​Juan Perucho, La Vanguardia. 14 de enero de 1968.

LOS VINOS DE GALICIA

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(Por su valor histórico, literario y didáctico, reproducimos este artículo del insigne juez, poeta, novelista y ensayista, Joan Perucho)


Los clásicos afirman que España es "viciosa de vinos", y existe un largo poema anónimo que los relaciona con verdadero cariño. Todos tienen sus "habeas corpus" y algún que otro grado de excelsitud. De Galicia, fuentes autorizadas nos dicen que presenta vinos desde la más remota antigüedad y que el emperador romano Octaviano Augusto complacíase bebiendo los de Amandi, en el Sil. Imaginemos, por un momento, lo que sería el transporte de estos vinos hasta Roma en aquel entonces, y quedaremos aterrados por las mil peripecias a que estarían expuestos y el peligro que ello suponía a la conservación de su bullicioso espíritu. Octaviano Augusto debía beber estos vinos, sentado en su trono, allá en la marmórea y blanca Roma, y entre ensoñado y nostálgico sentiría en su rostro el perfumado aliento del Finisterre, lugar donde las legiones, según nos relata Valerio Patérculo, "se sintieron poseídas de un religioso temor". El aliento que sentiría Octaviano. Augusto, apenas una débil ráfaga de viento, le traería un perfume a alga marina, a soledad, a crepúsculo. Es decir, le traería el perfumado misterio de lo desconocido.



Otros tintos tiene Galicia, reputándose las cepas más antiguas, las del caíño y las que dan el espadeiro en la tierra de Salnes. Hay que mencionar también el brencellau y elogiar los tintos del Condado de Salvatierra: Rubios, Tortóreos, Meder. Existen asimismo tintos magníficos en los Peares y en el Barco de Valdeorras y en el Ulla y en el Arnoya.



Los vinos blancos gallegos traen su origen de una cepa antigua: la treixadura. Dícese que todos los Ribeiros eran blancos hasta el siglo XVIII,,y que blancos eran todos los vinos gallegos que de Bayona, La Coruña y Pontevedra salían para Inglaterra. De los Ribeiros hay un cantar que dice:



"Si queres tratarme ben

Dame vino do Ribeiro,

Pan trigo de Ribadavia,

Nenas de Chán d'Amoeiro."



Algunos tintos del Ribeiro requieren una cierta preparación del gusto, y hay gente que tuerce el gesto ante ellos y los encuentran acerados y chirriantes. Volviendo a los blancos, diremos que son también estupendos los del Rosal. Sin embargo, el príncipe de los vinos blancos es el dorado Albariño y, según los propios gallegos, constituye un vino "vivaz, alegre y locuaz".


Mi querido amigo José María Castroviejo escribió hace tiempo a propósito del mismo, parodiando la divisa del "Cháteau Mouton", lo siguiente: "Primero no soy, no me pliego a segundo, en Albariño me quedo". Estas palabras dan idea de la estimación que estos vinos merecen a los paladares gallegos. Es un vino, en efecto, etéreo, rubio y esbelto, y la fantasía céltica alcanza regiones muy altas al explicar el origen del Albariño, que vino con los monjes de Cluny desde el Moséla y el Rin. Es posible, dicen, que los esquejes vinieran en las mismas cajas que contenían los ejemplares del Misal Romano que, como es sabido, derrotó al Mozárabe. Los monjes plantaron sus cepas alrededor de sus grandes y soleadas abadías, y el Albariño se extendió, con el tiempo, desde Cambados a Arbo y desde Meis y Soutomaior.


Dice Álvaro Cunqueiro que es un vino para el marisco y para la carne fría, acompañada, todo lo más, de una salsa ligera. La carné ha de ser de ternera y la salsa no ha de llevar ni pizca de vinagre, porque entonces resultaría ácido. Es ideal, pues, para unas nécoras, unos percebes, unos robustos lubrigantes y centollos. Añade el gran escritor que el Albariño "concede el sentido optimista de la existencia, porque es un compañero humano, regalador de sueños pacíficos y tiende a concordar contrarios".


Añade Cunqueiro que lo propio del Albariño "es una gracia de frescor en la boca. Hace uno muy pronto amistad con él, y pertenece al orden de los vinos octosílabos, como un romanee de antaño. Sirve a la vez para la comida goliarda y para alegría en el descanso del trabajador intelectual. Un Descartes o un Heisenberg podían beber vino Albariño en una pausa de sus trabajos. Antiescolástico, es un vino para los sabios intuitivos, para los señores de los relámpagos adivinatorios."


No todos los albariños son iguales y se diferencian según les llegué la brisa atlántica o el viento que sopla tierra adentro. Son excelentes, aunque distintos, los de Donón, los del Saines, los del Rosal, incluso los del Ribeiro, que son "serios y un poco en demasía secos”.

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