​Contaminación acústica

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Luisgulin 1

   Uno de los males de este país, y que parece ser nuestra seña de identidad en el exterior, es el exceso de ruido. No conozco ningún centroeuropeo que esté hasta las neuronas de estar en un restaurante patrio sin soportar el griterío y subida de decibelios a su alrededor. Contrasta que cuando esa peña nuestra sale mas allá de los Pirineos, y aterriza en algún sitio del Rin o del Danubio, se extraña la cara de asesinos que ponen los nativos cuando en una cafetería o restaurante empiezan hablar a volumen de sonido hispano. 


     Mi primer vuelo en avión en 1986 de Frankfurt a Madrid para enlazar luego con Santiago, al dirigirme al mostrador de información preguntando en que puerta de embarque era el avión de Iberia a Madrid, se me contestó simplemente: "ya lo escuchará, usted siga las voces". Extrañado de esa respuesta seguí el pasillo pasando por diversas puertas de embarque con un silencio de pasajeros o conversaciones entre ellos en un tono normal casi bajo. Llegando al final ya se oía desde una esquina a unos 50 metros un griterío, que te indicaba que ya estás al menos acústicamente en suelo cultural surpirenaico. Los niños corriendo y saltando por encima de las butacas, un grupo de hombres pasando el tiempo jugando a las cartas con sus exabruptos, blasfemias, fumando como cosacos (de aquellas se podía) y otros con un radiocasete ambientando el aeropuerto, al menos en ese terminal de embarque, con Manolo Escobar, Lola Flores y otras viejas glorias de la época. 


      Con el tiempo ya me consta que se ha mejorado bastante en la reducción de decibelios, pero queda mucho camino por recorrer.

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