En el umbral del atardecer veo a las olas acercarse a las rocas aún a sabiendas de que se despeñarán.


Sozopol, Bulgaria

Sozopol, Bulgaria


     Ya en Burgas nos sobrevuela el halcón nocturno, y el sueño se da de bruces contra mis pensamientos que fluyen y refluyen en una balsa de medusas. Lo que he dejado en Madrid es lo mismo que me espera a la vuelta. Mejor ponte e intenta apresar palabras con que describir el día de hoy a tus compañeros de escritura, dices. Te obedezco. Mordisqueo los labios cerrados de la noche en busca de su lengua. La abre y sin permiso me apropio de las palabras que encierra.


     Amanece un cielo lleno de legañas. Conforme el autobús se va acercando a Nessebar, la guía nos habla de este asentamiento tracio al sur del cabo Emine que durante el reinado del Zar Iván Alexander se convirtió en el centro espiritual y religioso de su imperio. Es bonito el nombre con que la bautizaron en el siglo VI, Mesembria. Al entrar en ella, un molino de viento de madera hincha sus aspas, como las velas de los barcos. Una muralla de dos metros de ancho que los gobernantes bizantinos restauraron añadiendo torres cuadradas y semicirculares a ambos lados de la puerta. Las cuatro salas del museo arqueológico acogen piezas que recorren su historia desde el neolítico hasta el medievo. A la salida pienso en cómo sobrevivirán en él las lucernas sin aire que avive su luz y nos perdemos por calles que se cruzan entre iglesias y casas de maderas. 


     La Iglesia de Cristo Pantocrátor con una rica decoración exterior muestra la maestría de sus constructores. Más recóndita, la Sveti Stefan, cuyo interior cuenta en sus murales y pinturas  escenas del Juicio Final y los Milagros de Cristo. 


IGLESIA CRISTO PANTOCRATOR NESSEBAR

Iglesia Cristo Pantocrator, Nessebar


      San Juan Aliturgetos, sin santificar, mira al mar Negro que se abre como un amante que no cambia de color de la noche al día; a su agua negra que preserva su fondo de las miradas indiscretas. Alrededor de las ruinas de Sveta Sofia gira una plaza. A la vuelta nos topamos con los muros de piedra y ladrillo de Santa Paraskeva. Me llama la atención un diseño en ellos que simula espinas de pescado. La de Sveti Spas, la única construida, que, siguiendo ordenanzas Otomanas, mide menos que un soldado a caballo. 


SVETA SOFIA NESSEBAR

Ruinas de Sveta Sofia


     Paseamos bajo un sol rechoncho y aplanado que tatuará en mis brazos más lunares a modo de pictograma imposible de descifrar. Los pies, de pisar tanto suelo empedrado, se olvidan de andar derechos. Nos espera el autobús en el muelle de pescadores. Una mujer ajena al grupo intenta subirse. Su mirada ausente no escucha el aquí y ahora que le dice que este no es su sitio. La guía la baja. Arrancamos y se queda perdida en aquella terminal.


     En la carretera hacia Varna, viejos postes de luz indefensos con sus cables en el cristal enrollados junto a otros metálicos relucientes. Llegamos a las dos y media. En el restaurante nos recibe un camarero criado en España a la que añora y nos ofrece una degustación de platos típicos elaborados que borran el mal sabor de boca del abandono de aquella mujer.


      Varna fundada en el siglo VI a. C. con el nombre de Odessos. Tan importante ella que acuñaba sus propias monedas y griegos, romanos, otomanos quisieron dejarle su rastro. En la plaza de los Santos Cirilo y Metodio, encontramos la catedral "Dormición de la Virgen María". Hay un bautizo y, al acabar la ceremonia, la madrina nos ofrece un trocito del bizcocho que reparte entre los invitados. Un cerero va apagando, cegando las velas de las ofrendas, no las deja consumirse. Afuera rodeada de bullicio la popular torre del reloj. Entramos en El Museo Arqueológico que custodia las sorprendentes piezas halladas en su necrópolis calcolítica. Es el oro procesado más antiguo del mundo, que se remonta a las civilizaciones de la época de la Cultura de Calcolítico, entre 4.600 y 4.200 años A.C. Los colgantes me parecen de una delicadeza naif, si me dieran a escoger me quedaría con los de forma de toro, aunque el angelito me hace dudar.


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Cabeza antropomórfica de arcilla, Período Calcolítico 4500-4000 bce


     La guía nos cuenta curiosidades: en las tumbas los hombres se enterraban estirados y las mujeres en posición fetal. Ajuares funerarios, el difunto rodeado de sus pertenencias, ahora te dejan encajonado sin más recuerdos. Siempre que visito un museo arqueológico pienso en que nosotros recreamos el mundo de otros tiempos, pero ¿cómo imaginarían ellos el nuestro?


     Varna también es el escenario de una parte de la novela Drácula de Bram Stoker. “Allí descubrimos que sólo un barco con destino al Mar Negro había salido aprovechando las mareas. Es el Czarina Catherine y va de Doolittle Wharf con destino a Varna, a otros puertos…"


     Al atardecer la cercanía del hotel al jardín marítimo nos invita a pasear bajo un cielo sonrosado de febrícula. Un grupo de gaviotas en formación en cascada descienden sobre el mar. La línea del horizonte se va adentrando en él. El volumen del mar sube al sentirla dentro. Una lengua de agua salada lame la orilla de mi cara. Se cuela en mí un sutil cosquilleo de primavera, aunque esté a punto de nublarse el verano. Me refugio en la mirada concupiscente de una gaviota que ha conseguido una presa. Me pregunto si el horizonte le da profundidad al mar o el mar al horizonte. Nunca sospeché que el amor en cirílico pudiera ser esto.

     Sin darme cuenta la noche frunce el ceño y me recuerda que es hora de acostarme y esta vez sueño dormida.

     Al día siguiente nos dirigimos a Shumen, a descubrir El jinete de Madara excavado en la roca a principios del siglo VIII. Tras subir doscientos peldaños de escaleras que, si no te dicen que subas, pasarían inadvertidos entre árboles, allí está el jinete con un león tendido frente a él y, detrás, su perro. Cerca unas inscripciones en lengua griega refieren los acontecimientos de la historia búlgara a principios del siglo VIII al IX. Este Kan jinete viéndose derrotado por el califato Omeya, pidió ayuda y logró que no entraran en Bizancio. Los relieves rupestres se hallan deteriorados por la erosión, y, aun así, se distinguen una serpiente y un águila.


    Nos vamos hacia Tombul, a visitar su mezquita construida bajo el dominio otomano es una de las mayores de los Balcanes.  Antes de entrar en ella me descalzo y guardo mis zapatos en la cajita de colorines bajo la escalera. Aunque no hay fieles es un lugar de culto. A la salida me siento en su fuente y lavo mis pies.


Tombul Mosque, Bulgaria

Mezquita de Tombul, Bulgaria


    Seguimos camino hacia Arbanasi, al encuentro de la iglesia de la Natividad. Desde el exterior, los muros de piedra desnuda impiden adivinar el conjunto de figuras y escenas religiosas pintadas en el interior. Los colores vivos de las pinturas que se niegan a morir.  Narraciones de la vida de la Virgen María, el árbol de Jesé, el Nartex, imágenes de filósofos y poetas griegos. La rueda de la vida, y cómo muestra la relación filosófica entre el zodíaco, las estaciones y los hombres. Me gustaría fotografiarla, y, sin embargo, acepto que no dejen. Para sus cuidadores es un legado que preservar a toda costa. En la puerta una señora mayor nos enseña las camisas que borda allí mismo, pero no nos dejan tiempo para admirarlas.


     Es asomarnos a la ciudad de Veliko y divisar la fortaleza Tsarevets que preside la colina. De lejos parece hueca como mujer histerectomizada. Al acercarnos, pese a los estragos sufridos a lo largo de los siglos, los restos permiten imaginar el poder que ejercieron los monarcas búlgaros que en ella residieron en la Edad Media. La guía nos habla de cómo más tarde, se construyeron nuevas fortificaciones, una entrada principal, varias puertas y torres de defensa y una muralla de más de un kilómetro de perímetro para mantenerla a salvo de los invasores. Vamos ascendiendo la colina de una fortaleza remendada. En la parte más alta de la ciudadela, encontramos la catedral “Ascensión del Señor”. La recorremos hasta que el cielo adormecido pierde la noción del tiempo, el día se le ha escapado de las manos. La felicidad varada igual que el mar incapaz de fluir como los ríos. Las nubes deformadas, se quedan en la cuneta del cielo.


Veliko, Bulgaria

Veliko, Bulgaria


      En la habitación del hotel se yergue la noche, abre su ojo de par en par sorprendido ante tanta belleza. Contengo la respiración, unos minutos de apnea y mi corazón bombea más vivo que nunca. Un acantilado de luces como puntos suspensivos realza la profundidad de lo que de día me parecieron ruinas. Duermo con las cortinas descorridas, y su visión desbroza la oscuridad.


     El alba me despierta como si cantará un muecín. Por fin ha llegado el ansiado cuarto día. Hoy voy al Valle de las rosas. De nuevo en ruta cruzamos la cordillera balcánica que divide Bulgaria en dos hasta el Paso de Shipka. En la guerra entre Rusia y Turquía, la batalla final se libró en este punto clave de los Balcanes Orientales. El peine del cielo carda las nubes como las melenas de las mujeres de Klimt. El complejo monástico de Shipka, fue erigido en memoria de los soldados rusos que allí perecieron. La iglesia permanece agazapada dentro de una espesa arboleda, sobre la que, a lo lejos, sólo asoman relucientes sus cinco doradas cúpulas. El diseño influido por la arquitectura rusa del siglo XVII. Sus diecisiete campanas, dentro de un campanario de cincuenta y tres metros de altura, se pueden escuchar a varios kilómetros. Me gusta que las fabricaran a partir de la fundición de los cartuchos que se recogieron después de la batalla.


     Ya en los alrededores de Kazanlak se dispersan túmulos en grupos por todo el Valle de los Reyes Tracios. En el cielo nubes coaguladas de esas a las que todos rezamos para que se licuen cuando la sequía nos alcanza. En pleno centro del Valle de las Rosas, las tumbas se hallan bajo túmulos de tierra que nunca se airean. Sepulcros de hombres a los que se les detuvo el corazón por sorpresa, como a todos nos pasará. Me sobrepasa esta obstinación de que permanezcan los restos de nuestros cuerpos como residuos en un punto limpio. La tumba de Golyama Kosmatka, es la más grande, la de Kazanlak, es chiquitita. Dentro de ella un diminuto murciélago, un ángel negro en la amalgama de sus piedras, entre los frescos con una pareja abrazándose en un banquete funerario ritual. Una bocanada de aire busca las ranuras de sus rincones y lame las pequeñas holguras que encuentra. La arenisca sale de su letargo, parece volver a la vida. No es más que una pequeña polvareda indecisa, pero todo se queda en silencio. En ese silencio que vive el junco, a la espera del viento que le haga hablar. Alguien me llama, me he quedado rezagada del grupo. Una disculpa llena de culpa por hacerles esperar. Con la cabeza gacha como una flor lacea recorro el autobús hasta llegar a mi asiento.  Un chal de palabras tuyas me arropa.


TUMBA DE KAZANLAK

Fescos de la Tumba de Kazanlak


     En pocos minutos llegamos al valle de las rosas y apenas vemos algún campo de rosales podados. Algo me devuelve al aquí y al ahora, un aliento, un murmullo de suspiros. Las degolladas rosas añoran sus pétalos que tan lejos de ellas se han llevado. Los arrancaron en primavera, aún en flor, como a Petya Stoykova Dubarova la joven poeta que se resistió a vivir bajo la dominación del decrépito régimen comunista, mientras los poetas títeres lo exaltaban. Una tristeza aún colegiala, un suspiro de esos que anteceden a un poema doloroso, sus versos me arrastran como un río de arena.


 Juventud traicionada /   Perdón /    Sueño /   Recuerdo

 Detrás de la pared de la casa grande. / Secreto”.


     La rosa de los vientos ha perdido el norte, digo. No, solo se ha roto tu ilusión. ¿Recuerdas lo que creían los antiguos tracios que si algo se rompe en nuestra vida después de la muerte se recompondrá? Me replicas. Piensa que si fuera Cuaresma vendrían los kukeri y ahuyentarían a los espíritus malignos. Me parece verlos vestidos con trajes y máscaras fantásticas, escucho el sonido metálico de las enormes campanas que llevan en sus cinturones y la tarde se va quedando tranquila. El sol se pone sosegado hasta que solo queda de él una brizna en el horizonte.


    Nos paramos en una pastelería a endulzar a los buenos espíritus. Una  sonrisa dibujada a brochazos en mi cara no sabe cuál elegir. Al final, pongo los ojos en una porción de tarta Garash bañada de chocolate negro con su corona de almendras picadas, teñidas de verde. No conozco antídoto más eficaz para sobrellevar el paréntesis que es la oscuridad de la noche.


     Amanece un nuevo día. Toca conocer Rila. Por el camino la blanca niebla y el silencio pueblan el autobús que duerme. Bancos de niebla quizá para dar la espalda a tantas luces artificiales o quizá para darle más hechizo al enclave del monasterio. Al acercarnos un sol tímido poco a poco desbarata la niebla. Vislumbro las acacias en las colinas que bordean la carretera. Agazapado el monasterio quisiera desvanecerse de las lides del mundo. Tiene una apariencia de iglesia fortificada, con anchos muros y una forma pentagonal pensada para defender el recinto de los continuos ataques que sufrió. Antes de entrar al recinto son tantas las prohibiciones que escucho a alguien decir: “a estos monjes cualquier cosa les violenta”. A mí no me importa taparme los hombros, también me descalzo y me cubro la cabeza para entrar en las mezquitas. 


Rila Monasterio, Bulgaria

Monasterio de Rila, Bulgaria


     Rila significa entre aguas. Franqueamos la puerta de entrada y el monasterio arcos y columnas de color negro, rojo y blanco engalanan los pisos en los que se hallan las celdas de los monjes. Las brillantes cúpulas amarillas se elevan sobre los frescos apocalípticos de La iglesia de la Natividad. El cuerpo de frescos que decora las paredes y techos reproduce escenas bíblicas, especialmente de carácter dogmático y amenazante. Los laterales de la fachada conforman un pórtico que cubre y rodea la iglesia, para proteger los frescos. El interior está compuesto por una nave central y dos capillas. Justo en el centro de la iglesia se halla el horos, un candelabro circular profusamente decorado con imágenes de santos y apóstoles. Las velas encendidas no se sostienen en las manos, sino que se colocan en los lugares apropiados, en el candelabro bajo para los difuntos y en el alto para los vivos. Me imagino su galería abierta cuando los chupiteles de hielo arropen sus cornisas y entre ellas brillen sus pinturas.


     Continuamos el viaje hacia Plovdiv, la ciudad europea más antigua. Los otomanos le dieron el nombre actual que significa “colina de los guardias”. Los tracios establecieron su santuario en la colina más septentrional de Nebet Tepe. Las primeras murallas son de la época de Felipe II de Macedonia.  La calle peatonal Knyaz Alexander l con casas de fachadas coloridas conecta la parte accesible del estadio romano y la mezquita Dzhumaya con el antiguo foro de Philippopolis de dimensiones grandiosas, aunque solo queden restos de columnas y del odeón.   


PLODVID

Plovdiv


     Cuentan las crónicas que en la época otomana llegó a tener cincuenta templos. Del monasterio de los derviches danzantes, Mevlevi Hane sólo se conserva el salón de baile ritual.  El Chifte Hamam, un hamam del siglo dieciséis, ha sido convertido en Centro de Arte Contemporáneo. De entre las casas del Renacimiento Búlgaro nos detenemos en La Farmacia Hipócrates. La casa que el doctor Sotir Antoniadi, uno de los primeros titulados en medicina del país.  


    De regreso a Burgas la ciudad que vio nacer a Petya, un borboteo de espuma conforma una nube y otra nube. El cielo un espejo que refleja siempre el mismo mar. Cenamos en el hotel. Después un paseo por el jardín hasta el Mar negro bajo la luz de unas estrellas alborotadas en una carrera de obstáculos sorteándose unas a otras. Los pliegues de las olas al abordaje de la arena. La espuma cogida con alfileres en sus crestas, como la esperanza a punto de disiparse. Diréis que esto es fantasía, pero el ánima de la joven poeta sigue ahí en un punto de flotación recitándole sus versos de eterna despedida


“Estrellas ahogadas están flotando en el mar, / 

la sal ha quemado la frescura de su color. 

En qué silencio, sin despedirse /

han perdido su luz y su fuerza/

Pero mi corazón ahora se convertirá/ en una tumba, en una pirámide, /

y ellas volverán a la vida, /

maduras en su carne, como una concha”


     Siento temblar el agua de una fuente. Una cascada de luces de colorines sin sonido. Los chorros se alzan intentando escapar del destino marcado, pero irremediablemente caen y se pierde en el charco de la fuente. El balbuceo del agua. Todo se ralentiza. Embebida deshago mis pasos de vuelta al hotel,  tropiezo con una fría placa que la recuerda. Mi mano jabonosa como un suelo sin aclarar la recorre. Desde la habitación en la planta trece del hotel casi puedo tocar una luna de crisantemo, sus mares de plata oxidada.


    Recordar significa volver a pasar por el corazón,  eso es lo que importa, dices y me sacas del mal ensimismamiento.

Amanece un cielo pálido empolvado de arroz como las caras de las mujeres del renacimiento. Hoy toca viaje de retorno a Madrid. Un viento nervioso palpita en la ventana guillotina. Bufo como un gato al que le han tapiado las ventanas para que no se escape por el tejado. Camuflo en la maleta un puñado de versos de Petya y un frasquito de aceite destilado de los pétalos de aquellos rosales fuertes capaces de hibernar a la espera de una nueva primavera. Pienso en los más sensibles que no resistirán el invierno, en los plantones que crecerán lejos de sus madres. Mientras desayuno el viento se calma. En el aeropuerto una polvareda de adioses envuelve a nuestra guía, Linda, una joven tímida, menudita, que se crece a la hora de hablar de la historia de su país.


     Ya en pleno vuelo el avión que nos lleva de vuelta a casa a duras penas sortea unas nubes enraizadas en el cielo. El pestañeo de sus alas incrédulas atraviesa las turbulencias. Le estamos dando la espalda al mar.


Lourdes Chorro Capilla

Autora: Lourdes Chorro









Plovdiv, Panorámica, Bulgaria
Plovdiv, Panorámica, Bulgaria

Iglesia de San Cirilo y Metodio en Bourgas, Bulgaria
Iglesia de San Cirilo y Metodio en Bourgas, Bulgaria

RILA
RILA

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