Karl Grootoonk y su internamiento en Vigo (1914-1919) (Parte IV)

DOCUMENTACIÓN EXCLUSIVA, CEDIDA POR LAS NIETAS ALMUT (1946-2017) Y THEDA (HIJAS DE KARL RUDOLPH WILHELM HEINRICH GROOTONK, HIJO) A VINOS Y CAMINOS
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  • La fracasada huida de Vigo


    Durante el mes de noviembre de 1916 Grootonk recibe un telegrama de su empresa (Seekabelwerke A.G en Nordenham an der Weser) que le comunica


“Por deseo de su esposa estamos de acuerdo de asumir los gastos de su regreso pero todo bajo su responsabilidad. Fdo. Dietrich”;


    A partir de ese momento Grootonk se pone en contacto con la Embajada de Holanda en Madrid para obtener un pasaporte. Este fue expedido el día 30 de noviembre de 1916 por el consulado general de Holanda en Madrid.


     El 9 de diciembre 1916 parte desde Vigo con el barco de vapor Frisia.[1] A parte de su pasaporte llevaba el pasaporte militar y la carta de naturaleza holandesa. Después de un registro minucioso realizado el 12 de diciembre por la guardia fronteriza en Falmouth[2] se le permite continuar el viaje, sin embargo al día siguiente le informa un oficial de la armada británica que ha recibido órdenes de llevarle a Scotland Yard a Londres, sin poder o querer aclararle la razón pertinente. En compañía de dos otros señores (uno de Argentina y el capitán alemán Richelsen de 64 años de edad) fue trasladado a Scotland Yard. El día anterior ya corrieron la misma suerte dos pasajeros del “Frisia”.


En la mañana del 12 de diciembre el “Frisia” tiró el ancla en el puerto de Falmouth  y al poco tiempo se acercaba un esquife de la marina británica que transportaba a miembros de la comisión inglesa de verificación, compuesta de un capitán, seis o siete oficiales de la marina, varios suboficiales y soldados, además de tres mujeres estas últimas destinadas a registrar a los pasajeros femeninos y su equipaje. Al principio se inspeccionó el barco en general y después cada pasajero individualmente. Se comenzó con la primera clase, luego la tercera, por lo tanto, los que éramos de segunda nos tocó al final. Eran las tres y media de la tarde cuando se nos acercó la comisión de verificación. Los oficiales se sentaron en dos mesas del comedor para poder interrogar a dos pasajeros al mismo tiempo. A nosotros nos llamaron a todos para reunirnos en esa sala bajo la advertencia de no poder abandonarla hasta que hayamos sido interrogados. Se nos llamó personalmente, siendo sometidos a una batería de preguntas concienzudas, las familias tenían el privilegio de ser interrogadas en común. La dureza del trato inglés se plasmaba especialmente con los ciudadanos del Reich y de aquellos países declarados neutrales que tuvieron algún contacto con alemanes.


Falmouth

Falmouth 


Al finalizar a la noche los interrogatorios, un suboficial, en este caso una mujer, inspeccionaba el equipaje en la cabina en presencia de su propietario. A una señora Wichterich le abrieron los vestidos y sombreros. Incluso una pequeña caja de higos se investigó tan a fondo que abrieron por la mitad cada fruto para comprobar su contenido. También un carrete de hilo de 500 metros tuvo que ser desovillado. Sabe Dios qué pensarían lo que tendría escondido. También había algunos pasajeros neutrales a quienes no se les abrió el equipaje. Ese día la comisión de verificación dio por dignos de continuar a Amsterdam a todos los pasajeros de segunda, excepto uno, el señor Weckmeister de Buenos Aires, que junto con otro señor de primera tenía que abandonar el barco rumbo a Londres. En ese momento estaba feliz de que había pasado todo y ya me veía celebrando las navidades con mi familia.


Thomson< Inspector Thomson


       El 14 de diciembre volvieron otra vez a registrar detalladamente el equipaje y todo, hasta el objeto más pequeño, fue incluido en una lista. Grootonk fue interrogado dos veces por un inspector identificado en la correspondencia como Thomson. Resultaba ser Basil Thomson, alto jefe del espionaje inglés, que en el mes de noviembre había interrogado a la célebre Mata Hari que también procedía de Vigo con el barco Hollandia. Fue arrestada por la guardia fronteriza de Falmouth al ser confundida con la espía alemana Clara Benedix. Grootoonk comentaba a Thomson, igual como lo hizo en su declaración de Falmouth, que procedía del barco alemán Stephan y que se dirigía a Holanda. Grootonk sospechaba que los ingleses fueron avisados desde Vigo. Thomson es descrito  como, un señor de mediana edad, con rasgos faciales duros y una frente enorme que llegaba desde las cejas hasta la nuca."


La petición de contactar con el embajador o el cónsul holandés en Londres le fue denegada a Grootoonk. Durante todo el día albergaba la esperanza de volver ser trasladado a Falmouth dado que no fue informado de algún resultado de la investigación. Pero todo fue en vano, porque a las seis de la mañana, a pesar de sus protestas, fue encarcelado en una celda.


Pero la alegría fue breve, porque al día siguiente, el 13 de diciembre, me comunica un oficial inglés que ha recibido órdenes de trasladarme a Scotland Yard. Una explicación para este proceder no se me ha facilitado. La misma suerte tuvieron el argentino, el Señor Keller y el capitán alemán de 64 años, el señor Richelsen. El oficial inglés nos comentaba que el asunto tenía poca importancia, que a lo mejor nos llevan directamente a Vlissingen[3] para llegar antes que la “Frisia” a Amsterdam. Por lo tanto nos bajaron a tierra con nuestro equipaje y trasladados a la comandancia de marina. Ahí permanecimos hasta las ocho de la noche, calentándonos delante del horno y bajo vigilancia de un oficial de la marina. Este mismo nos condujo luego a un hotel donde nos dieron de cenar. También nos acompañó a la estación del tren, despidiéndose de nosotros, y debo testificar que durante todo el tiempo que estuvimos bajo su custodia se ha comportado correctamente.


     En esa celda permaneció dos días, para ser luego trasladado a otra en “Briston Prison” donde tuvo que pasar otros 25 días.


    El trato era igual para todos los prisioneros, pero podía, como todos los prisioneros preventivos, obtener comida especial a cambio de pagarla. A pesar de reiteradas peticiones a Grootonk no se le permite contactar con el cónsul holandés. Este es su relato posterior a su mujer respecto a su encuentro con el llamado inspector Thomson:


Con nuestra salida de la estación a las 9.50 de la noche la vigilancia recayó en un suboficial y tampoco tenemos queja hacia su persona durante el viaje a Londres. Durante el trayecto nos contaba que era veterano de guerra en Amberes y Gallipoli. A mi pregunta: “¿Qué opina usted de los soldados turcos?”, contesta: “Al principio los turcos eran muy crueles y habíamos encontrado heridos ingleses que fueron atendidos muy mal y con vendajes horribles. Más tarde cuando recibieron  instrucción por parte de oficiales alemanes mejoró el asunto considerablemente. Encontramos luego ingleses heridos muy bien vendados y en posturas correctamente realizadas. Y al lado de los heridos había también abundantes cazos de agua.



Reina Guillermina de Holanda y su hija Juliana en 1914


A las siete y media de la mañana por fin llegamos a la estación de Paddington en Londres. Ya nos estaba esperando un detective que tenía preparado un automóvil para nosotros, al cual subimos todos y circulamos por varias calles cubiertas de niebla hasta llegar a Scotland Yard. Cuando dejamos nuestro equipaje en una sala de espera, tres hombres comenzaron inmediatamente a registrar nuestras maletas y apuntar su contenido, por lo más pequeño que fuese, en una lista. Alrededor de las 10.30 fuimos llevados de forma individual ante el inspector Thomson, que empezó a interrogarnos en inglés. Le auxiliaba un intérprete porque aparentaba no dominar otra lengua extranjera. Dado que nos llevaban dos veces por separado a la habitación para ser interrogados, se alargaba todo demasiado en el tiempo, hasta que pudo saber exactamente todo lo que le interesaba, lo que teníamos en los bolsillos, donde habían nacido y fallecidos nuestros padres y madres y demás familia cercana, donde estuvimos trabajando, etc.


Memorial caidos en 1 GM en estación de Paddington Londres (wikipedia) Memorial a los combatientes en la I Guerra Mundial, en la estación de Paddington-Londres (wikipedia)


En mi caso le despertó vivo interés unos números que tenía apuntado en mi cuadernillo de notas, que normalmente no utilizo, y que procedían de una partida de dominó. Ante mi pregunta que es lo que quería hacer conmigo dado que era holandés, tal como lo demostraban mis documentos y como tal pensaba yo tenía el derecho de continuar mi viaje a Holanda, éste respondió con evasivas. Mi pretensión de contactar con el cónsul holandés en Londres fue rechazado por él. Al finalizar los interrogatorios llegué a la conclusión que no saqué nada en limpio. Ni nos comentaron si podíamos continuar o si teníamos que permanecer allí, a lo contrario nos dejaron esperar hasta bien tarde la noche, cuando nos comunicaron de seguirles. Nos llevaron por varios pasillos y habitaciones hasta que llegamos a una puerta donde ponía “celdas”. Detrás de esa puerta había otro pasillo que llevaba a siete celdas individuales, de las cuales tres estaban reservadas para nosotros. Para más colmo escuchaba detrás mía la voz de Thomson, ese hombre que para el resto de mi vida tendré un odio sano, sobre todo por las palabras que escuchaba de el en ese momento para mi muy especial: “Put these men into the cells”. Protestaba por ese trato, pero en vano.


Por primera vez en mi vida me metían en una celda y detrás de mí se cerraba la puerta. La habitación era de 2 por 4 de altura. El único mueble era un banco de 0,5 metros de ancho y 3,5 metros de largo. En una de sus puntas se encontraban cuatro mantas ecuestres y una pequeña almohada dura, que debían representar la cama, mientras que en la otra punta se veía un agujero por el cual teníamos que hacer nuestras necesidades, además el centro del banco se utilizaría como mesa y silla. En esa celda permanecí dos días. Comer solo podíamos previo pago. Asearnos no era posible en las celdas, por ese motivo a las mañanas nos llevaban por separado por un tiempo de 10 minutos al fondo del pasillo para lavarnos debajo de un grifo.


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El ingreso en Brixton Prison


   En la mañana del 15 de diciembre fui llevado por un detective a un patio para que me diera el aire durante un cuarto de hora. Por fin, en la tarde del 16 de diciembre se me sacó de la celda, pero solo para cambiarla por otra. Al mismo tiempo mis otros dos compañeros cambiaban de celda. El viejo capitán lo llevaron a un sitio desconocido, mientras que el señor Keller de Argentina y yo éramos transportados a la prisión preventiva de “Briston Prison”.[4] Nuestro equipaje venía también con nosotros, previa firma de un documento donde certificamos que hemos recibido correctamente nuestros objetos por parte de Scotland Yard. Por medio de un automóvil nos acompañan dos detectives a “Briston Prison”.  Casi no llegamos por la densa niebla que cubría ese día Londres, ni diez pasos de visibilidad teníamos. El coche se movía lentamente a pesar que en la mayoría de las esquinas de la calles había lámparas potentes para indicar el camino.


    Alcanzamos nuestro destino después que nuestros dos vigilantes tuvieran que preguntar varias veces por el camino a seguir. Allí nos pusieron bajo la tutela de la administración penitenciaria. Al mismo tiempo ingresaron unas 20 personas que al descender del camión que los albergaba me preguntaba yo mismo que pinta más terrible tenían algunos. Teníamos que sentarnos todos en un banco, recibiendo un trozo de pan negro y una taza de cacao de mala calidad. Mientras devoramos esa cena tan frugal nos inscribían en la lista del centro penitenciario. Después nos llevaron a una sala de recepción, inspeccionaron nuestros bolsillos para desprendernos de todos los objetos de valor, que fueron depositados en una caja fuerte. Nuestras maletas  y bolsos de mano se guardaron en una sala de equipajes, dejándonos solo con un traje, un pañuelo y un pijama para dormir, este último se nos permitió llevar a nuestra celda. Después de tomarnos las medidas, pesarnos y ser vistos por un médico por si teníamos tuberculosis, se nos entrega un bolso de tela, que resultaría ser una funda de almohada, que contenía: dos sábanas, una toalla y un pequeño trapo para limpiar, todo esto hecho con lonas de tela. Después se nos lleva a la sala B, una de las cuatro grandes salas de celdas de la prisión, que tiene 16 celdas individuales, agrupadas en tres pisos.


Me asignaron una celda en el segundo piso, que estaba amueblada con una pequeña rinconera, un banco pequeño de 40 x 60 cm para sentarse, una tabla del mismo tamaño, pero de doble ancho que una tabla de planchar, que servía de cama, completada con un colchón sencillo, tres  mantas finas y una pequeña almohada dura. La vajilla la formaban un plato de esmalte, una taza, una cuchara de madera y un cuchillo pequeño de chapa ondulada. La luz natural de la celda procedía de una ventana de un metro cuadrada, protegida en el exterior por unas rejas gruesas, situada  a dos metros de altura sobre el suelo en la pared trasera. Como luz artificial servía una ventanilla de cristal esmerilado ubicada encima de la rinconera de un tamaño de 25 x 25 cm, que era alimentada desde el exterior por un conducto de gas. Por temor a los ataques de los zepelines o globos dirigibles se tenía que cubrir la ventana mientras estaba en funcionamiento  la luz artificial. Pocos momentos después de entrar en la celda sonó una campana que nos indicaba que era hora de recogerse organizándome la noche lo mejor que pude con la tabla de planchar, el colchón, las mantas y las sábanas duras.


Dado que no había dormido durante una noche en el tren y dos noches en Scotland Yard, mas tres días sometidos a plena tensión, esperaba por fin encontrar algo de descanso, pero la dureza de la tabla, amortiguada solo un poco por colchón fino, no conseguía conciliar el sueño. Me alegraba mucho de que sonara a la mañana siguiente a las 6.30 la campana para levantarse. Durante toda la noche di mil vueltas sobre esa cama tan dura y me levanté como me hubieran mallado el cuerpo entero. Hay que añadir también la tensión de la incertidumbre de mi situación, que a pesar de comerme la cabeza tampoco mejoraba.


Como he dicho finalmente estaba contento que se encendiera la luz a las 7 y me podía levantar. A los domingos el despertar era a las 7, entre semana a las 6, y siempre sonaba la campana diez minutos antes. Después de las 7 o las 6 se abrían las puertas de las celdas y cada prisionero tenía que vaciar y limpiar su vajilla, recoger las mantas, limpiar y poner en orden su celda. Luego se servía el desayuno que consistía en un trozo de pan negro y una taza de té. Por suerte había hablado la noche anterior con el supervisor de alimentación y había encargado, previo pago, una comida más especial, circunstancia que no estaba permitida a todos los internos. Para la comida tenía que pagar tres chelínes por día lo que me permitía desayunar cuatro rebanadas de pan blanco con algo de mantequilla y algo de tocino tostado o jamón cocido, y de vez en cuando un huevo cocido y la mayoría de las veces un arenque ahumado. Al mediodía me daban un plato con carne, patatas y verdura acompañado de un platillo con frutas cocidas. La cena que era suministrada a las 4 de la tarde era igual que el desayuno. Para el desayuno y la cena siempre nos servían además medio litro de cacao, té o café. También podía comprar fruta fresca y periódicos.


Cada mañana era conducido con el resto de los internos de la sala B al patio de la prisión en el cual se había formado con baldosas de cemento tres círculos concéntricos. Encima de esos círculos teníamos que correr uno detrás del otro  a una distancia de tres pasos en un espacio de tiempo de media a tres cuartos de hora. Cuatro vigilantes estaban encima de pedestales de piedra para supervisar la disciplina carcelaria bajo gritos como “Pick him up”, “ Keep further back”, “stop talking” etc. A parte de este Excercise, que es como se llamaba esta actividad al aire libre, también nos llevaban en grupo a la capilla de la cárcel.


Brixton Prison (1)

Panorámica aérea de Briston Prison 


  • El capellán penitenciario


Había cuatro misas semanales, domingos, a la mañana y a la tarde, y los miércoles y sábados solo por la mañana. En los actos litúrgicos estaban todos los internos de los demás pabellones, calculo que podrían ser unas 300 personas que se reunían en la capilla, vigilados por dos jefes de vigilantes y cuatro ayudantes, ubicados en los laterales de nosotros en unas sillas a la altura de nuestras cabezas. El gobernador de la cárcel tenía su silla especial. La iglesia tenía un buen órgano con un organista que entendía su arte. Poco agradables eran los sermones. El capellán se mostraba más bien como orador político que como predicador. Hablaba con tanto odio sobre Alemania y sus aliados, lo que demostraba su ignorancia o su mala fe, lo que repugnaría a un conocedor de las circunstancias políticas en Alemania. Cuando en sus sermones relataba supuestas barbaridades de los austriacos, o cuando preguntaba  "¿De quién es el mundo? ¿De Dios o del emperador alemán?”, solo conseguía en mi de que, entre todos los ingleses que había conocido, era el más desagradable. Estos sermones eran de obligada asistencia porque solo los católicos estaban exentos de ir a misa.


Este religioso también era reclutador del ejército inglés. Todos los internos nuevos tenían que pasar por su oficina, como me sucedió también. Cuando nos encontramos, estaba sentado delante de una pequeña mesa en el centro de su despacho donde tenía una lista completa de todos los nuevos ingresos. Su primera pregunta fue “¿Cómo se llama usted? ’”, yo le contesté “Usted tiene la lista y puede ver aquí mi número”. (Al ser ingresado me habían dado como a todos un cartelito de fieltro de 10 cm de diámetro, en dónde constaba en mayúsculas la letra del pabellón, el piso y el número de la celda. Sin esta identificación, cosida con un ojal de cuero a mi chaqueta, no podía abandonar nunca mi celda.) Luego me preguntó “¿Se ha inscrito?”, a lo que le contesté, dado que no estaba seguro de haberle entendido, “¿Para qué?”, al que contestó “¡Para el ejército! “. Le aseguré que tenía pocas ganas de prestar servicios en el ejército inglés. Creo que ahí se ha dado cuenta que no era súbdito británico dado que preguntó “¿A qué nación pertenece usted?”, al que respondí “Yo soy holandés”, lo que provocó en el “ No le deseo a usted, puede irse”.


  • Asignación de nueva celda


El lunes 18 de diciembre, por lo tanto, el tercer día de mi reclusión en “Briston Prison” tuve la oportunidad de hablar con el gobernador de la cárcel, que me permitió ocupar una celda denominada privada. Esta se distinguía de las otras por tener una cama de  hierro con somier, una palangana para lavarse, un pequeño espejo y una pequeña mesa con silla. A la hora de comer se me permitía el uso de cuchillo y tenedor. Se diferenciaba también en que era limpiada todas las mañanas por otro preso. Aproveche para repetir mi petición de contactar con la representación holandesa en Inglaterra pero fue rechazada por el Gobernador de la cárcel, que solo me permitió de cursar una instancia ante el Ministro de Interior. También me autorizó llevar algunos libros y ropa  a mi nueva celda. Desde mi ingreso me habían proporcionado tres libros: el nuevo testamento, un libro de cantos y otro que contenía reglas de comportamiento cristiano, llamado “The narrow way”. Además me podía prestar dos libros a la semana de la biblioteca. Con esta lectura y los periódicos comprados ya se me pasaba un poco más rápido el tiempo.


Narrow way

Mi nueva celda estaba en la planta baja del pabellón B y tenía doble puerta, una muy gruesa con una mirilla de observación y otra con rejas. Durante algunas horas del día solo estaba cerrada la segunda puerta con rejas, lo que permitía que los internos de las celdas se podían ver unos a los otros. Así me fui enterando que mi vecino de enfrente estaba allí por un supuesto asesinato, su vecino de al lado era un ratero que presumía haber estado en las cárceles más importantes del mundo. Casi siempre se hacía el loco para ver si conseguía que lo llevasen a un manicomio. Mi vecino a la derecha era un ladrón de comercios que antes de que yo saliese fue condenado a tres meses de prisión. Mi vecino a la izquierda estaba bajo custodia especial. Con esta vecindad tan dudosa tenía que permanecer como Lodger (inquilino, así nos llamaban a los presos políticos) desde el 11 de diciembre de 1916 hasta el 11 de enero de 1917.


Mi compañero argentino y yo no éramos los únicos Lodgers de esta prisión.También he visto allí un oficial de la marina mercante noruego, además un señor W. de Buenos Aires, y a un periodista inglés, que parece ser que llevaba interno más de 18 meses pero que tenía que estar allí sin el privilegio de una celda privada y manutención previo pago. También vi a varios jóvenes alemanes, que fueron apresados en Irlanda y que estaban allí internados. Les escuché que hacían trabajos compensatorios, a ochos chelines la semana, y los empleaban para obtener mejor comida. Antes de que yo abandonase la cárcel aparecieron también dos individuos muy altos que, según me comentaban, eran de nacionalidad finlandesa.


   Por fin el 6 de enero el gobierno inglés le comunica que han tomado la decisión de no dejarle continuar a Holanda sino que le devuelven a España. A Grootonk no le quedaba otra opción y así el 12 de enero fue otra vez embarcado en el “Frisia”. El viaje de vuelta lo pagaron los ingleses.


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Frisia


El 6 de enero de 1917  tuvimos la visita de dos detectives de Scotland Yard que anunciaron a mi compañero argentino y a mí que el gobierno de Inglaterra había decidido no permitir el viaje a Holanda, más bien nos deportaban otra vez a Argentina y España respectivamente. Un último intento de contactar con la representación diplomática de Holanda me fue denegado. No me quedaba más remedio que someterme a los dictados de la fuerza. A las cinco de la tarde del 11 de enero, dos detectives de Scotland Yard nos recogieron con un automóvil para llevarnos a la estación de Paddington. Al abandonar la prisión de “Briston Prison” nos preguntaron si teníamos tabaco y dado que en nuestra estancia carcelaria no había esta oferta, los dos agentes nos permitieron durante el trayecto bajar y comprarlo para luego compartirlo con ellos también. Llegamos tres horas antes de la salida del tren a la estación pero no nos poníamos de acuerdo quien tenía que pagar el transporte del automóvil. Acordamos que para el equipaje pagaríamos a los detectives


    El 17 de enero llega a Vigo donde encuentra en buen estado de salud a toda la tripulación del Stephan. Inmediatamente al llegar Grootoonk envía una reclamación y una demanda de daños y perjuicios a los representantes locales del gobierno de Holanda.


   Para evitar futuros desencuentros con guardias fronterizas se dirige el 13 de junio de 1917 a la reina de Holanda (Wilhelmina) solicitando su naturalización como ciudadano holandés. El 24 de julio el representante de Holanda en España le comunica la recepción y el trámite correspondiente, siendo concedida la nacionalidad en abril 1922 ya finalizado su internamiento en Vigo.


  • Naturalización holandesa de Grootoonk 1922






[1] El Frisia era un vapor holandés que solía hacer la ruta entre Amsterdam y Argentina, Brasil y Uruguay con escalas en Inglaterra, Francia, Coruña y Vigo. Pertenecía a Lloyd Real Holandés y tenía como agente en Vigo a Ceferino Molina Couceiro y en La Coruña a Raimundo Molina Couceiro, cónsul de los Países Bajos en esa provincia y la de Lugo. Era de padre del posterior alcalde de La Coruña  Alfonso Molina Brandao.

[2] Ciudad y puerto marítimo en la desembocadura del río Fal, en la costa sur de Cornualles, en Inglaterra.

[3] Ha sido un importante puerto holandés durante siglos debido a su estratégica situación entre el Mar del Norte y el río Escalda. Es también conocido por sus astilleros.

[4] Brixton Prison está situada en el sur de Londres.


Karl Grootoonk y su internamiento en Vigo (1914-1919) (Parte III)

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