La ventana azul del confinamiento

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Carlos Cuesta 150

En este día primaveral, de piedras negras en la bañera, de arengas desesperadas y cielo sin nimbos encontré por unos instantes la alegría que buscaba entre los cajones perdidos de mi armario y el arcón urdido en secretos. La casa estaba fría, la alcoba oculta entre el edredón de porcelana. Sólo el salón de mis pensamientos burlaba los días inexistentes de tu belleza racial...y con los cristales empañados de la ventana azul pude contemplar la ciudad dormida con el susurro lejano del trino de los pájaros como único sonido de existencia, denuncia y verdad.


 Qué hermoso ese sonido de los raitanes en la hora temprana de la mañana! Algo se mueve en este territorio de soledad y cansancio. Algo se escucha en la radio que me inocula dicha y ventura por horas. El momento es grave y preocupante. No importa!


  Hoy, animado por la brillante estrella de la matinal voy a entregarme a un periplo de ilusión, un viaje a ninguna parte de praderas verdes y surcos encontrados. Es mi terapia ante la ausencia de todo, ante la muerte que pasa por nosotros, ante los héroes cotidianos que luchan sin desmayo en un combate que no es de ellos.


Parque de redes alto Nalón

 Me escapo al territorio de mis versos, a ese lugar mágico de destellos de violín y y guitarras de albahaca. En la mochila de la ensoñación, albergo trozos de esperanza y deseos confitados para repartirlos entre la vista de un sueño de bosque y palabras dispersas en los recodos del camino impenetrable. La Primavera me acompaña en este viaje de marcha triunfal y olor a brezo. Y juntos, en juego idéntico, nos abrazamos al borde Del Río con la madreselva enganchada a su espalda y las mariposas revoloteando por su faz de árbol erguido. La tierra espera por nosotros para agasajarnos con su poderío de paciencia y recato, mientras las nubes tibias y delicadas colisionan con el escenario fértil de un poblado sin frontera. La montaña con su piel desnuda y desgarrada por el invierno postrero, evoca un paisaje mudado de reliquia de años, de huellas de rebecos, de silbidos de pito rojo, de pasos de lobo...

  Y recordando el niño que fui, afloran en mi comprensión y celetre, paisajes invisibles de la memoria de ayer.


Brañagallones, la Foz de Melordaña, Vega Pociellu, Espines, la Gallera, Tabayón de Mongayu... espacios silentes en verde, sinfonía de altura y cántico de pasión que iluminan la vereda inhóspita y vacuna de una ilusión compartida de álgebra, fuego y cuentos prohibidos... Estoy en Redes, en esa geografía sentimental de oropeles y singladuras. Esa Reserva de la Biosfera que vuela sobre el mundo y me vierte secretos de historia. Esto es vida, es hierba húmeda de esos prados funambulistas, es agua bendita de manantiales de océano, es cielo de alquiler. Al fondo,  en la escarpada cordillera se observa una bandada de golondrinas que anuncia los colores anaranjados de una tarde valiente e inacabada.


RiosecoEmbalse de Rioseco, en el río Nalón, Asturias








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