​Barcelona: Vista parcial de una ciudad sin espejos

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     En Barcelona parece como si cualquier idea tuviera su espacio o cualquier sueño su realización. Desde que Terenci Moix escribió su emblemática novela “El día que murió Marilyn, han pasado más de cincuenta años, pero la actriz fetiche del escritor barcelonés sigue acaparando la atención en su ciudad y hoy todavía puede verse a Marilyn contonearse desde un balcón, mostrando sus caderas, igual que en la escena del vuelo de la falda blanca al pasar por un respiradero del metro de Nueva York: es el señuelo que anuncia un museo erótico en plena Rambla mientras decenas de turistas la observan anonadados. De Terenci me gustó más “El sexo de los ángeles” y me pregunto dónde quedará aquella Barcelona de los sesenta llena de trampas y de personajes bizantinos.


     La esquina de cualquier calle puede mostrar un dragón chino coloreado de verde y rojo como reclamo decimonónico para comprar paraguas pasados de moda. O puede la iglesia de Sant Jaume, que es como aquí llaman a Santiago, jactarse de ser posiblemente la iglesia más antigua de la ciudad, porque la tradición afirma que fue fundada por el mismo apóstol en el lugar en el que había estado predicando. La identidad religiosa de la ciudad y las marcas del pasado pugnan por mantener su voz frente a la modernidad, allí donde hacerse un selfie hoy es lo importante.


     Cuando empiezo a pensar en escribir acerca de Barcelona me asaltan todas las dudas del mundo, porque tengo la impresión de que ya está todo dicho. En este punto prefiero escuchar a la escritora y periodista Maruja Torres cuando dice que “uno escribe, al menos yo lo hago, para dotar de sentido a lo que no lo tuvo, y para inventar lo que a la vida se le olvidó. Para ordenar el caos”. Esto lo dijo a raíz de la publicación de la novela “Un calor tan cercano”, donde la escritora describe su infancia en El Raval en la posguerra, pero creo que todavía se puede aplicar hoy ¿O es que tiene sentido esta Barcelona ahora enloquecedora, con tantos turistas cuyas actitudes y su forma de vivir en unos pocos días de vacaciones, me hacen sentir un extraño habitando una ciudad fantasiosa de la que por momentos se me escapan las referencias? Eso es. Barcelona tiene la magia de hacerte perder por un instante todas las señales cómodas que creías que la identificaban, y su ausencia te lleva a imaginar que lo mismo podrías estar paseando por Marsella, o comiendo en Nápoles, que charlando en una terraza de Atenas. A mí, que vengo de Madrid, se me hace evidente que Castilla y lo castellano aquí se han desvanecido, pero incluso su carácter mediterráneo adquiere un tinte muy diferente, con un aire más sofisticado, distinto al de Valencia, la otra gran rival del Levante.


     Y Maruja Torres puede clamar también, como ha dicho recientemente al cumplir los ochenta, que “ser vieja no es un insulto, sino un logro mientras miro pasar a esos treintañeros extranjeros, chicos y chicas que recorren las callejas de los barrios de la Ciutat Vella, sobrados, báquicos, escandalosos. Leo en algún sitio que hoy en Barcelona el 85% de los turistas un día cualquiera son extranjeros, sobre todo franceses, ingleses e italianos. A mí la mitad me parecen norteamericanos. Barcelona es un Barri Gótic atestado de gente ruidosa en pantalón corto saciando su sed sofocante con el botellón. El casco antiguo mudó hace tiempo y la ciudad lleva transformándose varias décadas, sufriendo la gentrificación, ese proceso por el que se renueva una zona urbana deteriorada, cuya población original es desplazada por otra con un mayor poder adquisitivo. Sin embargo, sigue siendo imposible resistirse a un paseo por este barrio del casco antiguo y no admirar los muros de la catedral que parece que van a hablar y a contarte todo lo que han visto, o el gigantesco rosetón de diez metros de diámetro de la Basílica de Santa María del Pi. Y acercarse a la Plaza Garriga y Bachs con su monumento “A los héroes de 1809”, o visitar la necrópolis romana de la Plaza Vila de Madrid y adentrarse en las estrechas calles del Barrio Judío.


     Pero ahora, en diciembre de 2023, las fuentes de la ciudad están secas. Los pantanos de Cataluña están al  20% de su capacidad, y se rumorea que, de seguir así, la fuente del Montjuïc no se encenderá este año la noche de las Campanadas. Esa fuente, a esta hora del mediodía, se presenta deslumbrante por el sol de un otoño que despunta y que refleja toda la fuerza de su luz sobre su sequedad, blanquecina y silente, sus paredes descascarilladas, listas para recibir el gorgoteo y las burbujas que nunca llegan y que aún tardarán. La vieja ciudad de Barcelona se está quedando sin agua en el otoño más seco en 73 años, y sus fuentes ya no son los espejos donde reflejarse en una tarde tranquila bajo las palmeras de sus plazas o en la noche, con la luna llena, en la Plaça Reial.


      Recorremos Montjuïc como los turistas que también somos, subiendo en el teleférico, fingiendo que no hubiéramos estado aquí otras veces, como si no conociéramos el castillo del siglo XVIII, dejándonos llevar por las rutas marcadas, haciendo una parada de descanso en el Mirador del Alcalde. Desde aquí arriba el puerto de Barcelona es un mosaico o un puzzle cuyas piezas son los cientos de contenedores de distintos colores apilados en las dársenas, esperando sus destinos. Y hay muchos más encima de los buques de carga que aún no han entrado. Se mezclan con los cruceros de proporciones ciclópeas que vacían miles de turistas a la hora en los muelles, los taxis desbordados, los restaurantes ofreciendo menús del mediodía durante todo el día, incluso de noche.


Barcelona, Puerto

Puerto de Barcelona


      Sin alejarme del mar me acerco al puerto, no lejos del Sideroploide, una escultura monumental “A los hombres del mar”, de Salvador Aulestia. Barcelona también es pasear entre enormes y lujosos yates atracados estratégicamente en el puerto, en el Moll de la Fusta, embarcaciones altivas y presuntuosas, listas para la ronda de cruceros exclusivos por el Mediterráneo. Un poco más allá la playa naturista de San Sebastiá, en pleno paseo marítimo, acoge a numerosos bañistas cada temporada, ávidos de recibir el calor del sol que ahora languidece.


      Me alojo en el hotel Levante, una estructura fuerte, como una mole, ubicada frente a la sede de la editorial Alba donde cada mañana me deleito en su escaparate mirando las últimas novedades publicadas. El hotel ocupa un edificio de 1903 y hace esquina con la calle Avinyó, tal vez de dudosa reputación a principios de siglo. Cuenta la leyenda que en su anterior reencarnación como casa de placeres, el hotel recibía las visitas de un joven Picasso, y que éste se inspiró en sus instalaciones para realizar el cuadro de Las Señoritas de Aviñón.


      Lo del arte, más allá del tópico, se diría que aquí en Barcelona es más verdad que en ningún sitio. Desde el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) hasta el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo (MOCO) con obras de Warhol, Basquiat y Haring, o una exposición itinerante de Bansky y de otros artistas emergentes (impactantes los cuadros de gran formato de Guillermo Lorca), pasando por los edificios modernistas.


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“Los pequeños jardineros”, obra épica surrealista de Guillermo Lorca, en el Museo MOCO de Barcelona


     De todos, y son muchísimos, elegimos el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau diseñado por Domenech i Montaner, el recinto modernista más grande del mundo, que permaneció en activo como hospital  hasta 2009. Algunas salas de operaciones, que enseñan en un tour guiado, parece que cobran vida ante la explicación detallada de cómo se operaba allí en los años 20, entre pináculos decorados y vidrios de colores, y las salas de reposo que acogieron a tantos convalecientes ahora alojan la mirada sorprendida de los visitantes, de forma que casi podemos escuchar la respiración agitada de los tísicos, o de los heridos de bala.


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Barcelona Hospital de la Santa Creu i Sant Pau


     Salimos del hospital de camino al barrio del Raval y en su Rambla se oyen gritos. Tal vez, pensamos, es una más de las manifestaciones por una vivienda asequible de la plataforma “Barcelona no está en venda”. Pero las proclamas que escuchamos son en inglés y la manifestación es una marcha pro-palestina que protesta enardecida contra los bombardeos indiscriminados en Gaza. En el barrio del Raval abundan los comercios regentados por magrebíes y asiáticos.


     Buscamos acercarnos al mercado de la Boquería donde el despliegue gastronómico es inabarcable y los turistas se regodean entre caracoles, jamón, pan con tomate en mil y una versiones o cucuruchos de fritos del mar. Tentados, decidimos probar los caracoles, pero preferimos los de la famosa Casa Bofarull, deliciosos, antes de acercarnos a cenar a Can Culleretes, el restaurante más antiguo de Barcelona, fundado en 1786, y el segundo de España después de Botín en Madrid. Pedimos los canelones que nos recomiendan, y el fricandó, un guiso de carne de ternera con setas riquísimo, y de postre, como no podía ser menos, la crema catalana. Y en cuanto a vinos nos dejamos llevar por la sugerencia de la casa, el tinto “Més que paraules” con D.O. Catalunya, de una bodega del Pla de Bages, que marida excelentemente con la comida. El restaurante está decorado con fotografías de gente de la farándula, artistas y actores pero también músicos, compositores o escritores que acudían a comer también por la cercanía con el Teatro del Liceu.


       En el crepúsculo, uno de mis rincones favoritos de la ciudad es la Plaza de San Felipe Neri, donde se encuentra la iglesia homónima de estilo barroco, cuyas paredes muestran para siempre las huellas de la metralla de un bombardeo de 1938 como cicatrices que recuerdan el horror de otras amenazas. Los invasores han dado una tregua a este rincón en esta hora nocturna y su bella fuente domina la plaza desde el centro, pero tampoco tiene agua, la calle no se concilia con el hombre.


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Impactos de metralla sobre la fachada de la iglesia de San Felipe (Barcelona)


      Manuel Vázquez Montalbán, escritor e intelectual vinculado estrechamente a su ciudad, escribió el ensayo “Barcelonas” en 1987 cuando la capital catalana se disponía a prepararse para acoger los Juegos Olímpicos de 1992.


      En el libro, Montalbán ya alertaba de los riesgos que conllevaba aquella gigantesca operación urbanística que desató la euforia constructora y transformó la fisonomía de la ciudad y la relación de sus habitantes con ella para siempre. El autor denunciaba “el aburguesamiento de los barrios pobres del centro y la llegada de una nueva clase media, ávida de conquistar el centro y el sur de la ciudad”. Él había nacido en el Barrio Chino, que ya se llamaba Barrio de El Raval, y decía que su vínculo “con el barrio que lo vio nacer era genético, imposible de quebrantar, y que cuando volvía a pisar las calles y plazas de su infancia se sentía como “el pez que vuelve al agua”. El término gentrificación no se había popularizado todavía. No iba a tardar.


Josu Bilbao VyC 205

Autor: Josu Bilbao






Barcelona, Recinto Modernista de Santa Creu
Barcelona, Recinto Modernista de Santa Creu

Barcelona, Paseo Maritimo
Barcelona, Paseo Maritimo

Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona
Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona

Casa Bruno Cuadros Vidal
Casa Bruno Cuadros Vidal

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