¿Cómo crear empleo aprovechando los recursos termales?

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J.A. Vazquez Barquero

   A principios de los años 80 del pasado siglo, las políticas de desarrollo económico y generación de empleo incorporaron un enfoque sin precedentes hasta esa fecha. En un escenario marcado por una crisis global y fuertes transformaciones productivas, tecnológicas e institucionales, el notable grado de éxito de algunas iniciativas particulares a la hora de enfrentarse a los contratiempos de una mayor competencia en los mercados animó la aplicación generalizada de medidas de carácter eminentemente local. Es en ese contexto cuando cobra valor el concepto de “potencial de desarrollo” y las estrategias de crecimiento comienzan a interesarse por el pleno aprovechamiento de los recursos materiales e inmateriales disponibles en el territorio. De ahí que, ante el fracaso de los enfoques centralizados, la generación de mayores niveles de empleo, renta y riqueza se incorporase, sin excepciones y de forma progresiva, a la agenda de las diferentes Administraciones Públicas regionales y locales. 

Toda política para ser eficaz requiere de un ejercicio de planificación

     Pero, como hemos comentado en otras ocasiones, toda política para ser eficaz requiere de un ejercicio de planificación, cuando menos de identificación de un objetivo a alcanzar y de los pasos imprescindibles para lograrlo. En este sentido, la misma recesión económica que alimentó un nuevo enfoque de la política del desarrollo en los años 80, también propició la formulación de nuevas metodologías de trabajo. Así las cosas, en la primavera de 1981, un grupo de empresarios de la Cámara de Comercio de San Francisco inició los trabajos de lo que a la postre se convertiría en el primer plan estratégico aplicado a una ciudad, y que sería el resultado de una intensa cooperación entre agentes privados y autoridades públicas locales. Una fórmula innovadora de diseño e intervención económica en el territorio que a finales de esa misma década adoptaría Barcelona, en la fase preparatoria de los Juegos Olímpicos del 92, con el objetivo de consolidar la Ciudad Condal como una “metrópolis europea emprendedora”.


    Es una obviedad que la disponibilidad de recursos termales (si se prefiere de recursos geotérmicos) contribuye a conformar el potencial de desarrollo y el hecho diferencial de un grupo reducido y privilegiado de territorios. Pero también resulta innegable que, una vez fijadas las metas de un proceso de planificación, es imprescindible establecer ejes prioritarios de actuación que definan el marco operativo de las intervenciones. En consecuencia, la construcción de una “ciudad termal”, con capacidad para retroalimentar un proceso continuo de generación de empleo y crecimiento, requiere tener presente cuales son los principales mecanismos que contribuyen al progreso económico de los distintos territorios. A este respecto, la experiencia acumulada desde finales de los años 70 del pasado siglo es más que elocuente.


     Partiendo de una lógica de sostenibilidad medioambiental y protección de los activos geotérmicos, se identifican cuatro ejes estratégicos sobre los cuales la planificación debe incidir de forma prioritaria: la potenciación de la cadena de actividades empresariales asociadas al aprovechamiento de los recursos termales; la vertebración y desarrollo de un sistema territorial de innovación; la incorporación al planeamiento urbanístico de un enfoque que fortalezca el carácter geotermal de la ciudad; y el cambio del sistema normativo e institucional. Todo ello sin perder de vista que los territorios y las ciudades, al igual que las empresas, compiten y colaboran entre sí y que cualquier propuesta estratégica de desarrollo urbano debe incorporar medidas que mejoren la accesibilidad a los mercados, la prospección de nuevas funciones económicas y el desarrollo de redes interurbanas de cooperación.

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