Ha pasado el Carmen y con ello las fiestas patronales de Barra de Miño, para mayor exactitud, de la parroquia de San Miguel de Melias en el concello de Coles. En lo que a mí atañe, y como ya comenté en otro lugar y ocasión, la celebración de este evento ha significado una extraordinaria oportunidad para rememorar vivencias y sentimientos de infancia y juventud que, a pesar del tiempo transcurrido, perduran imborrables y continúan conformando mi propia
identidad.
Nunca he olvidado los orígenes de nuestra familia y entiendo que hacer tal cosa sería renunciar a buena parte del legado que otras generaciones, con su dedicación y esfuerzo, se preocuparon de transmitirnos.
Pero el reencuentro con el pasado no deja de ser un ejercicio arriesgado, sobre todo si transciende lo meramente emocional y coloquial, y deviene acompañado del retorno a lugares concretos donde no hace demasiados años se respiraba una actividad y un bullicio cotidianos hoy ausentes. Y ese es el caso de Barra de Miño, de la parroquia de San Miguel de Melias, de la inmensidad de la Galicia rural. Nada es lo que fue, sin duda, pero todo resulta ser lo que parece, muy a nuestro pesar. Y más allá de la inexorabilidad del paso del tiempo, una sensación de desasosiego, de pérdida irreparable se acaba apoderando de cualquiera que, llegado a cierta edad, ose deambular por espacios frecuentados en su mocedad y que hoy languidecen abrumados por la despoblación y el abandono.
Barra de Miño fue desde finales del siglo XIX y durante buena parte del XX un destacado enclave protoindustrial dedicado a la fabricación de muebles artesanos, como así reflejan Mercedes Gallego, Ana Malingre y Arturo Rodríguez-Vispo en su libro “Los Rodríguez, una saga en la ebanistería ourensana”. Un reducido ecosistema empresarial que tuvo como principal referente a la mencionada familia, pero que también se nutrió de la contribución de los Sánchez, los Vázquez y un sinfín de ebanistas, carpinteros y operarios que supieron aportar lo mejor de sí mismos para dar carta de naturaleza a un enclave de progreso en un entorno en principio orientado hacia actividades agrarias. Se reseña en el libro citado que con toda probabilidad los factores que animaron este proceso emprendedor tan localizado estarían relacionados con la disponibilidad de agua, es decir, de energía motriz y madera autóctona de notable calidad, sin olvidar los extraordinarios avances en las comunicaciones que tuvieron lugar a finales del siglo XIX. A este respecto, baste con apuntar que la conexión ferroviaria Monforte-Ourense, que ligaba con Castilla y la ciudad portuaria de Vigo, fue inaugurada el 1 de diciembre de 1884, jalonada por un puñado de estaciones entre las que sobresalía la propia de Barra de Miño.
De Barra de Miño y de nuestra Galicia rural. El libro de los Rodríguez permite extraer enseñanzas útiles en la medida en que su relato nos pone sobre la pista de las limitaciones que padecen las iniciativas emprendedoras de carácter familiar y las dificultades que conlleva abordar reestructuraciones organizativas a la hora de enfrentarse a cambios profundos en los mercados
No obstante, lo comentado es historia, sin duda una hermosa y grata historia, que Mercedes Gallego y compañía narran con la maestría requerida. De ahí que no deba extrañar que a un espíritu inquieto como el mío lo que de verdad le preocupe sea el presente y, en particular, el futuro. De Barra de Miño y de nuestra Galicia rural. El libro de los Rodríguez permite extraer enseñanzas útiles en la medida en que su relato nos pone sobre la pista de las limitaciones que padecen las iniciativas emprendedoras de carácter familiar y las dificultades que conlleva abordar reestructuraciones organizativas a la hora de enfrentarse a cambios profundos en los mercados. Quizás ahora resulte pertinente reflexionar sobre la oportunidad de reproducir experiencias pasadas de éxito, adaptadas a los nuevos escenarios de un mundo global en continua transformación. Pero esa es otra historia que esperemos abordar con más sosiego y menos precipitación pos-festiva.
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