el pasado día 8, en el pabellón de Cristal del Retiro, Madrid

Discurso de Manuel Vicent al recibir el Premio del Club Internacional de Prensa 2019

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Manuel vicent

Manuel Vicent, durante su discurso


En medio de la brutal confusión de la vida moderna rige todavía el principio fundamental enunciado por Humphrey Bogart en boca del detective Marlowe: las personas se dividen en dos, en profesionales y en no profesionales. Y este principio inmutable atañe tanto a los detectives como a los asesinos. También a los fontaneros, ebanistas y panaderos. Y por supuesto a los periodistas.


Para que la vida transcurra con cierto rigor y no se produzcan demasiados sobresaltos cuando uno se despierta cada mañana se necesita que unas personas hayan cumplido simplemente con su deber. Hablo de ciudadanos corrientes que trabajan dentro de la normalidad. Si un periódico es solvente, si una noticia del telediario es rigurosa, si un comentario de la radio es inteligente y equilibrado se debe a que detrás de las páginas del periódico, de las cámaras de televisión, del micrófono de la radio hay un grupo de profesionales exigentes cuya moral consiste solo en realizar un trabajo bien hecho.


En nuestro oficio se trata de esos periodistas que no equivocan nunca los datos, que contrastan los hechos, que no buscan el escándalo por sí mismo, que no se empeñan en derribar a ningún gobierno, que sólo sienten pasión por la información rigurosa, que aman la libertad de expresión hasta allí donde empieza la vida privada intocable de cada individuo. Los héroes de este oficio son aquellos periodistas que dan noticias fidedignas, emiten comentarios inteligentes y ponderados, conscientes de que la moderación es la conquista más ardua del espíritu y a la vez el arma más certera.


Llegar a la cima de esta fortaleza exige cada día una mayor preparación técnica, científica y cultural, acorde con la complejidad del mundo para abrirse paso en medio de la basura mediática de la selva digital compuesta de bulos, chismes, ocurrencias, calumnias e insultos. Algunos dicen que el éxito de un periodista consiste en ser leído. Este principio abre la puerta a cualquier iniquidad.


Los verás en medio de las ciudades calcinadas bajo los bombardeos o entre los escombros que dejan los cataclismos de la naturaleza. Son esos tipos, hombres y mujeres, que disparan sus objetivos, enfocan las cámaras de televisión, toman apuntes directamente de esas tragedias en un bloc sudado que luego guardan en el bolsillo de atrás del pantalón.


Son esos ejemplares humanos, mujeres y hombres, audaces, fríos y, a veces, desesperados. En efecto, unos periodistas se mueven a sus anchas en medio de las hecatombes, pero otros con su mismo coraje, hombres y mujeres, también dan lo mejor de su talento abriéndose paso en la selva de los políticos, en el secreto de los tiburones financieros, en las cloacas del Estado, en el tejido cotidiano de las horas y los días donde los crímenes ordinarios se mezclan con el latido de las pequeñas pasiones y la lucha por la vida de la gente tributable.


Dijo Robert Capa: si tu foto no es buena es porque no estabas lo suficientemente cerca. Lo mismo se puede afirmar de los editoriales, de los artículos de opinión, de las crónicas, de los reportajes. Como dijo Dylan Thomas, un buen periodista debe procurar ante todo ser bien recibido en el depósito de cadáveres. Aunque sólo sea, como en la película Primera plana, de Billy Wilder, para conseguir de madrugada un poco de hielo para el whisky, aunque hoy la bohemia ya no se lleva. 


Hoy la información está unida a la comunicación y la comunicación al espectáculo y el espectáculo a la audiencia y la audiencia al negocio y el negocio a la ganancia, al dinero. La sobrecarga de información, de comunicación y de espectáculo a la que estamos sometidos desde la mañana a la noche, e incluso durante el sueño, hace que la realidad se rompa en mil pedazos cada día y se convierta en una ficción: cada esquirla de ese vidrio del escaparate roto nos devuelve un fragmento quebrado de lo que creemos que es la actualidad que estamos viviendo.


Las noticias de la radio, las imágenes de la televisión, la lectura del periódico se inmiscuyen en nuestras vidas hasta constituir una sola amalgama con nuestros sentimientos, con nuestra ideología, con cada uno de nuestros deseos, y al final ya no podemos distinguir lo que oímos, lo que vemos y lo que leemos de lo que soñamos. Para eso están los buenos periodistas para elevar la realidad a sustancia de la vida.


Hoy la libertad de expresión se halla bajo la directa o indirecta amenaza del poder, el periodismo sigue siendo una profesión de muy alto riesgo, pero el desafío consiste en continuar trabajando para que la información , uno de los derechos humanos más sagrados, se dirija a la inteligencia de los ciudadanos, no al cerebro de las emociones primarias, del fanatismo, de las creencias, de las banderas y de las patrias, de las filias y las fobias, ni mucho menos al cerebro del reptil que todavía subyace en el fondo del cráneo humano y que nos gobierna los instintos básicos y los impulsos ciegos.  

"El éxito de un periodista no consiste en ser leído, visto u oído sino en ser creído. La credibilidad es su único patrimonio y su gloria la de haber sido, como dijo Bogart, un buen profesional." 

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