Anverso y reverso de las zonas peatonales

|

Sobrado 189X 200

           Hace años en Santiago de Compostela circulaban muchas anécdotas atribuidas a un viejo profesor de Derecho Penal, Ángel Barrio. Una de ellas era la relativa a los accidentes ferroviarios. Decía que, como la mayor parte de los accidentes de tren, se originaban por el vagón de cola, la solución para acabar con los accidentes ferroviarios, era suprimir el vagón de cola.


            Coincidiremos en lo descabellado de la solución atribuida al viejo profesor; pero lo cierto es que en muchas ocasiones las soluciones que se proponen por los dirigentes políticos no difieren mucho de la idea central de aquel absurdo razonamiento.


            A partir de los años setenta del pasado siglo se empezó a desarrollar la idea de la peatonalización de las ciudades. Curiosamente ese propósito coincidió curiosamente con la aparición de las grandes superficies comerciales en la periferia de las ciudades, con amplios aparcamientos.


            Se aludía entonces y ahora también, para justificar la peatonalización, a la humanización de la ciudad, a la eliminación del tráfico automovilístico en los cascos históricos por el influjo negativo que suponían para el solaz recreo en los viales por la ciudadanía, así como por la contaminación que producían e incluso por los atropellos. En suma, eliminado el tráfico rodado, se solventaban prácticamente todos los problemas y la ciudad se convertiría en un espacio idílico.


            No conozco bien el proceso en otras poblaciones, pero sí en la mía, Ourense que se inició en el año 1979. Y su origen confesado trajo causa en un viaje a Amsterdam del Alcalde de entonces, pues según manifestó para él las zonas peatonales que allí había visto eran una maravilla y quería implantarlas en Ourense. Nada importó que se le dijese que la peatonalización de Amsterdam, sin más a Ourense no era factible.


            Después de una primera experiencia conflictiva con una calle, concretamente la de San Miguel, con resultados negativos que constan documentados en la hemeroteca. El 5 de enero de 1980 anunció la implantación en todo el casco antiguo de la peatonalización. De nada sirvieron las alegaciones de ciudadanos, entre los que me encontraba, relativas a que la conversión del casco antiguo en peatonal, sin más, iba a convertir la zona en un gueto inhabitable. Sin embargo, como suele suceder con nuestros políticos, sus gansadas prevalecen siempre, al igual que sus caprichos, que pagamos nosotros. En consecuencia la peatonalización del casco antiguo, supuso un aumento de la inseguridad ciudadana, lo convirtió en un reducto de traficantes y trapicheros de droga, que provocó el prácticamente total abandono de la zona, con el deterioro urbano, social y económico y con una dificilísima recuperación.


            Todo ese bloqueo del tráfico ha afectado y sigue afectando al comercio tradicional, sin que se perciba una mejora en la calidad de vida de la gente por la peatonalización. Sin embargo, los beneficiados de todo ello son las grandes superficies de la periferia que no cuentan con esas trabas.


            Curiosamente si nos acercamos al vecino Portugal y concretamente a dos ciudades monumentales, con auténticos cascos históricos, no simplemente viejos como el de Ourense, observamos que ninguna de esas ciudades suprimió el tráfico rodado; ahí peatones y vehículos conviven sin dificultad y los recintos se mantienen vivos.


            Acaso habría que replantearse la cuestión, teniendo en cuenta la actual tendencia a los vehículos eléctricos no contaminantes, ni ruidosos que eran el mayor argumento ahora inexistente. Pero siempre con estudios por personal cualificado y no por los caprichos del político de turno que conducen a la absurda conclusión atribuida a Ángel Barrio.

Comentarios