Construyendo ciudades termales en el siglo XXI

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J.A. Vazquez Barquero    La historia nos enseña que una ciudad termal no se improvisa de la noche a la mañana. Requiere tiempo, planificación, cooperación y el compromiso decidido de múltiples actores, tanto públicos como privados. Porque, a fin de cuentas, si se pretende huir de estereotipos anacrónicos y se es consciente de la diversidad funcional de las ciudades actuales, sean termales o no, cualquier propuesta de desarrollo urbano sostenible debe partir de la conciliación de perspectivas, sensibilidades e intereses dispares. Es más, a la postre, lo verdaderamente relevante resulta ser la capacidad para consensuar e implementar una estrategia de crecimiento y cambio estructural que perciba la ciudad como un todo integrado donde las actividades que aprovechan los recursos termales se retroalimentan con el resto de la economía local generando mayor dinamismo. Un marco de actuación complejo que, por tanto, precisa una concepción renovada de las urbes termales y un liderazgo claro de las instituciones públicas que operan a nivel territorial.

Las ciudades termales de referencia internacional destacan por evidenciar una amplia y variada gama de atributos y sumar cualidades

     En consecuencia con la reflexión anterior, construir ciudades de esta condición, acordes a los requerimientos del siglo en que vivimos, transciende el cortoplacismo y las visiones y propuestas de planificación simplistas. Como hemos comentado en otras ocasiones, resulta extemporáneo identificar las localidades termales como meras concentraciones de población provistas de baños y fuentes minero-medicinales que les permiten llevar a cabo una exclusiva, aunque notable, actividad productiva relacionada con las surgencias que las definen. Incluso podríamos afirmar que su protagonismo económico transciende los límites de un “destino turístico” convencional orientado hacia un segmento concreto de negocio. En la actualidad, las ciudades termales de referencia internacional destacan por evidenciar una amplia y variada gama de atributos y por sumar un conjunto de cualidades que potencian su ventaja comparativa tradicional, al tiempo que las distancian cada vez mas de las prototípicas “ville d’eau” del siglo XIX. 


    Hablamos, por tanto, de ciudades saludables que hacen gala de una configuración y una arquitectura distintivas que contrastan con las propuestas desarrollistas de décadas recientes. Entornos urbanos sensibilizados con la preservación del medioambiente y, en particular, con el aprovechamiento sostenible de los recursos y dotaciones termales que les confieren identidad. Hábitats productivos diversificados y comprometidos con la cualificación del capital humano, el progreso tecnológico y la vertebración de sistemas territoriales de innovación. Ciudades cuyos líderes locales asumen que la mudanza institucional y una gobernanza participativa son piezas angulares de su estrategia de crecimiento y cambio estructural. Polos de desarrollo que operan conformando redes interterritoriales y conciben la cooperación con otros entornos como un mecanismo necesario para mejorar su competitividad. Espacios termales que se afanan en mejorar su singularidad y en proyectar al exterior una imagen renovada que haga honor a los atractivos que atesoran. 


     En definitiva, ciudades inteligentes que persiguen la sostenibilidad, tanto económica, como medioambiental y social, articulándose en torno a un proyecto colectivo que nace del diálogo y del consenso entre las instituciones y los agentes que operan en el territorio. Nada extraordinario e irrealizable, si se analiza con detenimiento. Solo requiere voluntad, esfuerzo y sentido común, mucho sentido común. 

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