Hamburgo, Mar del Norte y Lübeck: Por los cauces del Elba, el Eider y el Trave, con personajes de ficción

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     Al despegar el avión es cuando me di cuenta de que iba repleto de viajeros, había muchas familias mediterráneas con adolescentes alborotados y ruidosos ¿Promesas meteorológicas anormalmente buenas para una ciudad lluviosa del norte carente de los habituales atractivos?. ¿Otro episodio más de “los viajes de la venganza”, ese deseo ansioso tras la pandemia por viajar a no importa donde, con tal de recuperar el tiempo que la pandemia nos robó?


      Al llegar a Hamburgo chocaba la oscuridad de su cielo y, aunque hacía calor, esa bóveda gris invadiendo cada rincón de cada calle era de una pesadez material muy densa. Sin embargo había mucho color en Sankt Pauli, donde me alojé, me desconcertaron los muros bajos grafietados de todos los edificios de la BernstorffStrasse, era como si la contención germana hubiese hallado una desenfrenada vía de escape y que, pintarrajeando aquí y allá, incluyendo edificios de estilo Biedermeier, dieran salida a una emoción contenida durante siglos. Aquella tarde había más animación en Sankt Pauli y Altona, los barrios más combativos, la zona más alternativa de la ciudad, y la había porque tocaba el grupo punkie Mülheim Asozial. El concierto atraía a jóvenes y menos jóvenes vestidos con chinchetas e imperdibles, crestas multicolor, botas Doc Martin y camisetas negras atestadas de parches con consignas sobre el ecologismo, el feminismo o lo trans, caras desafiantes, sonrisas provocadoras, que me trasladaban al Londres punki de Piccadilly Circus de finales de los 70, aunque allí las consignas eran muy diferentes ¿Habrían venido todos aquellos hasta aquí? No vi punkies de postal como en Londres, aquí me parecían más serios. Encontré a algunos tumbados en posturas íntimas, domésticas, sobre sofás ajados depositados en la calle formando, con unos sillones a juego, un improvisado salón bajo las nubes.


Vista de uno de los canales de Hamburgo, en primer plano una animada terraza sobre el agua

Vista de uno de los canales de Hamburgo, en primer plano una animada terraza sobre el agua, @Josu Bilbao


      En la basura en Hamburgo uno se puede encontrar cualquier objeto. Hay rincones en algunos cruces  donde se han instalado armarios abiertos para dejar ropa y zapatos, juguetes de niños o utensilios de cocina. No por nada Hamburgo es la segunda ciudad de Alemania, de la Alemania rica y burguesa, la de los alquileres desorbitados y las tiendas de lujo. Y es a la vez la ciudad de la curry bratwurst, una barata alternativa culinaria que, según el escritor hamburgués Uwe Timm relata en su novela La invención de la salchicha al curry (1993), fue la creación de una anciana en tiempos de escasez y penuria. En una parada en un chiringuito del puerto, nosotros acabaríamos degustando un par de ellas, acompañándolas de una excelente cerveza Paulaner. En la novela, el protagonista conoce a la mujer en la ciudad a finales del siglo XX y a través de sucesivas visitas a su residencia, los lectores vamos entendiendo los acontecimientos terribles —los bombardeos y la guerra— de toda una época de la que quedan pocos supervivientes.


       Como un testimonio vivo, la torre de la iglesia de San Nicolas se mantiene en pie recordando aquellos bombardeos de finales de julio de 1943, cuando los aviones aliados dejaron caer 2.000 toneladas en bombas destruyendo más del 70% de la ciudad. La tormenta de fuego ha quedado grabada en la memoria colectiva y durante los aniversarios del ataque, se hacen ofrendas florales, ceremonias y exposiciones. Todavía, cuando se rehabilita un edificio se toman medidas preventivas por la posibilidad de encontrar bombas en los bajos.


       Hay muchos turistas en la libre y hanseática ciudad (de Hansa, antigua confederación de ciudades que funcionó desde el siglo XIII) que ha basado su prosperidad en el comercio y por eso es el segundo puerto del continente después de Roterdam. Hay paseantes, sobre todo alemanes, que recorren los muelles de la Hafencity (ciudad puerto) donde se está llevando a cabo una costosa operación urbanística para transformar lo que antes eran almacenes y lugares de descarga, en oficinas y centros comerciales, y todo bajo la sombra del imponente y exageradamente costoso edificio de la Filarmónica del Elba, con su forma de iceberg o de ola, una sala de conciertos de estilo posmoderno construida en 2017. Como testimonio de un pasado cada vez más remoto desciendo al Elbtunnel, de 1911, que está a 24 metros bajo tierra, y que sirvió para que miles de trabajadores esclavizados por los nazis cruzaran de una orilla a otra del Elba, recorriendo a pie su casi medio kilómetro de largo para ir y volver del trabajo.


Turistas paseando por los muelles del puerto, al fondo el edificio de la Elbphylharmonie.

Turistas paseando por los muelles del puerto, al fondo el edificio de la Elbphylharmonie, @Josu Bilbao


      La ahora decadente calle de Reeperbahn, hoy todavía acoge discotecas, clubs de estriptis y sex-shops y en sus sórdidos hoteluchos de luces amortiguadas y cortinas malva se alojaron los primeros Beatles a principios de los sesenta, cuando actuaban en los locales de moda. 


Local de estriptis en el barrio de Reeperbahn

Local de estriptis en el barrio de Reeperbahn, @Josu Bilbao


      Me dirijo al lago Alster, que un puente separa y parte en dos, repleto de barcos de vela que empiezan a maniobrar bajo un cielo gris plomo. El barrio gay de Sankt Georg, frente a los lagos, también esta amaneciendo en silencio, mientras algunos empleados empiezan a disponer sillas y mesas en pequeñas terrazas bajo unos gruesos toldos de colores oscuros. Aquí al lado está también el Kunsthalle, el formidable museo de artedonde se puede admirar una obra que me conmueve y me desconcierta a la vez, El caminante sobre el mar de nubes (1818), de Caspar David Friedrich: esta pintura, una de las obras maestras del Romanticismo alemán, muestra a un viajero que no mira al pintor, que no posa, que le da la espalda y encara un mar de nubes desde una cumbre montañosa. Su gesto particular sugiere un relato pero ¿qué relato? Todo lo demás son incógnitas. Para eso está el arte, para cuestionarnos.


      Resulta extraña la gente recogiendo envases vacíos en cualquier basura, que llevan a máquinas de reciclaje donde reciben 25 céntimos por cada lata de cerveza. Y es extraño ver a jóvenes caminando descalzos sobre el asfalto duro y poco amable. Parecen los personajes de una ficción. Una amiga nos explica:

—Dicen que quieren sentir el contacto con la  tierra que pisan con más intensidad.

—Hay algo de animalidad, así, al verlos caminar sin zapatos.


      Tal vez sea esa búsqueda, la de vivir las cosas con una mayor vehemencia, la que mueve a muchos hamburgueses a cultivar sus propias hortalizas, a hornear su propio pan en casa, a comer solo productos ecológicos, y a que el vegetarianismo goce aquí de muy buena salud. Para tener playa, hasta han echado arena en la orilla del Elba, frente a los muelles donde gigantescos buques repostan antes de volver a salir al Mar del Norte. En la improvisada playa, el agua es de color chocolate, pero parece inocua para el bañista. Nos dicen que frente al Elba los adinerados comerciantes que construían sus mansiones, metían piezas de plomo en las cortezas de los árboles del paseo que les quedaba en frente, para que así se pudrieran, porque les entorpecían la vista del rio.


     A dos horas de Hamburgo y no lejos de la frontera danesa, nos damos de bruces con el Mar del Norte, en la extensa playa de Sankt Peter-Ording que es parte de Frisia Septentrional, un arenal de doce kilómetros de largo por dos de ancho, donde el agua es del mismo color chocolate que en el Elba. Pero esta playa está plagada de servicios: los baños y vestuarios, los bares y restaurantes están construidos en palafitos sustentados sobre pilotes de sólida madera encima de la arena lisa, preparados para sufrir los embates de este mar en invierno. 


Sillas de madera para protegerse del viento y del sol en la Playa de Sankt Peter Ording.

Sillas de madera para protegerse del viento y del sol en la Playa de Sankt Peter-Ording, @Josu Bilbao


     La playa es de pago y el coste para 4 personas y una furgoneta es de 24 euros. Sus bañistas, expuestos a un sol inerte, se refugian del viento en tiendas o carpas o alquilan alguno de los más tradicionales sillones de madera dobles, cubiertos con toldos a rayas de colores, dándole al entorno un toque de principios de siglo XX. Al lado de la textil comienza la playa naturista, pero naturistas y textiles andan mezclados, y no se distingue donde empieza una y donde comienza la otra. 


Restaurante construido en palafito en la playa de Sankt Peter Ording

Restaurante construido en palafito en la playa de Sankt Peter-Ording, @Josu Bilbao

  

     Nos alojamos en una casa de campo confortable y aislada, en Katingsiel, a un cuarto de hora de Sankt Peter, construida sobre tierras desecadas robadas al mar. Hay lagunas donde viven ratas almizcleras y gansos, y hay también ciervos, gaviotas, liebres y cientos de babosas. El escritor Theodor Storm que nació en Husum, cerca de Sankt Peter, escribió en 1888 la novela corta El jinete del caballo blanco cuyo protagonista, Hauke Haien, todavía hoy se dice que aparece en noches procelosas cabalgando en la marisma: es la leyenda de un hombre surgido del pueblo que se empeñó en la heroica tarea, pese a la incomprensión de sus vecinos, de erigir un dique definitivo que venciera al mar. Hoy ese dique se llama Eider Barrage y se alza como una mole en la desembocadura del río Eider para mantener  alejadas las inundaciones. Hay otro escritor, el premio nobel de literatura de 1902, Theodor Mommsen, que también nació aquí, en el estado federado de Schleswig-Holstein pero no encuentro leyendas que le recuerden como a Storm. No me extraña que a Storm esta zona le inspirara para esa historia romántica: los cielos aquí parecen irreales por los colores de sus nubes en el crepúsculo, inabarcables por la multitud de tonos, y el rugido del mar, a veces, se confunde con voces que no son terrenales.


Atardecer nubosos en un campo con caballos en Katingsiel.

Atardecer nubosos en un campo con caballos en Katingsiel, , 


     Sin cambiar de estado, pero huyendo del viento de las playas del Norte me dirijo a Lübeck, buscando una ciudad como de cuento que el premio Nobel de literatura 1999, Günter Grass, habitó en su vejez atraído, se dice, por la estela del otro premio nobel local que lo fue setenta años antes, Thomas Mann. Grass, cuyo pintor favorito era Goya, gustaba de deleitarse con un Schnapp, aguardiente destilado alemán, en el jardín de la casa que adquirió y que hoy es la Casa Museo dedicada a su obra literaria, pictórica y escultórica. 

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Fachada de la Casa de Günter Grass en Lübeck, @Josu Bilbao


     Desde la Casa Buddenbrook que data de 1758 y que perteneció a la familia de Thomas Mann, (la novela por la que consiguió el nobel se titula así, Los Buddenbrook) con su fachada de estilo rococó, se llega hasta la de Gúnter Grass en un cómodo paseo de apenas unos minutos en el que intento rememorar al Thomas Mann niño caminando por estas mismas calles y plazas, enredando, flotando en una atmósfera infantil de finales del XIX, tal vez atento a estos mismos edificios medievales y góticos con sus características fachadas terminadas en gabletes. El intenso aroma del mazapán, emblema dulce de la ciudad y cuyas delicatessen se pueden degustar en un formidable museo-tienda, hace más fácil introducirse en ese ambiente decimonónico. El escritor recuperó en su obra más conocida La montaña mágica (1924)a su amigo de infancia William Timple que aquí en Lübeck le regaló un lápiz en un acto con connotaciones amorosas, amigo al que Mann transformó en Privislab Hippe en la novela.


Viejos almacenes de sal en Lu00fcbeck donde se grabu00f3 parte de la pelu00edcula Nosferatu de Mornau en 1921.

Viejos almacenes de sal en Lübeck donde se grabó parte de la película Nosferatu de Mornau en 1921, @Josu Bilbao


    Lübeck, patrimonio de la humanidad y otra de las capitales hanseáticas, reposa en una isla fluvial bañada por el rio Trave y está rodeada de terrazas que dan a los canales, con  pantalanes y barcos veleros. 


Lubeck, Alemania

Lübeck


       Günter Grass, autor de El tambor de hojalata bien pudo hacer caminar al protagonista de su novela, el niño-hombre Oscar Matzerat, por delante de la iglesia de San Jakobi con su doble coro, o frente a la de Santa María, o jugar entre los viejos soportales de la Plaza del Mercado, o entrando y saliendo, tocando su ruidoso tambor, por los patios comunales tan bellamente decorados. Pero Grass nació en Gdansk, Polonia, y ahí se desarrolla la trama de su libro. Sin embargo sus raíces casubias no le impidieron asentarse en Lübeck de la que se enamoró por su espíritu liberal e intelectual y donde murió en 2015 dejando un  impresionante legado.


Fachada del Ayuntamiento de Lu00fcbeck, en la Plaza del Mercado

Fachada del Ayuntamiento de Lübeck, en la Plaza del Mercado, @Josu Bilbao


      Regreso a Hamburgo y las sombras de aquellos grandes creadores van quedando atrás difuminadas, dispersas entre las gotas de lluvia que azotan ahora el vagón del tren y que son un preludio de lo que al final de mi viaje observaré desde otro avión repleto de viajeros ruidosos: el cielo de Hamburgo oscurecido, borrascoso, como una amenaza sobre las torres verdes de sus iglesias, como un aviso sobre el extenso Elba, o más allá aún sobre el Trave, un cielo que se despide mientras los barcos se dirigen seguros hacía el Mar del Norte, y luego hacia todos los mares del mundo.


Hamburgo, Alemania 1496 2018

Hamburgo


Josu Bilbao VyC 205

Autor del Texto y Fotografías:

Josu Bilbao Munitiz








Uno de los canales de Hamburgo con la torre de San Nikolas
Uno de los canales de Hamburgo con la torre de San Nikolas

Barco en Travemünde, Rio Trave, en la desenbocadura del Baltico, Lübeck
Barco en Travemünde, Rio Trave, en la desenbocadura del Baltico, Lübeck

Puente sobre el canal Elba, Lübeck
Puente sobre el canal Elba, Lübeck

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