Clara y el odio

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Uxia 135

    Sentada desde mi escaño imagino como sería todo sin la participación de las mujeres sobre la tribuna; con su lucha y su tesón por abrirse hueco en un hemiciclo plagado, hasta no hace tantos años, de fragancia masculina.


    Imagino como habría sido el mundo sin mujeres como Clara Campoamor. Ella que procedía del barrio madrileño de Malasaña en un tiempo en el que la tasa de analfabetismo femenino rozaba el 80%. Cuando ya había despertado su conciencia social, a base de leer regularmente periódicos que le mostraban el país en el que le había tocado vivir, su padre falleció, sin tener más opción que dejar de lado sus estudios. Pero su ambición solo acababa de encenderse.


     Clara no tuvo una vida fácil. Pero ¡cómo nos ha facilitado la vida! Le debemos el inmenso agradecimiento en pro del ejercicio de la libertad. Ella, que introdujo el “pecado” del voto femenino, abriría puertas a acabar con la discriminación por razón de sexo, al derecho a decidir sobre la maternidad, el divorcio, la abolición de la pena de muerte o la derogación de delito de adulterio.


    Amaba a su patria, y si viese a los patriotas del odio que en pleno siglo XXI se envuelven en sus banderas repletas de fobias, no me cabe duda de que volvería a subir a esa tribuna con toda su fuerza, a luchar por la justicia.


    Su combate nos dignifica en la historia común y su logro representa un altísimo honor para todas las mujeres de este país. Un símbolo de la igualdad entre mujeres y hombres que encarna los valores constitucionales que como democracia plena debemos aclamar y celebrar por encima de las luchas partidistas.


    En nuestras instituciones se ha instaurado la banalización de la igualdad, como dogma de una ultraderecha cuyo principal fin parece ser el deterioro democrático. Una triste visión de nuestro país desde un prisma donde solo caben ellos, mientras señalan al culpable, al que les resulta diferente. Y sí, en ese vasto cupo, entra la mujer.


    Una manera actual de simplificar el discurso para sacar rédito político, que no hace sino estrellar los techos de cristal hasta pretender volverlos añicos. Con un tajante negacionismo de todo lo que a derecho femenino se refiere, rezuman odio, alterando el orden y fingiendo ser víctimas, cuando son verdugos.


    Decía Clara, con contundencia que “Solo aquel que no considere a la mujer un ser humano, es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y de los ciudadanos no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre”. Una obviedad que por desgracia, para ciertos sectores del odio, no es tan obvia.


     Hoy hablamos de sororidad y salimos juntos y juntas a las calles para dejar claro que el futuro de nuestro país será feminista o no será, porque seguimos siendo la mitad de un conjunto.


     90 años después de su discurso, sentada desde mi escaño, imagino poder luchar como Clara Campoamor, porque si nosotras paramos, se para el mundo.

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