La ruta más impresionante de Japón: entre muros de nieve de 20 metros de altura

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      Las copiosas nieves que caen durante los meses de invierno en los Alpes Japoneses borran todo rastro de vida circundante. Las precipitaciones son tan obstinadas que tras ellas las carreteras quedan sepultadas por mantos que alcanzan incontables metros de profundidad, dejándolas totalmente inservibles hasta la llegada de una nueva primavera.


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Alpes Japoneses ©shutterstock


     Sin embargo, gracias a ellas se puede observar un inverosímil paisaje –a casi 2.500 metros de altura-, donde excavadoras y quitanieves trabajan a contrarreloj para despejar de las carreteras el exceso de nieve que se ha ido amontonando durante los meses previos.


     Fruto de este trabajo, emerge un curioso cañón de medio kilómetro de longitud, que conecta las estaciones de Midagahara y Murodo, entre dos monumentales paredes de nieve compacta, con alturas que en ocasiones pueden superar los 20 metros. Ambas estaciones forman parte de la famosa ruta alpina de Tateyama-Kurobe, que conecta las prefecturas de Toyama y Nagano atravesando las Montañas de Hida o Alpes del Norte. Habilitada en un principio para el tráfico, con los años su popularidad ha ido creciendo hasta convertirse en un atractivo turístico.


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Tateyama Kurobe ©shutterstock


     La estación de tren está abierta de abril a noviembre, siendo la mejor época para la visita a finales de mayo, cuando el clima es más cálido y el lugar no está muy concurrido, mientras los turistas permanecen dispersos en otros atractivos turísticos del país.


     Para llegar correctamente, la primera opción es tomar un tren desde la estación de Toyama y como segunda opción se puede iniciar el viaje desde Nagano, concretamente desde la estación de Shinano Omachi aunque otra también es posible desde Matsumoto, famosa por su castillo. El trayecto entre Toyama y Murodo tiene una duración de algo más de dos horas tomando tren, funicular y autobús; para finalmente desembocar a los pies de esta hermosa muralla blanca.


     Tras pasar por estos muros, podremos continuar el viaje para atravesar la cordillera en el único trolebús que existe en Japón y que nos llevará a través de un túnel que cruza el monte Tateyama para llegar a la siguiente estación, la de Daikanbo, para subirnos a un teleférico y después a un funicular que nos llevará hasta el otro gran paraje: la presa de Kurobe.


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Tateyama, Japón, ©663highland CC BY-SA 3.0



  • Explorando los alrededores de Midagahara y Murodo



     Si el viaje comienza en la prefectura de Toyama, Midagahara es una visita obligada. Ubicado antes de llegar a Murodo es un lugar de especial interés paisajístico por sus humedales, los de mayor altitud de Japón y que están protegidos por la Convención Ramsar de Humedales de Importancia Internacional. Desde aquí no se puede practicar senderismo por los humedales, sino que también, disfrutar de bellas vistas como su mar de nubes o magníficos atardeceres o alojarte en el hotel situado a mayor altitud del país.


Midagahara    u00a9Alpsdake, CC BY SA 4.0

Midagahara ©Alpsdake


      Por su parte, en el incomparable marco nevado de Murodo también es posible realizar diversas rutas senderistas. Por su cercanía, la ruta más recurrida y recomendable es la que termina en la laguna de Mikurigaike, un lago de 10.000 años que ha surgido tras una erupción volcánica. Sólo tomará 10 minutos alcanzarla y desde ella se puede observar un lago helado entre los montes Oyama y Onanji.


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Laguna de Mikurigaike ©shutterstock


      Para completar la visita, otra ruta imperdible en esta zona es la que se dirige hacia el popular “Valle del Infierno”, en Jigokudani. Se caracteriza por sus peñascos rebosantes de azufre, a cuyos pies brotan manantiales de agua caliente, considerados en su momento lugares de culto para sus habitantes y donde actualmente se pueden disfrutar de actividades relacionadas con las aguas termales.


Valle del Infierno       u00a9Shutterstock

Valle del Infierno ©Shutterstock


      Ambas rutas merecen la pena en cualquier época, sobre todo cuando se produce el deshielo, el cual da lugar a policromáticos paisajes de tonos verdes, amarillos y marrones.

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